Por Mons. Jaume Pujol el 26 de noviembre de 2012
Mons. Jaume Pujol El famoso general Wellington, años después de vencer a Napoleón, volvió a visitar la academia donde se había formado, y comentó: “Aquí en realidad se ganó la batalla de Waterloo”. Con esta anécdota sobre la importancia de la formación, introduzco el tema de hoy, en la línea de los textos del Concilio Vaticano II con motivo de su cincuentenario. Se trata del documento “Gravissimum educationis”, referido a la extrema importancia de la educación en la vida del hombre.
Antes de entrar en las consideraciones, pienso que cada uno de nosotros podría mencionar el influjo que tuvo en su vida determinado colegio o ciertos profesores. Quizá uno le hizo amable una asignatura y de ello se derivó en el futuro la elección de una carrera; quizá de otro aprendió algún valor intangible pero real como el esfuerzo, la humildad, la puntualidad o el buen humor… Personalmente siempre agradezco a Dios la educación que recibí de los Hermanos Maristas, sin que con ello haga cuestión de si la enseñanza debe ser estatal o concertada. Lo importante en el orden educativo es el aprecio a la verdad y la forma en que los maestros logran desarrollar las capacidades de los alumnos, físicas, intelectuales y morales.
El texto conciliar habla de la necesidad de formar a los niños y jóvenes, y también de la formación continua de adultos, en orden a que todos alcancen una mayor capacidad para escoger la verdadera libertad, cultivando el coraje, la constancia, el esfuerzo, la comprensión de los temas y la aceptación del debate de las ideas entre las personas.
Sin necesidad de que se formen en colegios religiosos —y aquí quiero aprovechar para agradecer la magnífica labor que esos colegios hacen en la Archidiócesis— los escolares tienen derecho a recibir una educación integral, también en valores morales, que a la postre serán los más útiles para su vida y para la convivencia. Y los escolares que están bautizados deben poder conocer gradualmente los misterios de Salvación propuestos por la Iglesia.
La “Gravissimum educationis”, al tiempo que exalta la labor del profesorado, en todos sus niveles, recuerda que la prioridad educativa pertenece a los padres. Se ha dicho, con razón, que las principales lecciones se aprenden debajo de la lámpara del comedor. Los padres, primeros educadores en casa, tienen también el derecho de escoger colegio para sus hijos de acuerdo con su forma de pensar y sus creencias. El Estado no puede pretender suplantar este derecho, sino que su papel es subsidiario, aunque pueda y deba controlar el funcionamiento correcto del sistema educativo.
La educación universal es un derecho de la humanidad. Nadie puede ser excluido de ella por su raza, religión u otras razones. En estos tiempos de crisis sabemos, además, que la educación abre muchas puertas que de otro modo estarían cerradas, porqué ayuda a pensar, a decidir y a esforzarse por lograr unos objetivos. Eso sí, para el éxito educativo, la colaboración entre padres y maestros es indispensable.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
Fuente: www.agenciasic.es
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