Vida y fechas
Miguel Garicoits nació en Ibarre, pequeño pueblo de la diócesis de Bayona, el 15 de Abril de 1797. Arnaldo Garicoits y Graciana Etcheberry fueron sus padres. Familia pobre, pero con una fe robusta templada en las pruebas de la Revolución francesa. Era el mayor de seis hermanos, y muy pronto lo pusieron al servicio de un campesino vasco de nombre Anghelu. A pesar de su ardiente piedad y seriedad, muy por encima de su edad, fue admitido a la primera comunión a los 14 años por causa de los prejuicios jansenistas que existían en aquella época. Esta demora fue para él una gran prueba.
La vocación sacerdotal, ya manifiesta, encontró en la pobreza de sus padres un obstáculo difícil. Pero su heroicidad, impulsada por una voz interior, le hizo encarar sin titubeos las duras tareas de empleado doméstico y los estudios serios de latín y de humanidades en la casa parroquial de Saint‑Palais primero y en el obispado de Bayona después. Esta doble tarea le valió dominar su vigoroso temperamento vasco y de montañero y formarse en sólidas virtudes.
Alumno de filosofía en el Seminario Menor de Aire (1818‑1819), de teología en el Seminario Mayor de Dax (1819‑1820), es apodado san Luis Gonzaga. Maestros y condiscípulos lo aprecian casi hasta venerarlo. A fines de 1820 es nombrado jefe de estudios en el Seminario Menor de Larressore en donde termina su teología. El 20 de diciembre de 182‑3). monseñor d’Astros lo ordena sacerdote en la catedral de Bayona.
Nombrado de inmediato coadjutor del cura párroco de Cambó ya paralítico, en pocos meses transforma la parroquia, distinguiéndose por SU devoción al Sagrado Corazón.
En 1825 es enviado al Seminario Mayor de Betharram para enseñar filosofía primero y teología y sagrada escritura después. desempeñándose también como administrador. Las múltiples tareas. lejos de aplastarlo, lo estimulan. Posee una extraordinaria ascendencia sobre los alumnos. El Padre Garicoïts sucede a Don Procopio Lassalle, antiguo rector, muerto en 1831, en la dirección del Seminario Mayor. Pero el nuevo obispo, monseñor d’Arbou, traslada el seminario a Bayona y, con ello, cambia el destino del nuevo rector. Se queda en Betharram y, en este milagroso santuario de la Virgen cuyo origen se remonta a la edad media, funda una Congregación religiosa que dirigirá hasta la muerte, acaecida el 14 de mayo de 1863.
El P. Garicoits sentía desde hacía varios años atracción por la vi da religiosa sin que sus aspiraciones se concretaran. A medida que los ordenandos se alejaban del seminario y que se sentía solo, interrogaba a la Providencia, repitiendo sin cesar las palabras del apóstol: «Señor, ¿qué quieres que haga? (Hech. 9, 6).
Varios obispos, de paso por Betharram, le habían manifestado su desconsuelo ante el espíritu de insubordinación que ganaba adeptos en una parte del clero. El joven sacerdote, con su celo apostólico, estaba apenado por las lágrimas de los pastores y, en sus meditaciones, buscaba un remedio a semejante mal.
El ejemplo del bien realizado por las Hijas de la Cruz (1) se le presentaba a cada instante y más que nunca veía la fecundidad de la vida religiosa como renovación del espíritu cristiano en el pueblo. Las grandes órdenes religiosas de antaño habían desaparecido sin ser reemplazadas. Poco a poco una luz precisa inundó su espíritu: Dios lo llamaba a fundar una Congregación de sacerdotes animados por el espíritu que nuestro Señor mismo quiso inculcar a sus apóstoles; pondría a esos sacerdotes al servicio de la Iglesia como instrumentos selectos y modelos de obediencia y de celo apostólico.
