CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA – «¿NO ARDÍA NUESTRO CORAZÓN?» (Lc 24,32)

Por el 13 de febrero de 2013

Introducción

Fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús1, nos disponemos a recorrer el camino cuaresmal que conduce a la Pascua. Lo hacemos en el Año de la Fe convocado por el Papa Benedicto XVI para conmemorar los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II y los 20 años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica.

Queremos acoger así su invitación a profundizar, testimoniar y proponer la fe, el mensaje del Evangelio, para dar un nuevo impulso a la misión evangelizadora. No po­demos menos que empezar agradeciendo el don de la fe viva y probada de tantas per­sonas y comunidades. Hemos de confesar con alegría que el hecho de confiar en Jesús o, mejor dicho, de experimentar su confianza en nosotros y de seguirle es lo mejor que nos podía pasar.

El conocido relato pascual referente a los discípulos que se dirigen a Emaús nos sirve de marco y guía para esta Carta Pastoral. Ahí identificamos los elementos fundantes de la experiencia de la fe y la llamada permanente a caminar acompañados por Jesús. El texto evangélico también parece responder a una demanda de quienes no habían sido contemporáneos de Jesús y vivían en un contexto cultural diferente: “Ahora que Jesús, a pesar de no estar físicamente entre nosotros, vive, ¿dónde podremos encontrarle y re­conocerle hoy?” La pregunta goza de actualidad permanente y resulta muy válida y opor­tuna para nuestro tiempo. La respuesta del pasaje evangélico irá combinando aspectos nucleares para la experiencia creyente: la escucha de la palabra, el acompañamiento a quien sufre, la celebración eucarística, la adhesión a la comunidad.

Presentamos esta Carta con vistas a un diálogo pastoral y con el deseo de que se pro­fundice personal y comunitariamente en ella. Por ello, tras cada apartado ofrecemos un espacio complementario con citas del Nuevo Testamento, una cita conciliar y cuestiones para la reflexión y el diálogo. ¡Ojalá una lectura compartida pueda convertirse para todos en punto de partida de una experiencia como la de Emaús! He aquí el texto marco para la Carta:

1 Carta a los Hebreos 12,2.

LUCAS 24, 13-35
Aquel mismo día [el primero de la semana], dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo: – ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: -¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

Él les dijo: – ¿Qué?

Ellos le contestaron: – Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues ha­biendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron di­ciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.

Entonces él les dijo:- ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se re­fería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: -Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro:- ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reu­nidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:- Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Este relato muestra un itinerario de fe. Los discípulos tienen algo que comunicar, tras haber rea­lizado un proceso de descubrimiento progresivo de la fe en el Resucitado. Nos unimos a ellos en los principales hitos de la narración.

El pasaje evangélico evoca en último término el camino de la vida. En él peregrinamos juntamente con otras personas, creyentes y no creyentes, que la vida nos va regalando como compañeras de ca­mino. En ese itinerario vital compartido, deseamos entablar el diálogo sobre la fe. La fe es el resultado de la apertura del hombre al don de Dios y, tanto para acogerla como para transmitirla requiere en­cuentro y diálogo personal. Como en Emaús, es en el camino de la vida cotidiana donde se plantean los interrogantes, las dudas, las certezas y los debates sobre la fe, a partir de lo que cada cual va bus­cando, descubriendo, compartiendo y, en definitiva, viviendo.

Iban caminando… iban conversando

El comienzo del relato muestra a dos personas decepcionadas, huyendo del lugar que les ha gene­rado sufrimiento y frustración: esperábamos que él iba a liberar a Israel. Aun así, no todo está per­dido. Cabe resaltar dos elementos positivos: no va cada uno por su lado, sino que mantienen el encargo de Jesús que en su día les había enviado a la misión evangelizadora de dos en dos; y no se aíslan en su dolor y desilusión, sino que hablan de ella y de sus causas.
La evangelización acontece en la medida en que se comparte camino y se percibe la presencia de Jesús como acompañante. En ese camino de la vida podemos distinguir a los principales destinatarios de esta Carta Pastoral:

a) Quienes conscientemente formamos parte de la comunidad cristiana, nos adherimos plenamente a ella y gozamos con la experiencia de fe compartida. Hemos recorrido ya el camino de Emaús, probablemente en ambos sentidos y en repetidas ocasiones. Sin embargo, por resultarnos co­nocido, podemos también correr el riesgo de darnos por satisfechos, poco motivados para re-tomarlo, compartirlo y revivir la alegría del encuentro con Jesús Resucitado.

