ANTE EL ÚLTIMO COMUNICADO DE ETA: UN RECORDATORIO

«Una sociedad que quiera ser libre y justa no puede reconocer explícita ni implícitamente a una organización terrorista como representante político de ningún sector de la población, dado que el terrorismo es una práctica intrínsecamente perversa, del todo incompatible con una visión justa y razonable de la vida» (Conferencia Episcopal Española, Nota ante las elecciones generales de 2011).

«¿Cuál es el camino que conduce al pleno restablecimiento del orden moral y social, violado tan bárbaramente? La convicción a la que he llegado, razonando y confrontándome con la Revelación bíblica, es que no se restablece completamente el orden quebrantado, si no es conjugando entre sí la justicia el perdón. Los pilares de la paz verdadera son la justicia y esa forma particular del amor que es el perdón.

Pero ¿cómo se puede hablar, en las circunstancias actuales, de justicia y, al mismo tiempo, de perdón como fuentes y condiciones de la paz? Mi respuesta es que se puede y se debe hablar de ello a pesar de la dificultad que comporta, entre otros motivos, porque se tiende a pensar en la justicia y en el perdón en términos alternativos. Pero el perdón se opone al rencor y a la venganza, no a la justicia. En realidad, la verdadera paz es « obra de la justicia » (Is 32, 17). Como ha afirmado el Concilio Vaticano II, la paz es « el fruto del orden asignado a la sociedad humana por su divino Fundador y que los hombres, siempre sedientos de una justicia más perfecta, han de llevar a cabo » (Constitución pastoral Gaudium et spes, 78). Desde hace más de quince siglos, resuena en la Iglesia católica la enseñanza de Agustín de Hipona, quien ha recordado que la paz, a la cual se debe tender con la aportación de todos, consiste en la tranquillitas ordinis, en la tranquilidad del orden (cf. De civitate Dei, 19, 13) (Juan Pablo II,  Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 2002, nums. 2 y 3).

«La oración por la paz no es un elemento que « viene después » del compromiso por la paz. Al contrario, está en el corazón mismo del esfuerzo por la edificación de una paz en el orden, en la justicia y en la libertad. Orar por la paz significa abrir el corazón humano a la irrupción del poder renovador de Dios.

No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón: esto es lo que quiero anunciar en este Mensaje a creyentes y no creyentes, a los hombres y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el bien de la familia humana y por su futuro.

No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón: esto es lo que quiero recordar a cuantos tienen en sus manos el destino de las comunidades humanas, para que se dejen guiar siempre en sus graves y difíciles decisiones por la luz del verdadero bien del hombre, en la perspectiva del bien común.

No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón: no me cansaré de repetir esta exhortación a cuantos, por una razón o por otra, alimentan en su interior odio, deseo de venganza o ansia de destrucción.

Que en esta Jornada de la Paz se eleve desde el corazón de cada creyente, de manera más intensa, la oración por todas las víctimas del terrorismo, por sus familias afectadas trágicamente y por todos los pueblos a los que el terrorismo y la guerra continúan agraviando e inquietando. Que no queden fuera de nuestra oración aquellos mismos que ofenden gravemente a Dios y al hombre con estos actos sin piedad: que se les conceda recapacitar sobre sus actos y darse cuenta del mal que ocasionan, de modo que se sientan impulsados a abandonar todo propósito de violencia y buscar el perdón. Que la humanidad, en estos tiempos azarosos, pueda encontrar paz verdadera y duradera, aquella paz que sólo puede nacer del encuentro de la justicia con la misericordia (Juan Pablo II, Ibidem nums. 14 y 15).

«Las comunidades cristianas han de ser lugares privilegiados de acogida y de compromiso generoso con la paz auténtica, contribuyendo a remover obstáculos, a derribar muros, a favorecer iniciativas y proyectos en colaboración y diálogo social con tantas personas y grupos interesados en alcanzarla. En esta tarea, es menester tener presentes a los jóvenes, a los que hay que educar siempre y en todas partes: en las escuelas y universidades, en los ambientes de trabajo, en el tiempo libre y en el deporte, en la cultura de la paz. Paz dentro y fuera de ellos, paz siempre, paz con todos, paz para todos. A ellos, y a toda la sociedad quiero decir: Indarkeria ukatuz, pake zale, pake eskale ta pake egile izan zaitezte (Rechazando la violencia sed amigos de la paz, orantes por la paz y constructores de la paz).