Consultada la fundadora de las Hijas de la Cruz, ésta apoyó firmemente el proyecto. Monseñor d’Astros, que dejaba recién el obispado de Bayona por el arzobispado de Toulouse. alentaba también el emprendimiento. La idea se imponía, pues, cada vez más, a su voluntad. sólo su humildad seguía oponiéndose, sugiriéndole más bien entrar como simple religioso en la Compañía de Jesús. Dudaba. En 1832, antes de que se marcharan de Betharram los seminaristas, le pareció llegada la hora de la elección definitiva. Se fue a Toulouse e hizo retiro bajo la dirección del P. Leblanc, S.J. La gracia actuó y, terminados los ejercicios, el P. Leblanc se despidió de él con esta decisión firme: «Dios le quiere más que Jesuita, siga su primera inspiración y será el padre de una familia que será hermana de la nuestra» De vuelta a Betharram, el P. Garicoits se pone a los pies de Nuestra Señora y recibe- él mismo lo atestigua- una luz extraordinaria que confirmaba la decisión de Toulouse. Desde entonces, está decidido. nada será capaz de cambiar la decisión y su vida se identificará, en gran parte, con la de su Instituto.
Ya que el proyecto venía de Dios, tenía que encontrarse con la cruz, sello de las obras divinas; y no le faltó, Algunos sacerdotes selectos se unieron al P. Garicoïts y conformaron en Betharram un primer embrión de comunidad. Un espléndido equipo de hombres de Dios que el ímpetu del fundador llevará hasta el heroísmo. En efecto, el Instituto tendrá que afrontar una prueba que sólo el heroísmo y, finalmente, los milagros de Dios pudieron vencer.
Léase el relato de la biografía del santo publicada por Gaétan Bernoville (2). Aquí sólo podemos hacer un breve resumen, necesario para comprender ciertas páginas de este libro.
De 1838 a 1878, la diócesis de Bayona tuvo como obispo a monseñor Lacroix, dedicado, excelente administrador de las obras diocesanas, pero en lo referente al Instituto de Betharram, irreductiblemente contrario a las intenciones del P. Garicoits. El fundador, iluminado con las luces que pensaba divinas, desea una Congregación religiosa aprobada por la Santa Sede; el obispo sólo quería un grupo de misioneros diocesanos. En seguida comenzó el conflicto entre las dos posiciones que duraba todavía a la muerte del santo y que concluiría en 1875. Sin embargo, desde 1838, monseñor Lacroix permitió el uso del Sumario de las Constituciones y las Reglas comunes de los Jesuitas. Pero, en 184 1, añadió constituciones personales que se oponían a esas reglas en puntos esenciales, sobre todo en lo que respecta a la vida religiosa. La Congregación vivió diez años en ese régimen contradictorio. En 1851, primero, y en 1855, después, a fuerza de insistir, se consiguieron algunas concesiones de detalles; pero, en los puntos importantes, el obispo seguía firme. Si añadimos a esto que el fundador tenía por primer principio la obediencia al obispo y que nunca se apartó de la más absoluta sumisión, podemos imaginar el grado de heroísmo que necesitó tener durante sus veintidós años de vida para conciliar la obediencia con la inspiración del cielo.
Ubicados en esta perspectiva, algunas enseñanzas sobre el tercer grado de humildad o sobre la obediencia de juicio poseen todo el sabor de una experiencia vivida. Dios lo dejará hasta el final en la noche del espíritu y morirá sin realizar su ideal.
El obispo, el día del funeral, retiró, incluso, las últimas concesiones de vida religiosa concedidas a la Comunidad e intentó volver a la forma de vida de las constituciones de 1841. Pero los miembros, comprendiendo la herencia de santidad recibida, suplicaron al obispo en términos emotivos: «Queremos los vínculos con que nuestro Padre nos encadenó; dígnese, monseñor, dejárnoslos; le serviremos mucho más fiel y generosamente».
Habrían de pasar doce años todavía para que el obispo. convencido por los hechos milagrosos, cuyos relatos sería largo de contar consintiera enviar a Roma nuevas constituciones conformes al ideal del fundador.
La oposición de monseñor Lacroix era sólo por la obra. pues el obispo apreciaba altamente las virtudes del P. Garicoits y la oración fúnebre pronunciada en los funerales se parecía mucho al panegírico de un santo.
Por lo demás, san Miguel distaba mucho de dejarse abatir por las pruebas. Privado de la ayuda que podría encontrar en reglamentos más apropiados, formaba a sus compañeros según su ideal personal y. a medida que aumentaba el número, fundaba obras llenas de empuje y de vida. Fundó muchos establecimientos escolares, además de enviar a muchos misioneros a todos los rincones de la diócesis: en 1837, la escuela primaria de Betharram y, en 1847, la secundaria, a pesar de las dificultades puestas por la Universidad; en 1849, la escuela primaria de Orthez, seguida de un colegio en 1850. El mismo año, asumía la dirección del colegio de Mauleón; en 1851, de la escuela primaria de Asson; en 1855, del colegio de Olorón. En 1856, fue la primera fundación en Argentina, a la que seguirían otras más. En 186 1, la de Montevideo.