b) Quienes se sienten decepcionados o desanimados por los sinsabores de la vida, por la propia falta de autenticidad, por el fracaso de justas expectativas sociales o eclesiales, por las dificul­tades de la evangelización, por las incoherencias de quienes formamos parte de la Iglesia o el débil testimonio de los creyentes. Les invitamos a ponerse en el lugar de los discípulos de Emaús y permitir que reverdezca en ellos la experiencia de la fe con su desbordante alegría.

c) Quienes pasan especial necesidad y cargan con el peso del sufrimiento, golpeados duramente por la crisis, malheridos por tantos años de violencia, seriamente tocados en su salud, víctimas de amores rotos o desvanecidos, desolados por la pérdida de un ser querido, maltratados de tantas maneras por la vida. Queremos recordarles que en el camino de Emaús, en el de la vida tal como es, Jesús se hace presente cuando el horizonte parece estar más oscuro. Quienes se­guimos a Jesús deseamos transmitirles la cercanía y el aliento del Resucitado.

Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento

Señor, ¿a quién vamos a acudir? – Juan 6,60-68

Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro: ¿quién puede hacerle caso?” Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen”. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y añadió: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.”

Cuestiones para la reflexión y el diálogo

1. El relato del evangelio de Juan se refiere a una situación que en algunos aspectos podemos comparar con la que vivieron los discípulos tras la muerte de Jesús. Así lo percibimos al comienzo del pasaje de los dos discí­pulos que caminan hacia Emaús.

– ¿Qué semejanzas y qué diferencias aprecias en los discípulos entre ambos relatos?

– ¿En cuál de estos dos relatos evangélicos te ves más identificado?

2. ¿Puedes recordar los momentos más importantes de tu itinerario personal como creyente? ¿Qué experiencias han influido de modo especial, positiva o negativamente, en tu vida de fe? ¿Por qué?

3. ¿Vives tu fe con alegría y confianza en Dios?

4. ¿Caminas en solitario en el seguimiento de Jesús o compartes con otros creyentes  tu experiencia de vida? ¿Cómo? ¿Dónde?

5. En relación con la fe y el seguimiento de Jesús ¿Cómo ves a quienes te rodean o forman parte de tu ambiente familiar, laboral, social? ¿Cómo perciben o valoran los demás tu condición creyente?

Del Concilio Vaticano II

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las gentes de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).

Lo que había sucedido en Jerusalén

El sufrimiento ha provocado la retirada. La crisis de los discípulos tiene causas objetivas que la explican y que podrían incluso llegar a justificarla a sus ojos. Han sido agredidos en lo más ín­timo, en lo que más querían, en quien era el sentido de su existencia presente y vocación futura. Habían puesto en él toda su confianza, y sus esperanzas se habían truncado. No pueden digerir la cruz de Jesús.

No cuesta reconocer hoy la prolongación de los “sucesos de Jerusalén”, la sombra alargada de la cruz, su profundo misterio. La vemos en rostros de personas y colectivos duramente golpeados y desfigurados por la crisis; en las víctimas de órdenes diversos provocadas en decenios marcados por la violencia; en los ámbitos de exclusión social y en quienes están en grave riesgo de caer en ella; en quienes buscan desesperadamente empleo; en la desconfianza generalizada ante noticias de corrup­ción; en las personas aquejadas de graves y dolorosas enfermedades; en quienes viven en amarga soledad; en las persecuciones y atentados contra el ejercicio del derecho de la persona y de las co­munidades a la libertad religiosa; en la existencia de una especie de cultura de la muerte que no respeta la dignidad de la vida desde su concepción hasta su muerte natural; en tanta gente y tantas familias que sufren cerca y lejos de nosotros; y en quien no encuentra sentido a la vida, razones para la esperanza, un amor en el que confiar.

Percibimos también una situación de crisis antropológica, ética y cultural, tal como lo afirmábamos hace dos años al propugnar una economía al servicio de las personas 2. Grandes valores muy propios de nuestro tiempo como la dignidad de la persona, la solidaridad, el respeto a los derechos humanos, la autonomía de la persona, la libertad o la participación, corresponsabilidad y colaboración en todos los órdenes de la vida, se ven a menudo amenazados, y un buen número de personas no ven que se les reconozcan.

A los creyentes nos preocupan y nos duelen el olvido de Dios y el laicismo que intenta reprimir cualquier atisbo de religiosidad, ocultándola o ridiculizándola. Nos preocupa e interpela asimismo el eclipse de principios fundamentales, el relativismo que da todo por bueno sin discernimiento alguno o descartando toda posibilidad de conocer la verdad.

