EL CASO FLEW Y LA EXISTENCIA DE DIOS

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Lo esencial del lenguaje religioso es la palabra, una palabra que se sitúa más allá de las realidades aparentes. Una palabra criticada, el lenguaje religioso provoca críticas, que se hicieron muy evidentes con el “giro lingüístico”, donde las afirmaciones éticas, estéticas y religiosas fueron examinadas en profundidad. Uno de sus mayores críticos fue Antony Flew. No nos sorprendió el  ateísmo de A. Flew, sino su conversión y pasar a defender la existencia de Dios. Cuando fuimos estudiantes de Filosofía de la religión era un reto y un esfuerzo de comprensión los postulados y afirmaciones de la filosofía verificacionista, con sus grandes nombres: A. Flew, Braithwaite, R. Hepburn, Th. McPherson o MacIntyre, todos ellos bajo la influencia de Wittgnestein; pero también estaban las sustanciosas respuestas y búsquedas R. M. Hare, J. Hick o B. Mitchell.

Antony Flew fue un personaje muy curioso, hijo de un ministro metodista, nació en Londres en el año 1923, se forma en las escuelas Santa Fe en Cambridge, seguido por la Escuela Kingswood. Durante la Segunda Guerra Mundial, estudia  japonés en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos, Universidad de Londres; y fue miembro del servicio de inteligencia en la Real Fuerza Aérea. Hizo su doctorado con Gilbert Ryle, tras lo cual trabajó como profesor de filosofía en Christ Church, Oxford. De 1949 a 1950. De 1950 a 1954, fue profesor de filosofía moral en la Universidad de Aberdeen; y luego, se convirtió en profesor de filosofía en la Universidad de Keele en Staffordshire, donde permaneció hasta 1973; momento en el que se trasladó a la Universidad de Reading. Se retiró en 1983, y ocupó un puesto a tiempo parcial en la Universidad de York, Toronto.

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Siguiendo la línea del positivismo lógico, Flew no afirmaba directamente la inexistencia de Dios, ni la imposibilidad de demostrarla, sino la misma falta de significado de la afirmación de su existencia. El argumento consistía en desarrollar una parábola, propuesta anteriormente por otro filósofo, John Wisdom, acerca de un «jardinero invisible». Pero la versión que se hizo más popular fue la suya:

Un día llegan dos exploradores a un rincón roturado en medio de la jungla. Uno de los exploradores dice: – Habrá un jardinero que cuida de este rincón-. Pero el otro no está de acuerdo: – No hay ningún jardinero-. Y así plantan sus tiendas y montan la guardia. No aparece ningún jardinero. – Quizá es un jardinero invisible-. Entonces los dos ponen una barrera de alambre espinoso y la electrifican. La búsqueda es encomendada a dos perros policías. (Recuerdan como el “hombre invisible” de H. G. Wells podía ser advertido por el olfato y ser tocado, pero no visto). Pero ningún grito y hace pensar que ningún intruso haya recibido una descarga eléctrica. No se notan movimientos del alambre espinoso que puedan denunciar a un trepador invisible. Los perros permanecen en silencio. Todavía el creyente no se convence: -Es un jardinero invisible, intangible, insensible a las descargas eléctricas, un jardinero que cuida secretamente el jardín de sus amores-. Por fin, el escéptico se desespera: -Pero ¿qué queda de tu afirmación originaria? Ese jardinero que tú consideras invisible, intangible, eternamente esquivo, ¿en qué se diferencia de un jardinero imaginario o incluso de ningún jardinero?.

La existencia de un jardinero, de un Dios, tras una serie de retiradas estratégicas ante los asaltos del principio de falsación, no dice realmente nada. El profesor M. Fraijó  comentaba, si no hay nada incompatible con el contenido de una proposición, ésta sucumbe a “la muerte de las mil calificaciones”. Y este es, según Flew, el trágico destino de las proposiciones teológicas. Comienzan afirmándolo todo y terminan no diciendo nada. La afirmación de la existencia de Dios, al no resistir la verificación empírica, termina no significando nada.

