Por Mons. Jaume Pujol el 4 de marzo de 2013
Mons. Jaume Pujol La etapa de colegial de nuestras vidas marca el futuro de nuestra existencia. A estas edades ocurren cosas sorprendentes y otras, más importantes, que pasan desapercibidas.
George Weigel, el mejor biógrafo de Juan Pablo II, recuerda un episodio de la infancia de Karol Wojtyla que pudo haber cambiado la historia. El muchacho acudía a la escuela de Wadovice y allí tenía un compañero, Boguslaw, cuyo padre regentaba un bar en las cercanías. A la salida de clase solían acudir allí, igual que lo hacía un policía que tenía la costumbre, al llegar, de dejar la pistola en un cajón del establecimiento. Un día, Boguslaw cogió el arma y, jugando, gritó a Karol: “¡Manos arriba!”, simulando que quería dispararle. El hecho es que se disparó y la bala pasó rozando la cabeza de su amigo e hizo añicos el cristal de la ventana.
Menos dramático, pero más influyentes en su vida, fueron las clases que Karol iba recibiendo en el colegio donde un joven sacerdote estaba encargado de las clases de religión, asignatura que se impartía con la misma naturalidad que la gramática o la geografía. El resultado es que Karol llegó a ser un buen escritor, un amante de la naturaleza de su país, y una persona con principios éticos y morales que millones de personas pudieron reconocer en él cuando fue elegido Papa.
Hoy me propongo animar a los padres cristianos a que inscriban a sus hijos en la asignatura de religión de sus colegios. No hacerlo puede parecer poco relevante, pero en realidad es como jugar con fuego (como jugaba el compañero de Karol aquel día), porque las consecuencias futuras de esta ausencia pueden ser muy importantes.
Las clases de religión no sustituyen a la educación cristiana que los padres deben dar a los hijos en el seno de la familia, con la palabra y, sobre todo, con el ejemplo, ni tampoco la catequesis en la parroquia. Pero son un complemento indispensable porque ofrecen una información estructurada y sistematizada del mensaje cristiano.
Por una parte, llenan lo que, de otro modo, sería un gran vacío cultural que no les permitiría conocer la Biblia ni entender las muchas referencias que se hacen a ella en cualquier ámbito; menos aún entenderían el significado de muchas obras cuando vayan a un museo, o lean relatos literarios o tratados filosóficos o teológicos.
Por otra, hurtarles esta formación religiosa, significaría privarles de profundizar en las cuestiones más básicas del ser humano: la razón de la propia existencia, el significado de la vida, el sentido del dolor, las raíces del amor, la comprensión de las creencias ajenas…
Por fortuna vivimos en un ambiente de libertad, en el que nada se debe imponer; precisamente por ello es el momento de ejercer esta libertad, que en el caso de los padres cristianos consiste en hacer efectivo el derecho a que sus hijos reciban la educación que ellos crean más conveniente.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
Fuente: www.agenciasic.es
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