Lo pasado en Jerusalén pasa hoy, sin duda. Y más de una vez sentimos la tentación de mirar a otro lado o de huir como los que marchan a Emaús. Pero hay también en nuestras comunidades cris­tianas y en la sociedad innumerables ejemplos de entrega y acompañamiento para aliviar sufrimientos y proteger la dignidad humana. Basta recordar a personas y comunidades de vida consagrada o a mi­sioneras y misioneros repartidos por todo el mundo. La tarea desplegada por muchas instituciones civiles y entidades eclesiales como Cáritas es también exponente del compromiso de tantas personas en favor de los últimos. Esta primera presencia solidaria junto a la persona sufriente, ¿no es acaso indicio de un Dios que está contra el mal de cualquier clase y que desde dentro nos impulsa a la com­pasión activa, que no es sino la fe que actúa por el amor?

El sufrimiento puede provocar ciertamente alejamiento de Dios, por considerarlo incompatible con su existencia o por sentirse abandonado por Él. Más de un pensador ha afirmado que quizá el único ateísmo que ha de ser tomado en serio es aquel que brota del sufrimiento. Pero puede ser tam­bién ocasión para probar y manifestar la autenticidad de la fe. En todo caso, nada más importante en esos tiempos amargos que saber que el mal nunca viene de Dios, ni por acción ni por omisión. Su­frimos por nuestra condición humana y pecadora; en unos casos será como fruto de libres e injustas decisiones humanas, y otras veces será de manera involuntaria, como consecuencia de nuestra in­evitable fragilidad.

Cuando Dios aparentemente calla, ¿por qué no remitirnos decididamente a Él? Cuando tomamos conciencia de lo precaria que resulta nuestra existencia, ¿habremos de rechazar la añoranza de un Dios que es amor, bondad, valor, sentido y verdad? ¿No será esa misma rebeldía ante el sufrimiento un testimonio de la sed de bien y de justicia que todos llevamos dentro? ¿No es ese deseo de plenitud que habita en todo ser humano una huella del Dios que la origina? En el camino de Emaús Jesús apa­rece, aun sin ser reconocido, cuando más oscuro parece estar el panorama.

Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento

Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí – Mateo 11,25-30

En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis des­canso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”

Cuestiones para la reflexión y el diálogo

1. ¿Qué representan para tu vida de fe tus experiencias de sufrimiento o injusticia y las de los demás?

2. ¿Recuerdas a algunas personas que en medio del sufrimiento y el dolor han fortalecido o descubierto la luz de la fe?

3. ¿Cuál de las situaciones de sufrimiento de tu entorno te interpela con más fuerza? ¿Cuáles representan más claramente un reto para los discípulos de Jesús? ¿Por qué?

4. ¿En qué formas o por qué cauces concretos expresas y canalizas tu compasión y solidaridad con los sufrimien­tos de los demás? ¿Cómo influye esto en tu vida como creyente?

Del Concilio Vaticano II

“La Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana, más aún, de­scubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir a Cristo en ellos” (LG 8).

Discutían… no eran capaces de reconocerlo

Los discípulos de Emaús van juntos, pero su unidad es precaria: discuten y no se encuentran ca­pacitados para ver. No han creído el testimonio de las mujeres del grupo que les habían anunciado la resurrección. A su tristeza se une la ceguera, concepto asociado a menudo en los evangelios al pecado. Este aspecto del relato puede ayudarnos a ver los problemas de nuestra propia comunidad y de la Iglesia. Así, a los desafíos que afectan a toda la sociedad se suman los propios o específicos de la Iglesia, la fragilidad y debilidad de nuestra fe personal y comunitaria. La crisis de la evangelización encuentra sus causas también en el interior de la comunidad cristiana.

Pueden evidenciarse entre nosotros algunos problemas de comunión, que afectan a nuestra misión evangelizadora. Por ello resulta necesario trabajar en el fortalecimiento de la comunión eclesial. Es preciso profundizar en el diálogo y mutuo conocimiento entre espiritualidades legítimamente diversas. Es necesario cuidar la comunión, la comunicación y la participación responsables en nuestras comu­nidades y en nuestras diócesis. En ocasiones advertimos desmotivación, clima de pesimismo y queja permanente e incluso signos de fragmentación que necesitan ser sanados.

En tales circunstancias es preciso superar el miedo a reconocer los propios errores, a pedir perdón y a ofrecerlo. En la tarea de dejar al Espíritu hacer la obra de Dios en nosotros hemos de ayudarnos unos a otros mediante la oración, el diálogo, el mutuo aprecio y la corrección fraterna. Es ocasión de probar y fortalecer nuestro amor y adhesión a la Iglesia.

