Florencio Roselló, arzobispo de Pamplona: «Los presos me ayudan a no despistarme del verdadero objetivo, que es el servicio»
FRAN OTERO 25 DE ENERO DE 2024
El religioso mercedario llega a Navarra tras haber desarrollado casi toda su labor pastoral en la prisión. También fue superior provincial de su congregación
¿Cómo descubrió la vocación el nuevo arzobispo?
De niño. Vivía la fe con mucha naturalidad y, luego, estaba el cura de mi pueblo, cuya forma de ser y trabajar me atraía. Quería ser como él. Mi intención era convertirme en sacerdote diocesano, un deseo que se mantuvo a pesar de que ingresé en el seminario mercedario en Reus (Tarragona). Vino un religioso por el pueblo, conocí sus instalaciones —los campos de fútbol, pues a mí siempre me atrajo este deporte— y era económicamente accesible. Tenía 11 años y dije a mis padres que me iba a allí. Saldría antes del noviciado para ir al seminario diocesano.
¿Y qué sucedió?
Dios va hablando. Me impactó la figura de un religioso que vivía en un piso con presos que salían con permisos. Comían, cenaban y veían la televisión juntos. La comunidad continúa. Eso hizo mella en mí y la vocación se fue transformando, de modo que cuando mis padres me preguntaron qué iba a hacer, dije que seguía con los mercedarios. El mundo de los pobres y de la cárcel me atrapó y lo sigue haciendo.
¿Cuándo entró por primera vez en la cárcel?
Empecé a entrar como voluntario cuando tenía 21 años. Entonces, estaba estudiando Teología. Fue en la cárcel modelo de Valencia. Dios escribió recto en estos renglones torcidos que, al final, enderezaron mi vida. Toda esta trayectoria ha configurado el sacerdote y religioso que soy.
¿Recuerda aquella primera entrada?
Recuerdo que era una prisión antigua, radial. Lo que más me impresionó fue la cara de la gente, rostros un tanto duros. Era como si todo el mundo me estuviera mirando. Sentía una cierta inseguridad, pero nunca me pasó nada. Eso estaba más en mi cabeza que en la realidad de la prisión.
Habrá cambiado la cárcel…
Se ha humanizado, sobre todo. Ahora, la prisión se entiende como un lugar donde se trata a la persona para que salga mejor. No siempre se consigue, pero no tiene un enfoque solo de seguridad.
Ahora mismo, servía como capellán en la cárcel de Castellón. ¿Cómo se han tomado su marcha?
Pues se lo han tomado mal. Y me gusta que así sea, porque esto me va a ayudar en mi ministerio. Esta gente ha entendido que lo que importa en la vida no son los cargos ni las responsabilidades. De hecho, nadie me ha felicitado en la cárcel. Lo que valoran es el servicio, la entrega, el compromiso y el corazón, y están tristes. Ellos dicen: «Mira, al padre lo han nombrado arzobispo, pero al final se va, nos deja». Entiendo que lo que se ha valorado para mi nombramiento como arzobispo es la dedicación dentro de la cárcel y voy a Pamplona también a servir. Los presos me ayudan a no despistarme del verdadero objetivo, que es el servicio y la entrega. Y, por eso, el día de la ordenación va a haber gente de las prisiones de Pamplona y de Castellón. Ellos, los privados de libertad, también son protagonistas de mi escudo episcopal.
¿Del escudo episcopal?
El escudo tiene cuatro partes: la torre de la iglesia de mi pueblo, donde crecí en la fe; una imagen de la Merced, por mi familia religiosa; una cruz que rompe las cadenas; y un corazón. Quiere mostrar lo que es mi vida. Dos dibujos los ha hecho una mujer que está en la cárcel. Es un mundo que quiero que venga conmigo, porque me recordará que el valor de mi ministerio está en la entrega. El escudo me ayudará a pisar tierra cada vez que me eleve…
¿Qué aportan los encarcelados a la Iglesia?
Aportan un rostro que a veces nos cuesta ver, un rostro que es el de Dios. Hay gente que tiene mucha fe, a la que ha fallado todo el mundo y reconoce que solo le queda Dios. Dios es el último recurso para mucha gente en prisión. Eso a mí me ayuda.
¿Cómo se sitúa ante el nuevo encargo pastoral?
Esta posibilidad no aparecía ni en el más remoto de mis sueños. Además, el contacto con los pobres no te lleva a pensar en estas situaciones. Puede que sea el primer cura de prisiones en siglos que se convierte en arzobispo. También el primer obispo mercedario en España en años.
¿Y cuáles serán los principales retos?
Está la cuestión de la organización pastoral y la estructura de la diócesis, que hay que clarificar, hay que seguir cuidando el tema de los abusos, la atención a los sacerdotes, la presencia de los laicos… Lo primero que haré es escuchar. No voy con un plan. Sí garantizo que quiero hablar, escuchar y servir como en la cárcel.
Fuente: Revista Ecclesia