A pesar de todo lo que podía restringirlo y privar de savia, el árbol betharramita crecía y se hacía cada día más vigoroso.
Las obras no se hubieran podido realizar de no mediar el espíritu de intensa generosidad que el P. Garicoits infundía a todos los miembros del Instituto. Todo era ocasión para formar las almas. Sus clases de filosofía y de teología eran seguidas con avidez no sólo por los estudiantes. sino también por los sacerdotes presentes en la casa central.
Cada semana, daba a la Comunidad una charla espiritual. Era entonces, sobre todo, que el santo daba rienda suelta a su espíritu y forjaba ya esa unidad que permitiría subsistir al Instituto a pesar de todas las tempestades. En estas charlas nacieron la casi totalidad de los textos que componen el presente libro.
El fundador tenía una segunda familia espiritual, la de las Hijas de la Cruz. La casa provincial, con el noviciado, estaba a cuatro kilómetros de Betharram. El P. Garicoits fue durante treinta y cinco años casi el único asesor y confesor. Formó en la vida espiritual a 1.200 religiosas a quienes acompañaba después en las obras a las que la obediencia enviaba. concluido el noviciado. Imprimió así en la provincia de Igón el sello del fervor y del heroísmo con que se benefició todo el Instituto de las Hijas de la Cruz.
Las cartas de dirección espiritual a las Hermanas constituyen la mayor parte de la correspondencia que nos queda. Daremos algunos extractos en este libro, juzgados necesarios para exponer su doctrina (4).
Señalemos, luego de ver la obra, los rasgos que lo caracterizan: vasco, con las mejores cualidades de la raza; cuerpo sólidamente constituido, con una fuerza atlética y una resistencia sin límites en la fatiga; espíritu recto y positivo, temperamento enérgico, constante en los proyectos, intrépido e, incluso, audaz, cada vez que su ideal lo requiere. Proveniente de una familia pobre, escala los peldaños del sacerdocio a fuerza de energía y de voluntad, alternando sus horas de estudio con las del servicio doméstico. Así, al llamado de Dios, responderá con un ecce venio, aquí estoy, de calidad poco común.
El esfuerzo que le exige su dura situación es bastante como para alcanzar el dominio de su difícil carácter; él mismo se impone un ascetismo riguroso y continuo, a veces con penitencias extraordinarias, trabajando por encima de los límites normales. Una sola comida por día; por la noche, un sueño de cuatro horas, dedicando el resto de la noche a la oración, a la correspondencia, a la preparación ¿le las clases, sermones y conferencias, estudio de los maestros de la vida espiritual, teólogos, filósofos.
Este libro mostrará su labor impregnada de gracia y de contemplación, ya que desconfiaba de los engaños que usa a menudo la naturaleza para sustituir a Dios. Decía: «Dios dentro de nosotros, actuando interiormente en nosotros, con nuestra cooperación. ¡Qué de veces combatimos, impedimos su actuación interior! Por eso, debemos recurrir a la inspiración divina con circunspección, debido a nuestra malicia y porque existe en nosotros una naturaleza homicida que se mezcla con la acción vivificante de la gracia».
Para apreciar lo que de original hay en la espiritualidad del santo, habría que analizar minuciosamente sus fuentes y reminiscencias. No podemos hacer semejante trabajo en estas páginas. De entre los maestros que influyeron de alguna manera en él, podemos citar a san Agustín, san Bernardo, san Alfonso de Ligorio, sin que tuviera preferencia por alguno en especial.
El único que lo marcó fue el vasco de Loyola, san Ignacio. En su retiro espiritual de Toulouse, el P. Garicoits se empapó de la recia virtud de los Ejercicios que simpatizaba tan bien con su temperamento Y deseos de heroísmo. El libro se convirtió en su principal manual de espiritualidad. El P. Leblanc le entregó también el Sumario de las Constituciones y las Reglas comunes de la Compañía de Jesús. Fueron para el discípulo objeto de meditación asidua, asimilando completamente la letra y el espíritu. Obtuvo, además, del obispo de Bayona, que las reglas fueran, al menos, provisoriamente observadas por la Comunidad naciente. Desde ese momento, las charlas sobre la vida religiosa tenían, a menudo como tema, una u otra de esas reglas, sobre todo la primera del Sumario. De esta última solía sacar toda la doctrina con que alimentaba a los miembros de la Comunidad.