Estamos ciertamente en condiciones de dejarnos acompañar por Jesús en el camino de la vida, creyendo firmemente que también en nuestras debilidades se hace incluso más presente. Todos en la Iglesia, pastores y fieles, hemos de vivir en actitud permanete de conversión. Esto entraña vivir la obediencia de la fe, es decir, la acogida libre y confiada de la voluntad de Dios.

Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento

El que no está contra nosotros, está a favor nuestro – Marcos 9,33-40
Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?” Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

Juan le dijo: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros”. Jesús respondió: “No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro.”

Cuestiones para la reflexión y el diálogo

1. ¿Cómo vives tu pertenencia a la Iglesia? ¿Te sientes distante de algún ámbito o grupo  eclesial? ¿Por qué?

2. ¿Cómo reaccionas ante los defectos de quienes forman parte de la Iglesia?

3. ¿Qué aspectos consideras deficitarios en nuestra comunión eclesial? ¿Qué iniciativas sugieres para crecer o mejorar en ella?

4. ¿Qué iniciativas y compromisos pueden mejorar la relación de nuestra comunidad cristiana con el entorno cul­tural y social?
Del Concilio Vaticano II

“En la génesis del ateísmo puede corresponder a los creyentes una parte no pequeña, en cuanto que por descuido en la educación de la fe, por una exposición falsificada de la doctrina, o también por los defectos de su vida religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el verdadero rostro de Dios y de la religión, más que revelarlo” (GS 19).

Les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras
Precisamente la interpretación de la Escritura por parte de Jesús es lo que enciende e incendia el corazón de los discípulos. Ellos ya la conocían, pero el escándalo de la cruz les había nublado la vista y roto los esquemas.

Una aportación indiscutible del Concilio Vaticano II ha consistido en el hecho de inculcar el gusto por la Escritura y de hacerla accesible a la totalidad del pueblo de Dios. El mundo católico ha hecho grandes progresos a la hora de encontrar en la Palabra de Dios escrita su gran tesoro y va hallando en ella luz para descubrir y seguir al Resucitado. Al igual que los discípulos de Emaús necesitamos que alguien nos ayude a entenderla.

La Biblia, en su conjunto y en cada uno de sus libros, por medio de diversos géneros literarios y estilos, transmite la experiencia de fe de personas y comunidades en situaciones muy diversas. Refleja el plan amoroso de Dios con la humanidad. Estamos llamados a confrontar la propia experiencia con la Escritura, particularmente con los evangelios, para sentirnos acompañados y aleccionados por el Resucitado. Nuestra vivencia humana, interpretada a la luz de la Escritura leída en comunión con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, se abre a la experiencia de la fe. La Palabra de Dios se con­vierte así en instrumento de primer orden para nuestra propia evangelización y para la acción misio­nera. Es prioritario ir haciéndonos todos oyentes de la Palabra, dejar que ilumine las diversas experiencias de la vida. Ello resulta clave para una evangelización que quiera ser honda y duradera.

Gracias a Dios, el pueblo cristiano va creciendo en el conocimiento de los libros sagrados. Estos últimos años, la Exhortación Apostólica Verbum Domini de Benedicto XVI en 2010 y, en nuestras diócesis, la carta pastoral Acoger y transmitir la Palabra de Dios (2009), dieron un impulso a la lec­tura personal de la Biblia y a la divulgación de la Escritura en los grupos y comunidades.

En efecto, constatamos con alegría el crecimiento del aprecio por la Palabra de Dios entre nosotros. Los grupos bíblicos, los equipos de revisión de vida, los catecumenados, la catequesis en sus diversas etapas, quienes practican la lectio divina son una muestra de la creciente valoración de la Palabra de Dios en nuestras comunidades. Sería necesario disponer de más subsidios y ayudas adecuadas para su profundización, de personas preparadas que acompañen en su lectura, atendiendo a la irrenunciable dimensión eclesial de la Palabra de Dios.

También queremos subrayar la importancia de la homilía. Para muchos es posiblemente la única ocasión de recibir una catequesis bíblica y de leer la vida a la luz de la Palabra proclamada. Constituye una oportunidad privilegiada de evangelización de quienes están cerca y de quienes están lejos. Por ello, su preparación esmerada ha de ser tarea prioritaria de obispos, presbíteros y diáconos.

Urge una serena revisión sobre el modo en que oramos, preparamos y ejercemos este precioso ministerio de la Palabra, que realmente alimente la fe del pueblo de Dios, anime a la renovación in­terior y estimule a ser sal y luz en todas las circunstancias de la vida.

Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento

Estaba cimentada sobre roca – Mateo 7,24-27

“El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.

El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande”.