¡Que Dios misericordioso conceda la paz social al País Vasco, a Navarra, a toda España! ¡Que con un renovado estilo de vida seamos merecedores de ese don divino! Mi bendición y mi afecto acompaña siempre a todos los que se comprometen en esta extraordinaria y necesaria tarea de alcanzar la paz, del cese del terrorismo y la violencia, del fomento del desarrollo y la convivencia en justicia y verdad» (Carta de Juan Pablo II con ocasión del Encuentro  de oración por la paz en Vitoria, 2001).

«La paz para todos nace de la justicia de cada uno. Nadie puede desentenderse de una tarea de importancia tan decisiva para la humanidad. Es algo que implica a cada hombre y mujer, según sus propias competencias y responsabilidades.

Dirijo mi llamada, sobre todo, a vosotros, Jefes de Estado y Responsables de las Naciones, a quienes está confiada la tutela suprema del estado de derecho en los respectivos Países. Ciertamente, cumplir esta alta misión no es fácil, pero constituye una de vuestras tareas prioritarias. Ojalá que los ordenamientos de los Estados a los que servís puedan ser para los ciudadanos garantía de justicia y estímulo para un crecimiento constante de la conciencia civil.

Construir la paz en la justicia exige, además, la aportación de todas las categorías sociales, cada una en su propio ámbito y en sinergia con los demás componentes de la comunidad. En particular, os animo a vosotros, profesores, comprometidos en todos los niveles de la instrucción y educación de las nuevas generaciones: formadlas en los valores morales y civiles, infundiendo en ellas un destacado sentido de los derechos y deberes, a partir del ámbito mismo de la comunidad escolar. Educar a la justicia para educar a la paz: ésta es una de vuestras tareas primarias.

En el itinerario educativo es insustituible la familia, que sigue siendo el ambiente privilegiado para la formación humana de las nuevas generaciones. De vuestro ejemplo, queridos padres, depende en gran medida la fisonomía moral de vuestros hijos: ellos la asimilan del tipo de relaciones que establecéis dentro y fuera del núcleo familiar. La familia es la primera escuela de vida y la huella recibida en ella es decisiva para el futuro desarrollo de la persona.

Finalmente os digo a vosotros, jóvenes del mundo entero, que aspiráis espontáneamente a la justicia y a la paz: mantened siempre viva la tensión hacia estos ideales y tened la paciencia y la tenacidad de perseguirlos en las condiciones concretas en que vivís.

Rechazad con prontitud la tentación de usar vías fáciles ilegales hacia falsos espejismos de éxito o riqueza; por el contrario, amad lo que es justo y verdadero, aunque mantenerse en esta línea requiera sacrificio y obligue a ir contracorriente. De este modo, «de la justicia de cada uno nace la paz para todos» (Juan Pablo II,  Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1998, n.7).

«La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida, a causa también del fuerte influjo de muchos medios de comunicación social, a un peligro gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida. Lamentablemente, una gran parte de la sociedad actual se asemeja a la que Pablo describe en la Carta a los Romanos. Está formada « de hombres que aprisionan la verdad en la injusticia » (1, 18): habiendo renegado de Dios y creyendo poder construir la ciudad terrena sin necesidad de El, « se ofuscaron en sus razonamientos » de modo que « su insensato corazón se entenebreció » (1, 21); « jactándose de sabios se volvieron estúpidos » (1, 22), se hicieron autores de obras dignas de muerte y « no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen » (1, 32). Cuando la conciencia, este luminoso ojo del alma (cf. Mt 6, 22-23), llama « al mal bien y al bien mal » (Is 5, 20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la más tenebrosa ceguera moral».