Aunque reconozcamos y proclamemos la dependencia esencial. no podemos titubear en reconocer el genio personal de san Miguel. No se contentaba con asimilar fórmulas y lo esencial de san Ignacio, ni con repensar y rever todos los conceptos, adaptándolos al espíritu y comunicarles por ende un sello original, ponía esta doctrina bajo la dependencia de un nuevo principio al que le daba su forma propia y como su diferencia específica. El espíritu de Betharram y el de los Jesuitas serán netamente distintos, si bien conservarán un mismo cierto aire de familia.
Los lectores se percatarán fácilmente. A cada página descubrirán. casi íntimamente mezclados a menudo, las ideas de san Ignacio y el aporte nuevo de un pensamiento original. Un erudito vasco, el canónigo Istebot, recalca que el P. Garicoits tiene de su antecesor «el espíritu de las constituciones, el método que hacía seguir a sus ejercitantes, el estilo militar de las exhortaciones, las bases del ascetismo y, sobre todo, sentido de la jerarquía, respeto por la autoridad, que uno de sus biógrafos no duda en llamar pasión por la dependencia» (5).
Sin embargo, cada pasaje imitado, era menos un término que un punto de partida. Cuando había meditado el tema, hablaba, dice un testigo. «con un libro o cuaderno en las manos… Pero, a penas leía unas palabras que las ideas y los sentimientos se agolpaban en su espíritu y en su corazón, siendo necesario abrirles paso (6). El pensamiento interior afloraba entonces, preciso y denso a la vez, fluido, como lava de un volcán. No era un orador, sino un hombre poseído por la verdad, identificándose con ella y proyectándola, con su propia alma, en el corazón de sus oyentes.
De ahí, dice aún el canónigo Istebot, «imágenes sorprendentes, porque inspiradas por la índole de las cosas, expresiones abreviadas inimitables, carácter doble que hace aparentar su estilo al de los Pensamientos de Pascal, mutatis mutandis». Efectivamente, igual que su pensamiento, su estilo va derecho al objetivo y no se molesta ni por formas literarias, ni por precauciones oratorias, ni por perífrasis convenidas. Nada de adornos, pocos epítetos; palabras familiares que huelen a terruño, cuya fuerza, osadía e ímpetu impiden la vulgaridad y las ennoblecen; fórmulas sorprendentes creadas para expresar una doctrina y grabarla. Estilo y doctrina de un maestro.
¿Cuál es y de dónde ha sacado san Miguel esta doctrina personal que hasta a las citaciones transforma? Desde su paso por Cambó, se hizo dicen los testigos ‑ «el ardiente propagador de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús». Pero esta devoción no se limitaba en él a ciertas prácticas; era un principio de renovación interior destinado a dar forma a toda una vida. Ante todo, consistía en unirse a la primera disposición del Verbo Encarnado al entrar en el mundo y decir al Padre: «Aquí estoy para cumplir tu voluntad» (Heb. 10, 9).
A partir sobre todo del momento en que se siente inspirado para fundar una Congregación religiosa, se puede afirmar que su preocupación era reproducir en sí mismo y en sus compañeros el ecce venio del Hijo de Dios.
«Su propósito, al establecer el Instituto- escribe el P. Etchecopar-, fue formar y agrupar a hombres prendados de amor por el Corazón de Jesús, penetrados por sus sentimientos, consagrados a sus intereses, en unión con el Corazón de su divina Madre, teniendo por divisa la proclama de la obediencia, desde el momento que se encarnó en el seno de la Inmaculada Virgen, hasta el momento en que expiró en los brazos de la cruz: Ecce venio ut faciam, Deus, voluntatem tuam (Heb. 10, 7), Humiliavit semetipsum, factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis (7) (Fil. 2, 8). Este es el pensamiento del fundador» (Carta circular, del P de Marzo de 18 8 5).
El Instituto, así fundado, no podía recibir otro nombre más apropiado que el de Sociedad de Sacerdotes del Sagrado Corazón, y el mismo Fundador cuidó del sentido del apelativo: ¿Por qué nuestra Sociedad lleva el nombre de Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús? Porque está especialmente unida al divino Corazón que dice al Padre: «Aquí estoy», con el fin de ser sus cooperadores para la salvación de las almas, etc.» (S).