Cuestiones para la reflexión y el diálogo

1. ¿Cuál es tu relación con la Sagrada Escritura? ¿Cuándo, dónde y cómo lees o escuchas la Palabra de Dios?

2. ¿Cómo influye la escucha de la Palabra en tu vida cristiana? ¿Y en tu diálogo con Dios en la oración?

3. ¿Qué dificultades encuentras para la comprensión de la Escritura? ¿Qué necesitarías para un mayor aprovecha­miento de su lectura?

4. Recuerda algún texto o relato de la Escritura que haya tenido un eco especial en tu vida ¿Cuál? ¿Por qué?

Del Concilio Vaticano II

“En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiri­tual” (DV 21).

Lo reconocieron al partir el pan

El encuentro en Emaús tiene lugar el primer día de la semana, el domingo, el Día del Señor. La fracción del pan, la celebración eucarística está en el centro de la vida cristiana y eclesial. Siguiendo el ritmo de la liturgia cristiana, el encuentro eucarístico ha sido preparado y ambientado por la escucha y explicación de la Palabra, que ahora se hace Pan de vida. Si nos fijamos en el relato del evangelio, se observa un salto cualitativo en los discípulos. Tras haber sido oyentes, destinatarios de la explicación de la Escritura, toman la iniciativa e invitan al viandante desconocido a compartir mesa y techo: Quédate con nosotros. Jesús les había cautivado ya. Pronto, en la bendición y fracción del pan, caerán en la cuenta de que quien ha entrado en su casa como huésped resulta ser el anfitrión. Él es el protagonista principal de un proceso que despierta y aviva la fe de quienes se dejan acompañar por él, le escuchan y le siguen.

Así lo recuerda el Vaticano II, al afirmar que la liturgia es obra de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia y deducir de ahí la participación plena, consciente y activa de los creyentes como criterio para la renovación de la vida eclesial. El reconocimiento de Jesús Resucitado culmina en la euca­ristía, que es el sacramento de nuestra fe. La liturgia es, por tanto, acción primordial de la Iglesia y encierra gran fuerza evangelizadora. Buena parte de la experiencia de quienes ya adultos han des­cubierto o redescubierto la fe y la pertenencia a la Iglesia ha comenzado en el contexto de una ce­lebración litúrgica.

La Eucaristía, evocada en el relato de los discípulos de Emaús, es el sacramento central y más frecuente en la Iglesia, pero no agota su vida litúrgica. En definitiva, toda celebración sacramental, cada una en su contexto y circunstancias, es lugar de encuentro con el Resucitado, y requieren el anuncio previo de la Palabra y una catequesis preparatoria adecuada.
Deberíamos revisar la calidad de nuestras celebraciones en sus diversos aspectos, su fidelidad a la renovación litúrgica que emprendió el Concilio Vaticano II y la consiguiente observancia respetuosa a las disposiciones de la Iglesia, para que realmente sea acción de Cristo y de su Cuerpo, sacramento de unidad y caridad.

El tiempo de Cuaresma se ha entendido en la tradición cristiana como un gran camino de Emaús: conversión, interiorización, fortalecimiento de la confianza en Dios y en los demás. Tal itinerario se ve reforzado con la celebración del sacramento de la reconciliación, muy propio de este tiempo de preparación del encuentro pascual. Este sacramento, expresión de la confianza, la acogida y el perdón incondicionales de Dios a pesar de nuestra mediocridad y nuestro pecado, resulta vital para nuestra fe y nuestro compromiso misionero. Quien se siente acogido, acoge; quien se siente perdonado, per­dona; quien recibe confianza, ofrece confianza.

La praxis sacramental de la reconciliación requiere una seria reflexión y una renovada propuesta sobre el modo de revitalizarlo, ofrecerlo y ejercerlo en nuestra vida personal y en la vida ordinaria de parroquias y comunidades, en fidelidad a las disposiciones de la Iglesia.

Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento

Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros – Primera Corintios 11,23-26
Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía”. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, di­ciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía”. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”.

Cuestiones para la reflexión y el diálogo

1. ¿Qué representa en tu vida la participación en la Eucaristía? ¿Cómo te preparas para ella?

2. ¿Cómo llevas tu vida cotidiana a la celebración? ¿Cómo influye la celebración en tu vida?

3.¿Qué aspectos de la celebración valoras más positivamente? ¿Cuáles crees que deberían mejorar? ¿Qué puedes aportar en ese aspecto?

4. Recuerda alguna celebración eucarística que hayas vivido con especial hondura ¿A qué fue debido?

5. ¿Cómo vives el sacramento de la reconciliación?