¿Qué tendría que ocurrir para que dejásemos de creer en Dios? Crombie, como hombre religioso le respondería: “Nada, porque a nosotros no nos toca nunca ver el cuadro en su totalidad”, ya ningún aspecto de la vida se nos presenta en su totalidad. Hay muchos tipos de lenguaje, como en la música, la poesía, que nos abren al sentido y al ser. La teología insiste en que el lenguaje religioso posee siempre implicaciones cognoscitivas. Pero debemos ser conscientes que lo intencional no siempre acaba en realidad. Así la realidad de Dios, como postulado de coherencia, deberá ser distinguible de las afirmaciones que se realicen sobre ella. Hoy la teología, no se cierra en sus afirmaciones, se confronta con el mundo y con otras ciencias, intentan iluminar la existencia humana y explicarla mejor. Pero su verificación, es una verificación indirecta, Dios no es objeto directo de verificación. Es verificable, las tradiciones religiosas que hablan de Él, el hombre que se debate en la pregunta por su existencia o por el más allá, la fe en Dios, que ha ayudado a vivir con dignidad y con esperanza. La realidad de Dios. Pero un cristiano no habla sólo desde la razón, también desde la fe, desde la cadena de testimonio y sentido de otros creyentes que nos han precedido. Para un cristiano, la encarnación en Cristo y su cruz, es la verificación de Dios, en cuanto amor, perdón y libertad. Un amor que no viene sólo anunciado desde fuera, sino de la profundidad silente de la interioridad.

[Img #144867]Me temo que en su vejez, Antony Flew afirme que Dios existe, pero no es el Dios personal de cualquier creyente, sino más bien el del motor inmóvil de Aristóteles, o bien una inteligencia fundante como creen los deístas. En una conferencia multitudinaria, que celebró en la Universidad de Nueva York en el 2004, los asistentes quedaron sorprendidos cuando Flew anunció que para entonces ya aceptaba la existencia de Dios y que se sentía especialmente impresionado por el testimonio del Cristianismo.  Hoy podemos leer y estudiar ese itinerario, ya que su obra se ha traducido al castellano: Dios existe. Madrid, Trotta, 2013 (2012).

Un punto de partida en su obra fue el debate con importantes ateos y teístas en los años 70 y 80. Es importante subrayar los debates con Ricarhd Swinburne, uno de los grandes partidarios del teísmo desde la razón, que defiende el concepto de un espíritu omnipresente e incorpóreo. (Sus obras se han traducido en la editorial San Esteban). También entra en diálogo con Graig o con Plantiga, poco a poco fue cambiando su concepción acerca de ofrecer una noción coherente de Dios y llegando a unos planteamientos deístas.

Un segundo momento de su itinerario fue analizar que la ciencia moderna apareció en el seno de la religión cristiana, de la mano de autores que no sólo se consideraban cristianos, además tenían un importante interés por lo religioso. En este aspecto se rompe el tópico tan extendido en la actualidad, a más ciencia menos religión, el enfrentamiento entre fe y religión, creo que es un campo superado en el ámbito filosófico. La ciencia moderna, da una visión del mundo teológica, la naturaleza era una obra creada por Dios y que había generado en ella unas leyes a las que se podían acceder por la mera razón. La dimensión de la vida, la existencia de seres organizados inteligentemente y guiados por propósitos, que han surgido de la materia. Por último, La misma existencia de la naturaleza.

 Flew se pregunta cómo llegaron a existir esas leyes de la naturaleza, la existencia de la vida a partir de lo no vivo y como  llegó a existir el universo. La idea de un universo racional y organizado, matemáticamente preciso es lo que sugiere la existencia de un Diseñador cósmico. Esta idea ya la sugirió Einstein en su “la razón encarnada”. Esta idea de las leyes naturales que también llamó la atención a otros científicos como Isaac Newton, James Maxwell, Werner Heisenberg, le lleva a Flew a la mente de Dios, o bien a una inteligencia fundante del universo, aunque esto no demuestra la existencia de Dios. Pero su objetivo no es probar a Dios, sino aprobarle desde lo que se deja ver y pensar. Su progreso y cambio no es una peregrinación de la fe, sino un esfuerzo desde la razón.

A solas con mi Dios nocturno, a veces
me hundo en la noche, en el tranquilo reino.
Reposo entonces, y lo oscuro brilla
en el fondo del alma, junto al cielo.

Silencio puro. Mi Señor reposa.
Quietud solemne. Todo el fondo quieto.
Inmenso, Dios descansa sobre el alma
que le adora allá dentro.

Siga el reposo hasta que venga el día.
Con paz honda a tu lado, inmóvil, velo
tu celeste callar apaciguado
dentro del alma, en silencio.

Oh oscura noche grave, oh Dios nocturno
que vas pasando por el alma lento
para después amanecer con clara
luz, con sonidos claros, claros vientos.

Pero siga el reposo y la nocturna
luz de la luna sobre el grave sueño.
Allá en el fondo calla el hombre, y se alza
la noche de los cielos.

Carlos Bousoño, El Dios nocturno

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Fuente: http://salamancartvaldia.es

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