«Por esto, cuando se pierde el sentido de Dios, también el sentido del hombre queda amenazado y contaminado, como afirma lapidariamente el Concilio Vaticano II: « La criatura sin el Creador desaparece… Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida».El hombre no puede ya entenderse como « misteriosamente otro » respecto a las demás criaturas terrenas; se considera como uno de tantos seres vivientes, como un organismo que, a lo sumo, ha alcanzado un estadio de perfección muy elevado. Encerrado en el restringido horizonte de su materialidad, se reduce de este modo a « una cosa », y ya no percibe el carácter trascendente de su « existir como hombre ». No considera ya la vida como un don espléndido de Dios, una realidad « sagrada » confiada a su responsabilidad y, por tanto, a su custodia amorosa, a su « veneración ». La vida llega a ser simplemente « una cosa », que el hombre reivindica como su propiedad exclusiva, totalmente dominable y manipulable (Juan Pablo II, Carta Encíclica  Evangelium vitae, nums. 22 y 24, 25 de marzo de 1995).

«La Iglesia enseña que «existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto». El mismo concilio Vaticano II, en el marco del respeto debido a la persona humana, ofrece una amplia ejemplificación de tales actos: «Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario» (Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 80, 6 de agosto de 1993).

«Los secuestros y el tomar rehenes hacen que impere el terror y, mediante la amenaza, ejercen intolerables presiones sobre las víctimas. Son moralmente ilegítimos. El terrorismo, que amenaza, hiere y mata sin discriminación es gravemente contrario a la justicia y a la caridad. La tortura, que usa de violencia física o moral, para arrancar confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y de la dignidad humana» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2297, 11 de octubre de 1992).

“No se pueden cerrar los ojos a otra dolorosa plaga del mundo actual: el fenómeno del terrorismo, entendido como propósito de matar y destruir indistintamente hombres y bienes, y crear precisamente un clima de terror y de inseguridad, a menudo incluso con la captura de rehenes. Aun cuando se aduce como motivación de esta acción inhumana cualquier ideología o la creación de una sociedad mejor, los actos del terrorismo nunca son justificables“ (Juan Pablo II, Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis, n. 24, 30 de diciembre de 1987).

“El terrorismo es intrínsecamente perverso, porque dispone arbitrariamente de la vida de las personas, atropella los derechos de la población y tiende a imponer violentamente el amedrentamiento, el sometimiento del adversario y, en definitiva, la privación de la libertad social” (Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral Constructores de la paz, 96, Edice, Madrid 1986, n. 55).

«Jóvenes: Cristo necesita de vosotros y os llama, para ayudar a millones de hermanos vuestros a ser plenamente hombres y a salvarse. Vivid con esos nobles ideales en vuestra alma y no cedáis a la tentación de ideologías de hedonismo, de odio y de violencia que degradan al hombre» (Juan Pablo II en Javier, Navarra, 6 de noviembre del 1982).

«No puedo menos de pensar especialmente en vuestros jóvenes. Tantos han vivido ideales grandes y han realizado obras admirables; en el pasado y en el presente. Son la gran mayoría. Quiero alabarlos y rendirles este homenaje ante posibles generalizaciones o acusaciones injustas. Pero hay también, desgraciadamente, quienes se dejan tentar por ideologías materialistas y de violencia.

Querría decirles con afecto y firmeza – y mi voz es la de quien ha sufrido personalmente la violencia – que reflexionen en su camino. Que no dejen instrumentalizar su eventual generosidad y altruismo. La violencia no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre, y a quien la practica.

Una vez más repito que el cristianismo comprende y reconoce la noble y justa lucha por la justicia a todos los niveles, pero prohíbe buscar soluciones por caminos de odio y de muerte.

Queridos cristianos todos del país vasco: Deseo aseguraros que tenéis un puesto en mis oraciones y afecto. Que hago mías vuestras alegrías y penas. Mirad adelante, no queráis nada sin Dios, y mantened la esperanza.

Desearía quedara en vuestras ciudades, en vuestros hermanos valles y montañas, el eco afectuoso y amigable de mi voz que os repitiera: ¡Guztioi nere agurrik beroena! ¡Pakea zuei! Sí, ¡mi más cordial saludo a todos vosotros. ¡Paz a vosotros! (Juan Pablo II, Loyola, Guipúzcoa, 6 de noviembre de 1982).