Del Concilio Vaticano II

“La liturgia es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10).

Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén

El dinamismo de la evangelización no se completa hasta que el evangelizado se vuelve apóstol, enviado. La eucaristía, es punto de llegada y, al mismo tiempo, abre nuevos horizontes de comunión y misión. Se inscribe en el proceso de conversión.

La experiencia de encuentro con Jesús no es para ser guardada para uno mismo, sino para ser co­municada. Aparece el impulso de transmitir lo que para uno ha sido buena noticia. El camino de huida de Jerusalén es desandado, buscando la comunión con los demás discípulos, que es don del Resucitado.

La alegría del encuentro con Jesús se comparte en la comunidad, en la que se escuchan y contrastan otros relatos y experiencias similares: Cleofás, Simón y los demás… y tantas otras mujeres y hombres que en el pasado y hoy se encuentran con Jesucristo en el camino de la vida. ¿Sería posible crear es­pacios de diálogo, acompañamiento y apoyo para quienes se encuentran en situación de búsqueda o están en disposición de acercarse a la fe que quizá antes tuvieron en mayor o menor medida?

Es cierto que, como afirma el Vaticano II, la Iglesia está siempre necesitada de purificación y de renovación. Pero en ella hemos sido gestados y hemos nacido a la fe. Ella nos ofrece a Jesucristo, mediante la Palabra de Dios, los sacramentos, su capacidad de servicio y el admirable testimonio de sus hijos. Nos llama a todos a la santidad a través de las diversas vocaciones. Deberíamos revisar nuestra actitud de acogida y disponibilidad, de exquisito respeto, así como de capacidad de acompa­ñamiento y de apertura al diálogo.
También hoy nuestras comunidades de signo diverso son lugares donde se recibe, se comparte y se comunica la fe, en el interior y hacia el exterior. A menudo las percibimos debilitadas; las desea­ríamos más vigorosas, numerosas y activas; ciertamente podrían ser mejores. Sin embargo, son ellas las que, con sus valores y limitaciones, acogen y tratan de testimoniar hoy la fe. Dios siempre realiza su obra por medios e instrumentos pequeños, sencillos y débiles. Su fortaleza se revela de modo ad­mirable en la debilidad. No debemos olvidar que entre la comunidad actual y la ideal está la realmente posible. Es decir, mediante el testimonio y la adhesión personal, con la confianza puesta en Jesús, podemos contribuir a que la comunidad cristiana sea más auténtica y misionera.

Entre la diversidad de realidades comunitarias queremos subrayar la importancia de la familia como “Iglesia doméstica”. En ella nacemos a la vida y a la fe y en ella se van configurando valores y actitudes determinantes en nuestra vida. Constituye un ámbito primordial para el despertar religioso y el desarrollo de la iniciación cristiana. Ayudemos a las familias a ser lo que están llamadas a ser, a cumplir su preciosa vocación en la Iglesia y en el mundo.
Constatamos con alegría y con agradecimiento que nuestras comunidades cristianas y las diversas realidades de vida consagrada ofrecen hoy un claro ejemplo de servicio y entrega a las personas y colectivos más necesitados de nuestra sociedad y de nuestro mundo; promueven un estilo de vida sobrio; oran con confianza y con insistencia; celebran gozosas su fe; contribuyen a la paz y a la re­conciliación en nuestra sociedad; engrosan las filas del voluntariado social; promueven la educación basada en el Evangelio; son conscientes de sus debilidades y están también preocupadas por su futuro, sin perder la confianza en quien nos ha llamado, consagrado y enviado.

Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento

Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo – Primera de Juan 1, 1-4 Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que con­templamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida; pues la Vida se hizo visible, y nosotros hemos visto, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis en comunión con nosotros y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestro gozo sea completo.

Cuestiones para la reflexión y el diálogo

1. ¿Qué aportas tú a los otros miembros de la comunidad cristiana y qué recibes de ellos?

2. ¿Qué podría enriquecer la comunicación de la fe entre los miembros de las comunidades cristianas?

3. ¿Qué valora especialmente la sociedad actual en el testimonio de los creyentes?

4. ¿Cómo se puede impulsar el testimonio de la fe en medio de la cultura de nuestro tiempo?

5. ¿Cómo podemos mejorar la calidad evangelizadora de nuestras comunidades cristianas?

Del Concilio Vaticano II

“En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica, pues la partici­pación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos” (LG 26).

