Cómo está hoy la cuestión de la asignatura obligatoria ‘Educación para la Ciudadanía’
Javier Garralda Alonso
Sería una democracia enferma aquélla en que los llamados “progresistas” progresaran en imponer un mal moral y los llamados “conservadores” en conservar el mal moral impuesto (caso del aborto, del mal llamado ‘matrimonio homosexual’, y ¿también en el tema de la asignatura ideológica ‘Educación para la Ciudadanía’?).
Ciñéndonos a la asignatura impuesta por el gobierno Zapatero, ¿cómo están las cosas?
Tras hablar de este asunto con un profesor de dicha materia, se llega a la conclusión de que el docente puede elegir para el curso próximo entre textos de lo más dispares e incluso antagónicos.
Si las autoridades toleran que, por una parte, se perpetúe una imposición ideológica sobre muchos adolescentes, con la coartada de que si el profesor quiere puede evitar el lavado de los jóvenes cerebros (y corazones), hemos de advertir que muchos (e incluso la mayoría) de educandos sigan sometidos a una ideología con tintes totalitarios, es gravísimo para la salud moral de los jóvenes del país y para la salud de la democracia.
Examinemos, pues, dos textos vigentes para el próximo curso para EpC, que resultan opuestos:
Mientras uno sostiene que en moral existe el bien y el mal. O, aplicando esto, que la vida de una persona vale más que todos los bienes económicos. O que la familia está formada por hombre y mujer e hijos. O que todos nacemos con un sexo que conlleva diferencias biológicas y sicológicas, aunque con igual dignidad.
El otro texto, en cambio, imbuido por el ideario relativista que inspira la EpC, nos dice que sí existe la moral como distinta de lo legal, pero que hay diversas morales incluso antagónicas y que como último criterio habría que obedecer la ley del Estado, aunque nos parezca injusta. Es decir que la moral cívica de consenso que defiende sería el sometimiento a la ley, a la pura coacción del Estado, sin que recoja, ni siquiera, el derecho moral a la objeción de conciencia (que, en otro terreno, siendo coherente con su positivismo y aludiendo a la nueva legislación, habría que aceptar la adopción por parejas homosexuales, que presenta como natural (!)).
Las consecuencias para la salud democrática de esta segunda postura, amparada por las nociones temáticas de la EpC tal como surgió, son gravísimas: si no existe bien y mal absolutos, si nunca se puede decir que algo es siempre malo o bueno, la única razón para obedecer a una ley es la coacción que lleva aparejada, la coacción del Estado: es decir, se obedecerá sólo por temor al castigo y se desliza uno por la pendiente que legitimaría cualquier tiranía, la imposición de la fuerza desnuda. Si no se puede desobedecer a una ley que consideremos injusta, si no se puede objetar en conciencia, el despotismo, por muy ilustrado que sea, está servido.
La postura cristiana sobre la distinción entre mal, que hay que denunciar, y persona que yerra, que hay que amar, es la mejor vacuna contra la intolerancia y contra el relativismo. Se hace un bien cuando el profesor corrige al alumno que se equivoca, diciendo, por ejemplo, que 2 más 3 son 4, y sería enfermizo que para respetar al alumno el profesor no pudiera afirmar que 2 más 3 son 5. La verdad no ofende a nadie. Pero aquél que se equivoca es persona y por tanto ha de ser respetado. La máxima vacuna contra la intolerancia no es el relativismo, sino el amor a los enemigos.
En el segundo texto relativista que hemos comentado se afirma que hay que ser tolerantes, excepto con quienes quieran imponer la intolerancia. El peligro es que se diga que quien cree en la verdad, que existen bien y mal, es intolerante. Entonces, se podría llegar a la caricatura de : ¡Viva la tolerancia y muerte a los intolerantes! como símbolo de una nueva tiranía.
En cambio, el cristiano que cree en la verdad y en el amor, incluso a los enemigos, será tolerante con las personas y firme contra el error. Y ya hemos visto que ese relativismo que recoge la EpC, lejos de ser base de democracia, es en el fondo un ataque a los fundamentos de la misma que no tendría otra legitimidad fuera de la fuerza, no gozaría de una autoridad propia de quien manda hacer el bien y veta el mal.
Fuente: www.forumlibertas.com
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