«Antes de terminar mis palabras, quiero invitaros a elevar nuestra oración por la última víctima y por todas las víctimas del terrorismo en España, para que la nación, que se siente herida en sus profundas aspiraciones de paz y concordia, obtenga del Señor verse libre del doloroso fenómeno del terrorismo, y todos comprendan que la violencia no es camino de solución a los problemas humanos, además de ser siempre anticristiana. Amén». (Juan Pablo II, Toledo, 4 de noviembre de 1982).

«La nación es, en efecto, la gran comunidad de los hombres qué están unidos por diversos vínculos, pero sobre todo, precisamente, por la cultura. La nación existe «por» y «para» la cultura, y así es ella la gran educadora de los hombres para que puedan «ser más» en la comunidad. La nación es esta comunidad que posee una historia que supera la historia del individuo y de la familia. En esta comunidad, en función de la cual educa toda familia, la familia comienza su obra de educación por lo más simple, la lengua, haciendo posible de este modo que el hombre aprenda a hablar y llegue a ser miembro de la comunidad, que es su familia y su nación. En todo esto que ahora estoy proclamando y que desarrollaré aún más, mis palabras traducen una experiencia particular, un testimonio particular en su género. Soy hijo de una nación que ha vivido las mayores experiencias de la historia, que ha sido condenada a muerte por sus vecinos en varias ocasiones, pero que ha sobrevivido y que ha seguido siendo ella misma. Ha conservado su identidad y, a pesar de haber sido dividida y ocupada por extranjeros, ha conservado su soberanía nacional, no porque se apoyara en los recursos de la fuerza física, sino apoyándose exclusivamente en su cultura. Esta cultura resultó tener un poder mayor que todas las otras fuerzas. Lo que digo aquí respecto al derecho de la nación a fundamentar su cultura y su porvenir, no es el eco de ningún «nacionalismo», sino que se trata de un elemento estable de la experiencia humana y de las perspectivas humanistas del desarrollo del hombre. Existe una soberanía fundamental de la sociedad que se manifiesta en la cultura de la nación. Se trata de la soberanía por la que, al mismo tiempo, el hombre es supremamente soberano. Al expresarme así, pienso también, con una profunda emoción interior, en las culturas de tantos pueblos antiguos que no han cedido cuando han tenido que enfrentarse a las civilizaciones de los invasores: y continúan siendo para el hombre la fuente de su «ser» de hombre en la verdad interior de su humanidad. Pienso con admiración también en las culturas de las nuevas sociedades, de las que se despiertan a la vida en la comunidad de la propia nación —igual que mi nación se despertó a la vida hace diez siglos— y que luchan por mantener su propia identidad y sus propios valores contra las influencias y las presiones de modelos propuestos desde el exterior» (Juan Pablo II, Discurso en la Sede de la UNESCO, 2 de junio de 1980).

«Pero el cristianismo no nos manda que cerremos los ojos a los difíciles problemas humanos. No nos permite o impide ver las injustas situaciones sociales o internacionales. Lo que el cristianismo nos prohíbe es buscar soluciones a estas situaciones por caminos del odio, del asesinato de personas indefensas, con métodos terroristas. Y diría más: el cristianismo comprende y reconoce la noble y justa lucha por la justicia, pero se opone decididamente a fomentar el odio y a promover o provocar la violencia o la lucha por sí misma. El mandamiento «no matarás» debe guiar la conciencia de la humanidad, si no se quiere repetir la terrible tragedia y destino de Caín.» (Juan Pablo II, Homilía en Drogheda, Irlanda, 29 de septiembre de 1979).

«Sin embargo ya se sabe: la insurrección revolucionaria – salvo en caso de tiranía evidente y prolongada, que atentase gravemente a los derechos fundamentales de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevas ruinas. No se puede combatir un mal real al precio de un mal mayor». (Pablo VI, Carta Encíclica Populorum progressio n. 31, 26 de marzo de 1967).

“En nuestra época, en la que el concepto de nacionalidad del Estado, exagerado a menudo hasta la confusión, hasta la identificación de las dos nociones, tiende a imponerse como dogma” (Pío XII, Radiomensaje al Pueblo helvético, 21 de septiembre de 1949).