«Precisamente en el Corazón de Jesús- dirá el P. Etchecopar- puso el P. Garicoits los fundamentos del Instituto», y el mismo santo mandaba repetir a todos los miembros la siguiente oración: «Dios mío, no mires mis pecados, sino la Sociedad que tu Sagrado Corazón ha concebido y formado».
Es cierto que el nombre mismo del Sagrado Corazón es raramente empleado por san Miguel. Dice más a menudo nuestro Señor Jesucristo. pero, en Jesucristo, apunta casi siempre a las disposiciones interiores, especialmente al ecce venio, que se repite como leitmotiv en sus meditaciones, exhortaciones, cartas y hasta en sus cursos de teología. Aun sin ser absolutamente idénticos, los dos nombres son, las más de las veces, intercambiables y, en más de una ocasión, sucede que en un mismo pasaje utiliza uno u otro vocablo con sentidos equivalentes.
El Ecce venio del Verbo, pronunciado en el instante de la Encarnación, siguió a lo largo de toda su vida humana, formando el alma de cada misterio: 1nició su carrera por este gran acto que jamás interrumpió», escribe el P. Garicoits. Por esa razón en las páginas dedicadas al Pesebre, la Cruz, la Eucaristía, escucharemos continuamente resonar el ecce venio.
En el Betharramita, como en el Sagrado Corazón, el aquí estoy debe ser ante todo un grito de amor y de confianza hacia el Padre del cielo. cuya Providencia rodea a sus hijos con una ternura sin límite: «El Señor me conduce y nada me faltará«, repite el santo con el salmista, y deplora, con contagiosa pena, la incomprensión de esta paternidad divina por parte de los cristianos. En segundo lugar, un grito de humildad, pues el Verbo ha dicho anonadándose: aquí estoy. La doctrina del anonadamiento ocupa un lugar muy importante en la espiritualidad del P. Garicoits y se expresa en fórmulas excepcionalmente resaltantes; tiene su origen en el exinanivit pero siempre iluminada desde el ecce venio. El enérgico compendio del Dios todo, yo nada, tiene perfectamente su lugar en el contexto ambiental de la soberanía de Dios y de la nada del ser creado. Pero el sentido no hubiera sido exactamente el mismo; pues, para Miguel Garicoits, la soberanía absoluta de Dios sólo se alcanza a través de su Paternidad; y el pecado es siempre un crimen contra el amor más que una ofensa a la majestad de Dios.
Los derechos del Señor y los del Padre se unen para dar a la voluntad de Dios un carácter doblemente sagrado. Por eso, lo mismo que el Verbo encarnado había hecho consistir su ofrenda en el cumplimiento del querer paterno: aquí estoy para hacer tu voluntad, del mismo modo la principal divisa de los sacerdotes del Sagrado Corazón será: Fiat Voluntas Dei (Hágase la Voluntad de Dios), abreviada en F.V.D. Esto se concretará en una doctrina de la obediencia, tan rigurosa como la de san Ignacio. El vasco de Ibarre siempre meditó la famosa Carta sobre la obediencia del vasco de Loyola. Pero la obediencia, como la humildad, se inspirará ante todo en un motivo de amor. «Lo que nos caracteriza, escribe, es obedecer sin excusa, sin demora, sin reserva de acción, voluntad y juicio, más por amor que por cualquier otro motivo» (9).
Notemos, además, que el ecce venio corría siempre paralelo al ecce ancilla en los labios y en el corazón de san Miguel, porque ambas fórmulas habían surgido la una del Corazón de Jesús, la otra del Corazón de Nuestra Señora en el instante de la Encarnación.
Todo discípulo del P. Garicoits, sólidamente establecido en estos principios, con esas virtudes, siendo por ello idoneus, expeditus, expositus. es decir, capaz, sin impedimentos, totalmente entregado a Dios y a los superiores, tiene que tener para con el prójimo un amor y una entrega sin límites. En todo momento y circunstancia, debe estar dispuesto a ‘,ejercer la inmensidad de la caridad dentro de los límites de su situación», cuidadoso para no sobrepasarse de los límites providenciales así como generoso para no omitir nada de lo que Dios y los hombres puedan esperar de él: «modesto y abnegado, pequeño, sumiso, constante y siempre contento».
Estas breves indicaciones nos ayudan a ver la riqueza y la perfecta ortodoxia de su doctrina espiritual. Sólo nos falta decir cómo se redactó.