Era verdad, ha resucitado el Señor

La experiencia personal es confirmada en la comunidad eclesial. Antes de que los discípulos pro­cedentes de Emaús hubiesen llegado a hablar, se encuentran con que otros discípulos les habían pre­cedido. La historia no comienza con ellos, pero ellos son parte de esa historia compartida y transmitida en el seno de la comunidad. Tras el encuentro con el Resucitado, los discípulos se con­vierten en misioneros que anuncian la resurrección: ¡Jesús vive y nos comunica su vida! ¡Hay futuro para el ser humano!

La resurrección de Jesús es la mejor de las buenas noticias, la fuente de todas las esperanzas y del compromiso social, el centro de la fe y del dinamismo misionero.

El camino de Emaús da paso a múltiples itinerarios de misión. A partir de las primeras comuni­dades cristianas se abren vías de misión hacia todos los pueblos y culturas. Esta misión llega hoy a nosotros que, con diversidad de carismas y vocaciones estamos llamados a proclamar la resurrección de Jesús. En medio de hondas transformaciones sociales y culturales, cuando la percepción del ser humano acerca de sí mismo y del mundo está cambiando, también se están modificando los modos de acceder a la fe y al seguimiento de Jesús Resucitado. En este sentido, la Iglesia está llamada a re­alizar un importante esfuerzo evangelizador de encarnación y de inculturación, permaneciendo fiel al depósito de la fe, para que nuestro testimonio personal y comunitario resulte accesible y creíble para el tiempo presente.

Para profundizar Lectura del Nuevo Testamento
Cristo ha resucitado – Primera Corintios 15,17-21

Y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que in­cluso los que murieron en Cristo han perecido. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección.

Cuestiones para la reflexión y el diálogo

1. ¿Dónde vives con especial intensidad el encuentro con Jesús resucitado?

2. ¿La fe en la resurrección de Jesús te aporta la alegría de vivir?

3. ¿Qué eco encuentra en la cultura actual el anuncio de Jesucristo resucitado? ¿Y nuestra esperanza de la resu­rrección? ¿Por qué?

4. ¿Qué podríamos hacer hoy los creyentes para dar un testimonio más convincente de nuestra fe en Jesucristo resucitado?

 Del Concilio Vaticano II

“Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos en­vuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó, con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: “¡Abba!¡Padre!” (GS 22).

Consideraciones finales

La actualidad del relato pascual del evangelio de Lucas se debe al hecho de que enlaza con la ex­periencia cotidiana de creyentes y de personas en búsqueda del sentido de la vida. De ahí que permita recordar y subrayar aspectos especialmente relevantes para la vida personal y comunitaria. En cada párrafo remitimos a pie de página a textos del Catecismo de la Iglesia Católica, que pueden ayudarnos a su comprensión más profunda.

1. La fe es creer y confiar en Alguien, encontrarse con Él4. El corazón de los discípulos de Emaús se va encendiendo en contacto con Jesús. Sus explicaciones (la Palabra) y su gesto (la Eucaristía) nos proporcionan un encuentro íntimo y profundo con Cristo, que da sentido a todo lo vivido hasta entonces y señala el comienzo de un tiempo nuevo.

2. El centro de nuestra fe es Jesús, el Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero5. Lo recogíamos en la primera frase de esta carta pastoral, citando la Epístola a los Hebreos. Él es quien se hace el encontradizo, en las más variadas circunstancias. En efecto, todas las experiencias humanas pueden ser ocasiones de encuentro con Él.

3. La fe es don y tarea6. Jesucristo se nos da en el camino de la vida, pero no se impone, sino que demanda una opción personal de acogida y de respuesta. Espera que le digamos: Quédate con nosotros. La fe no es conquista, no se debe primeramente a nuestras propias fuerzas o capacida­des, sino que es un don de Dios que pide el asentimiento libre de nuestra voluntad y nos abre a la salvación.

4. El sustrato de la fe es la confianza7. La vida es como un entretejido de confianzas (en la familia, en las amistades, en grupos humanos, en Dios). Sin confianza es difícil vivir y crecer de modo auténticamente humano. La fe que vive en la confianza y la genera es fuente de alegría. Nos pro­porciona la serenidad que brota de saber que Dios camina a nuestro lado.

5. La fe es asentimiento a Dios que se revela8. De la confianza en Jesucristo se deriva nuestra ad­hesión a sus palabras, a sus gestos y a sus obras, confiadas a la Iglesia, para ser propuestas, tes­timoniadas y predicadas. La persona, con todo su ser, asiente así con la obediencia de la fe.

6. La fe demanda un comportamiento acorde con el Evangelio9. El seguimiento de Jesús genera un estilo de vida, unos sentimientos, actitudes y opciones propias del discípulo a imagen del Maestro. El descubrimiento y la comunión con el Resucitado influyen en todos los aspectos de la vida, en el pensar y el obrar, en el sentir y el amar. Implica, por tanto, acción y compromiso. Existe un lazo indisoluble entre fe, esperanza y caridad, virtudes teologales, es decir, que tienen en Dios su fuente10.