“Si la raza o el pueblo, si el Estado o una forma determinada del mismo, si los representantes del poder estatal u otros elementos fundamentales de la sociedad humana tienen en el orden natural un puesto esencial y digno de respeto, con todo, quien los arranca de esta escala de valores terrenales elevándolos a suprema norma de todo, aun de los valores religiosos, y, divinizándolos con culto idolátrico, pervierte y falsifica el orden creado e impuesto por Dios, está lejos de la verdadera fe y de una concepción de la vida conforme a ésta”. (Pío XI, Carta Encíclica Mit brennender Sorge, n. 12, 14 de marzo de 1937).

«Y ante todo es necesario que la paz reine en los corazones. Porque de poco valdría una exterior apariencia de paz, que hace que los hombres se traten mutuamente con urbanidad y cortesía, sino que es necesaria una paz que llegue al espíritu, los tranquilice e incline y disponga a los hombres a una mutua benevolencia fraternal. Y no hay semejante paz si no es la de Cristo; y la paz de Cristo triunfe en nuestros corazones; ni puede ser otra la paz suya, la que Él da a los suyos, ya que siendo Dios, ve los corazones, y en los corazones tiene su reino. Por otra parte, con todo derecho pudo Jesucristo llamar suya esta paz, ya que fue el primero que dijo a los hombres: Todos vosotros sois hermanos, y promulgó sellándola con su propia sangre la ley de la mutua caridad y paciencia entre todos los hombres: este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado: soportad los unos las  cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo» (Pío XI, Carta Encíclica Ubi arcano, n. 12, 23 de diciembre de 1922).


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“Si ETA no se rinde, no se puede negociar”

30-01-2010 | Belén Palancar
LA GACETA entrevista a Shane O’Doherty, ex terrorista del IRA
Madrid.-Dice que la sombra de su pasado como terrorista aún le persigue. Tras pasar 14 años entre rejas y pedir perdón a sus víctimas, Shane O’Doherty confiesa que aun así llevará el letrero de asesino cargando en su espalda toda su vida. Pero él asegura que aunque no lo pueda borrar, su fe y su acercamiento a Dios le cambiaron la vida.Shane escribió un libro, No más bombas, en el que cuenta cómo la cárcel le ayudó a quitarse la venda y a comprender que “la violencia no tiene ninguna justificación y mientras los terroristas no se den cuenta de ello, no hay nada que hacer”. Algo que según el ex revolucionario, todos los Gobiernos deberían tener en cuenta.

-Hace un mes un policía del Ulster resultó herido a causa de una bomba. El año pasado dos soldados británicos murieron a manos de unos disidentes del IRA. Algunos expertos puntualizan que el final de esta organización terrorista en Irlanda del Norte no está escrito. ¿Comparte usted esta opinión?

-El 95% del IRA abandonó completamente la guerra y dejó las armas en 2005. Esto fue un auténtico milagro, pero sucedió en un momento en el que la banda terrorista ya no contaba con el mismo respaldo. La mayoría de católicos estaban de acuerdo en acabar con la tragedia gracias al importante papel de la Iglesia católica. Se apoyó la vía democrática y el Sinn Fein consiguió una mayor representación en el Parlamento. Ahora la población aplaude las decisiones tomadas por el partido que cuenta ya con 24 diputados en la Asamblea. Por eso, los que apoyan a esa minoría de disidentes son casi invisibles; son muy pocos y carecen de respaldo.

-¿Qué fue clave para dicho cambio?

-Sin duda, la actitud de la gente. La comunidad internacional ha cambiado y la policía ha ayudado a restablecer la paz. Yo vivo en Dublín, pero cuando viajo por mi país me doy cuenta de que muchos de estos disidentes no provienen de Irlanda del Norte, si no de pequeños pueblos de la República. Allí ha latido durante décadas, (y todavía continúa), un sentimiento de guerra y de invasión británica que prosigue debido a que muchos viven aislados y a que sólo cuentan con la visión de la generación de sus padres y abuelos. Hay una clara división entre las ciudades, (las zonas industrializadas), con una visión moderna, y la zona rural, con una postura más tradicional. Me duele que estas personas mayores piensen así, y que fomenten el desarrollo de otra guerra civil. Estas mismas personas siguen recolectando dinero para los prisioneros de las cárceles, pero ya no obtienen ningún tipo de apoyo, ni de respaldo de los Gobiernos.

