17/10/2013
Josep Miró i Ardèvol
La Generalitat de Cataluña tiene un Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa que preside el destacado teólogo y filósofo católico Francesc Torralba, miembro del Consejo Pontificio para la Cultura. Ahora, este organismo ha presentado un primer informe al Gobierno catalán en el que formula, entre otras cuestiones, la necesidad de que la escuela deba «combatir el analfabetismo simbólico y religioso que imposibilita la comprensión de las obras culturales […] y a trabajar activamente para deshacer prejuicios negativos y romper con los tópicos». Es un informe que pide a la Generalitat que actúe ante un hecho que resulta evidente y negativo, y que no es exclusivo de Cataluña. Se trata de la progresiva desaparición de la cultura religiosa en la escuela. Esta cuestión, que es celebrada desde determinadas perspectivas políticas como algo positivo es en realidad un desastre. Nosotros somos depositarios de una tradición cultural cuyo grueso está formado precisamente por el cristianismo. En todos los órdenes, en el de las ideas, pero también en el de las artes plásticas o la música. Es imposible entendernos a nosotros mismos culturalmente, es decir nuestro significado, sin esta gran referencia al cristianismo. Por lo tanto, cuando se liquida la educación religiosa, se está practicando un nuevo tipo de censura cultural que pagan los alumnos y, a través de ellos, la sociedad
Además, la lucha emprendida en muchos centros para expulsar la idea de Dios se traduce en mayores dificultades educativas porque se cierra la posibilidad de educar en la dimensión de la trascendencia a los alumnos. Estos ven así el camino expedito para convertirse, cada vez más, en unos seres autoreferenciados cuyo único sentido del mundo y de su realización personal es la satisfacción de sí mismos. Cuando nos preguntamos sobre el fracaso escolar en España, hay que reflexionar también sobre esta variable, porque no es un dato menor que los centros religiosos y los alumnos que lo son obtengan mejores resultados.
Con motivo de la presentación del informe, el propio Torralba ha manifestado, subrayando que era a título estrictamente personal y por lo tanto no del Consejo, que era partidario de una área en el ámbito de la educación en la que estén presente las diversas religiones ya que lo que se hace actualmente no es garantía de que se enseñe la religión en la educación. Hay que decir que la cuestión de fondo trasciende a este planteamiento. La realidad es todavía mucho más adversa de lo que apunta la línea definida por Torralba. Me explico:
Ahora los centros tienen tres posibilidades. Una es la clase de religión confesional. La segunda, que es la gran olvidada, es la de la cultura religiosa no confesional. Y aún hay una tercera, que el legislador situó en una perspectiva residual, pero que la práctica de los centros y los propios departamentos de enseñanza, caso de la Generalitat, han convertido en la estrella. Y esta tercera vía es un cajón de sastre donde cabe todo y que acaba perjudicando a los alumnos que quieren hacer algún tipo de formación religiosa. Porque ahí van clases de refuerzos en idiomas, actividades complementarias que pueden tener interés, como la práctica teatral, y otras muchas cuestiones. Es un muestrario que el centro ofrece al alumno y que parece que vaya dirigido a que desista de la religión. La idea inicial era otra. Se trataba que los alumnos escogieran en función de su confesionalidad, o no, la formación en cultura religiosa, y que en todo caso quedara para una parte minoritaria que no se sintiera interesada por esta cuestión la de actividades heterogéneas, que en ningún caso podían significar una ventaja escolar sobre los alumnos que no acudieran a ella, que no podía utilizarse como refuerzo por ejemplo. Pero la cosa en demasiados casos ha ido por la vía contraria
Por tanto, hay que concluir que en la práctica, en la vida real, lo primero que se han cargado muchas escuelas con la colaboración activa de la alta inspección, de la inspección ordinaria, y de las autoridades departamentales, es la clase de cultura religiosa aconfesional. Ha sido absolutamente liquidada. No es una especie en riesgo de extinción, simplemente ya ha pasado a la historia. Entonces, el diagnóstico es el por qué se ha cometido esta barbaridad. No basta con apuntar la necesidad de que se incorpore este ámbito de enseñanza como si fuera un dato nuevo, no, de lo que se trata es de recuperar lo que estaba previsto. Pero, para hacerlo, es necesario liquidar una serie de prácticas absolutamente determinadas a que sucediera lo que finalmente ha acaecido, que desapareciera la cultura religiosa no confesional. Y esto se ha hecho con la complicidad, subrayémoslo una vez más, del departamento de Educación en el caso de Cataluña, como sucede también en otras comunidades autónomas.
Lo que hay es una beligerancia contra cualquier atisbo de idea religiosa. Y si no se parte de esta evidencia no se resolverá nada. Todo será un simple ejercicio de estilo. Claro que hay más, hay una ofensiva, también fuerte y hasta el momento victoriosa, para hacer lo mismo con la clase de religión confesional. En Cataluña está casi completamente liquidada en la escuela pública y en el ciclo de Secundaria post obligatoria, el bachillerato, y tiene dificultades en los otros ciclos. Hay poblaciones enteras de singular importancia, como es el caso de Vic, en las que la escuela pública no oferta ni una sola plaza de clase de religión. Es escandaloso, pero nadie hace nada para repararlo. En esta situación coinciden muchos hechos: la campaña sistemática que desde el Movimiento Laicista, cuyo núcleo duro es un sector de la masonería en Cataluña, han venido desempeñando durante años con el beneplácito de la Generalitat, de la actitud de muchos directores y profesores, y también, aunque en menor medida, del desinterés de una parte de los padres, que desisten ante la primera dificultad que les plantea el centro.
También la propia Iglesia tiene una gran responsabilidad. A veces parece -no digo que así sea, solo que parece- que en realidad le interesa poco la clase de religión en la escuela pública. Al menos esta sería la conclusión al ver cómo los desafueros que se producen, las injusticias con que son tratados los profesores de religión, no encuentran la necesaria respuesta, ni estos docentes son acogidos y protegidos como correspondería a su importante papel.
Ahora mismo, el departamento de Enseñanza de la Generalitat, en sus instrucciones del inicio de curso, ha hecho desaparecer la clase de religión del ciclo infantil. Esto significa que una nueva oleada de niños progresará en el proceso educativo desconociendo ya de entrada lo que es la religión. Al mismo tiempo, la Generalitat viene manteniendo impasible el ademán a toda consideración o petición de que se actúe para restablecer la normalidad.
Las aportaciones teóricas siempre abren camino y son necesarias, pero, al mismo tiempo, es conveniente que cuando se hacen se haya reflexionado sobre las condiciones objetivas, que diríamos en otros tiempos, sobre la práctica real que se da y sus causas, para que la necesaria aportación teórica no acabe terminando como un brindis al sol.
Josep Miró i Ardèvol, presidente de E-Cristians y miembro del Consejo Pontificio para los Laicos
Fuente: www.forumlibertas.com
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