7. La fe está hecha de certezas, pero implica afrontar también oscuridades11. La fe en Jesús ofrece certezas y razones fundamentales para vivir. Sabemos de quién nos hemos fiado12. Pero el itinerario de la fe es también un camino de búsqueda y de apertura esperanzada. Creer o confiar en Dios no significa haber resuelto todas las dudas e interrogantes. Si nos asomamos a la expe­riencia de las grandes figuras de la mística, podremos observar que no les resultan nada extrañas la penumbra, la noche oscura, el caminar a tientas, la sensación de abandono, la experiencia de un Dios percibido como ausencia.

8. La fe es experiencia personal y eclesial13.

Ciertamente el encuentro con Jesús Resucitado es de carácter personal que remite siempre a una comunidad creyente, a la Iglesia. Asimismo, una vez experimentado, nos impulsa a su comunicación, pide ser compartido, transmitido como buena noticia. De ahí que no haya cristianismo sin comunidad eclesial y sin compromiso misionero.

9. La fe es camino, proceso que dura toda la vida14. Se necesitan años para ir descubriendo y vi­viendo la riqueza del Evangelio. En esta vida no es posible alcanzar la plenitud. Cada uno recorre su propio itinerario, según su vocación y su carisma. Si creemos haber llegado a la meta, es sín­toma de retroceso. Conformarse con lo que ya se tiene es signo de poca confianza en quien nos acompaña e invita a seguir adelante. Siempre estamos necesitados de conversión y de revivir la alegría del encuentro con Jesús Resucitado.

10. La fe implica discernir huellas de Dios a menudo insospechadas15. Los discípulos de Emaús ya conocían las Escrituras y habían escuchado el testimonio creyente de las mujeres del grupo. Hoy siguen siendo ellas las que mayoritariamente en nuestras familias y comunidades cristianas son portadoras del anuncio y del testimonio de que Jesús vive. Igualmente son nuestras comu­nidades, tantas veces disminuidas y modestas, y no pocas personas sencillas las que “dan fe” de la presencia de Dios en nuestro mundo.

Para profundizar en el contenido de la Carta

Lectura orante de la Palabra de Dios

Para concluir, proponemos realizar la lectura orante del texto completo de Lucas 24,13-35 que hemos tomado como hilo conductor de esta Carta.

1. ¿Qué dice el texto de ese relato evangélico en su contexto original? Puedes servirte de algún comentario o de las notas bíblicas relativas al mismo.

2. ¿Qué me dice Dios por medio de ese texto de la Escritura?

3. ¿Qué respondo a lo que Dios me dice? Entra en diálogo con Él en la oración.

4. ¿A qué me compromete la acogida de esta Palabra de Dios?

Al escribir esta carta en el Año de la Fe pretendemos compartir nuestra experiencia, invitaros a todos a hacer lo mismo, para dialogar y proseguir nuestro camino, sabiéndonos en todo momento acompañados por el Resucitado.

Al mismo tiempo hemos querido ofrecer un instrumento apropiado para la reflexión y el debate entre creyentes, así como facilitar el diálogo con personas que buscan y profundizan el sentido de la vida y que van vislumbrando en ella la presencia de Dios que nos ama incondicionalmente.

El camino de Emaús es el de la propia vida. En ella nos es dado percibir a Jesucristo, el acom­pañante que se nos va desvelando en la Palabra, en la liturgia y en el servicio.

Que este tiempo resulte fructífero para la búsqueda, la profundización y el agradecimiento de la fe.

Pamplona, Bilbao, San Sebastián y Vitoria 13 de febrero de 2013 Miércoles de Ceniza

+ Francisco, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

+ Miguel, Obispo de Vitoria

+ José Ignacio, Obispo de San Sebastián

+ Mario, Obispo de Bilbao

+ Juan Antonio, Obispo Auxiliar de Pamplona

1 Carta a los Hebreos 12,2.3 Gal 5,6. 4 Catecismo de la Iglesia Católica 1. 5 Ibid. 1 y 65. 6 Ibid. 153-154 y 160. 7 Ibid. 227. 8 Ibid. 143. 9 Ibid. 25 y 2052-2053. 10 Benedicto XVI, Mensaje para la Cuaresma 2013. 11 Catecismo de la Iglesia Católica 27.
12 Cf 2 Tim 1,12. 14 13 Catecismo de la Iglesia Católica 26 y 166.

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