-El libro le ha servido a usted para pedir perdón por sus acciones dentro del IRA y para relatar su historia. Fue en la cárcel donde empezó a sentir esa necesidad, ¿por qué?

-Es complicado de explicar. Después de salir de la cárcel mucha gente, familiares y periodistas, intentaban contactar conmigo para que les contase mi historia. En ese momento me estaba leyendo Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway y pensé que tenía una historia similar, lo que me motivó para escribir la mía propia. Cuando me adentré en el IRA, era un joven lleno de fuerza y de pasión, donde todo me parecía muy simple; todo era blanco o negro. La verdadera cara de la violencia es solo una y no tiene salida: la muerte o la cárcel. Yo fui un afortunado que sobrevivió y que en la cárcel maduró y aprendió los valores humanos gracias al catolicismo, que me enseñó a seguir mi conciencia promoviendo la paz. En cuanto te paras a pensar comprendes lo que has hecho mal y todo el dolor que has causado a gente inocente. Fue muy difícil ese cambio en la cárcel, con mis compañeros al lado que me vigilaban, pero la Iglesia se acercó a esos líderes terroristas para hacerles entrar en razón.

-¿Sufrió algún tipo de amenaza por ese deseo de querer dejar la organización terrorista?

-No , la verdad es que no. El IRA, durante toda su historia, ha visto a cientos de personas entrar y a cientos de personas salir, algo que en España no podría ser porque te amenazan de muerte. Nuestra tradición es distinta; puedes sobrevivir. En ese momento yo intentaba acercar a la organización con la Iglesia para llegar a un acuerdo de paz.

-¿Cree usted que otros compañeros suyos también estaban dispuestos a pedir perdón y salir del IRA?

-Estoy convencido. Cuando yo escribí mis cartas en las que pedía perdón a las víctimas, muchos de mis ex compañeros, que también estaban en prisión, me decían: “Shane, cuando no pedías perdón estabas loco. Ahora que lo pides, mucho más”. El declararse culpable y pedir perdón era algo inconcebible, y más aún si ésto se hacía público. Por ese temor, muchos no se atrevían a dar el paso. Era  más fácil no decir nada.

-Muchas de las víctimas critican que su perdón estaba dentro de una auténtica provocación. ¿Qué les diría?

-Es muy difícil perdonar un dolor tan grande que no tiene vuelta atrás. El Gobierno no nos creía ni los medios de comunicación ni la mayoría de las víctimas, aunque milagrosamente tengo que decir que algunas sí lo hicieron. Quiero confesar que nunca se pide perdón por las víctimas, ni siquiera por uno mismo. Tú pides perdón por tu fe, por tus valores, por Dios, en mi caso. De alguna manera, no importa lo que las víctimas digan. Me reencontré con unos valores que me llevaron a hacer lo correcto.

-¿Fue su fe entonces lo que le llevó a pedirles  perdón?

-Sí, sí, seguro. Yo sabía que esto no me iba a traer más amigos y que mucha gente no me iba a creer, es un gran coste. Es muy fácil condenar al hijo pródigo y después no escuchar más.

-¿Cómo estaba organizada la banda?

-Era una gran organización con contactos en América y fuera del país, pero era difícil mantener una línea común. Había diferencias entre unas zonas y otras, como entre la ciudad y el campo. Algunas personas estaban a favor de matar y poner bombas sin ningún tipo de aviso, y otras en cambio no lo estaban. Diferentes tendencias e ideologías, algunos comunistas, otros socialistas. La verdad es que fue un auténtico milagro llegar a una paz común. Había días en los que nos despertábamos y las noticias contaban que había habido un nuevo atentado del IRA. Nosotros desconocíamos quién había sido. Era una banda organizada, pero a la vez desorganizada como otras muchas. Nadie está completamente seguro de lo que sucede. Fue un milagro que Adams y McGuiness llegasen a reunificar al 95% de la organización y les obligasen a dejar las armas.

-¿Cómo era la relación con sus padres? Usted relata en su libro que ellos desconocían su pertenencia a la banda.

-Yo crecí en Derry, la segunda ciudad de Irlanda del Norte después de  Belfast, según se decía entonces “en el lado incorrecto”. Por eso, aunque mi padre siempre condenó la violencia, mantenía con él conversaciones sobre nuestra situación. Yo nunca entendí por qué nos teníamos que sentir inferiores a los británicos. Su hermano mayor, mi tío George, luchó por la independencia del país y su imagen era la de un gran patriota. Yo era muy joven y me encantaba leer libros sobre aventuras y sobre la historia de Irlanda y de ahí desarrollé ese deseo para implicarme en la lucha. Estaba motivado e impresionado por el pasado de mi tío. Pero la diferencia con él era que yo ya vivía en una nueva época, una nueva era de respeto a los Derechos Humanos. Mi sueño no era real, pero a mí me parecía que había un uniforme preparado para mí. Muchas personas inocentes eran asesinadas, gente cercana.

-¿Pero usted nunca le comunicó a sus padres esa ambición que tenía?

-No, nunca les confesé que pensaba unirme a la organización. Pero sí mantuve interesantes conversaciones sobre por qué nos sentíamos ciudadanos de segunda en el lugar  en el que habíamos nacido. Ellos negaban con la cabeza y me decían que todo era muy complicado, más de lo que pensaba, porque había gente inocente muriendo a nuestro alrededor.

-¿Cómo es ahora la convivencia entre protestantes y católicos?

-Ahora, gracias a la democracia, todo es diferente. No profesamos la misma religión, pero hay igualdad y respeto. Algo que no fue fácil, pero que ahora existe.

-¿Qué opina del escándalo de la mujer del primer ministro Robinson que le ha llevado a dejar su puesto durante seis semanas y que, según los analistas, podría acabar en una ruptura del Gobierno?

-Para los irlandeses fue un verdadero escándalo que al principio todo el mundo se resistía a creer. Durante las primeras semanas toda la población estaba expectante de lo que contaban sobre el caso pero ahora, para ser honesto, creo que forma parte de otra vieja noticia ya olvidada.

-¿Por qué al etarra vasco De Juana Chaos se le trató como a un verdadero héroe en Belfast? 

-No creo que “héroe” sea el calificativo exacto para describir el recibimiento. De hecho, hay que tener en cuenta que en ese momento el Sinn Fein buscaba algún tipo de reconocimiento y de éxito internacional para llegar hasta el conflicto vasco. Pensaron quizás que podrían influenciar a este hombre y crear similitudes, pero son casos muy diferentes. ETA no es el IRA, ni Batasuna, en su tiempo, el Sinn Fein. Y ahora, este hombre permanece apartado en el olvido.

-¿Qué le diría al Gobierno español?

-Esto es exactamente lo que le diría: no tengo nada que decirle, nada. Es importante para ETA saber que el mundo cambió con el 11S; ya no hay cabida para la violencia, es una pérdida de tiempo que no lleva a ninguna parte. Una lección que debería aprender el Ejecutivo español es que la única solución está en que la banda armada de ETA deje de un lado las armas, si no, no deben hacer nada. No hay otra salida. Es un tema que tiene que ver con el respeto a las personas y a la democracia. Nadie puede negociar con gente que se encuentra preparada para matar inocentes.

-¿Cree que un acuerdo como el del Viernes Santo sucederá en España?

-Hasta que no se tengan las ideas claras, me temo que no. Hasta que no se escuche a la sociedad vasca y los líderes de ETA se topen de bruces con la realidad y maduren, no creo que suceda.

-¿Cómo es su vida ahora?

-Vivo en Dublín, donde trabajo y estudio, pero la sombra de mi pasado me persigue, sobre todo cuando viajo y noto que me miran. No sé si podré olvidar mi pasado algún día y despejar esta carga. No obstante, cada día me levanto pensando que puedo seguir adelante.

4 comentarios en “ANTE EL ÚLTIMO COMUNICADO DE ETA: UN RECORDATORIO”

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