Aunque san Miguel no compuso ningún tratado de espiritualidad, tenemos muchos escritos espirituales suyos. Notas personales, lecciones, meditaciones, sermones, cartas de dirección espiritual, etc., forman un legajo voluminoso que exigirá mucho trabajo para poder publicarlo.
Hemos señalado las charlas espirituales dadas una vez por semana a la comunidad. No las escribía; anotaba las ideas principales, se compenetraba meditándolas, y luego se dejaba llevar por el fuego de su celo en una improvisación que traslucía todo su ser.
Felizmente, entre el auditorio, se encontró un evangelista que pensó en recoger las palabras del maestro. El P. Augusto Etchecopar, miembro de la Sociedad de Sacerdotes de Santa Cruz de Olorón, entró en Betharram en 1855, después de la disolución de esa Sociedad (10). Se prendó inmediatamente de la santidad del P. Garicoits de quien fue el discípulo privilegiado. Enviado en 1855 a Olorón, fue llamado de nuevo a Betharram en 1857 y nombrado maestro de novicios a los 27 años. Desde entonces, vivió en la casa madre con el fundador.
Impresionado por las enseñanzas espirituales de las charlas de san Miguel, se dedicó no sólo a anotar los pensamientos, sino también las expresiones genuinas y los principales matices de sus frases. En 1890 mandó imprimir numerosos fragmentos de esas anotaciones para los miembros de la Congregación (1l). El presente libro se compone en gran parte de esos fragmentos.
El modo fragmentario como fueron dadas esas instrucciones, los temas elegidos y sugeridos ya fuera por las circunstancias, las necesidades de la Comunidad o la inspiración del momento, la forma en fin de los apuntes tomados, explican el carácter fragmentario de estas páginas. El P. Etchecopar las calificaba de «pensamientos sueltos», «restos sin forma», «fragmentos recogidos de memoria y redactados lo más fielmente posible». Y, para indicar el principio que lo había guiado en la elección de los fragmentos, añade: «Nos hemos aplicado en poner de relieve, no siempre lo que había siempre de estimulante y de paternal en sus conferencias, sino los impulsos de su celo y de los pensamientos vigorosos, alimento de corazones valientes» (Introducción a la mencionada Colección).
Notemos que el trabajo del P. Etchecopar no abarca más que los seis últimos años de la vida del Fundador. Está, pues, lejos de representar su enseñanza completa, y la excepcional calidad de lo que nos queda nos hace lamentar la parte perdida.
Sin embargo, a los textos publicados en 1890, hemos podido añadir notas importantes recogidas de la misma manera por el P. Etchecopar en un segundo cuaderno inédito, así como un cierto número de sus escritos conservados en los archivos del Instituto. La presentación actual parece alejarse bastante de la recopilación antigua. La diferencia no cambia nada de lo esencial. Hemos retomado la idea del P. Etchecopar en su ensayo de síntesis. Pero, al mismo tiempo que respetamos escrupulosamente su redacción, hemos podido, gracias a la importancia, en cantidad y calidad, de los textos nuevos, realizar una reconstrucción más completa del pensamiento de san Miguel. Así se explica el plan del presente volumen.
Seguramente san Miguel Garicoits se sorprendería si se le hubiese dicho que un día sería clasificado entre los maestros espirituales. Pero Dios se complace en glorificar a su servidor. Durante su vida, junto al resplandor de su santidad, hubo fenómenos sobrenaturales: éxtasis, levitaciones, profecías, clarividencia de conciencias, milagros. La Iglesia ratificó esos testimonios venidos del cielo. En 1899, León XIII, firmó el decreto de introducción de su Causa; en 1916, Benedicto XV proclamó la heroicidad de sus virtudes; en 1923, Pío XI lo elevó a los honores de los altares proclamándolo Beato y, el 6 de Julio de 1947, Su Santidad Pío XII lo canonizó solemnemente.
(1) Congregación fundada a principios del s. XIX por san Andrés Hubert Fourriet y santa Juana Isabel Bichier des Ages.
(2) Un santo vasco: el Beato Miguel Garicoits, de Gigord, 1936.
(3) Véase este relato en Bemoville, cap. IX: Triunfo del P. Garicoits.
(4) Correspondencia de San Miguel Garicoits 1 y 11, P. Eduardo Miéyaa (fuera de comercio).
(5) Charla dada en el seminario de Bayona. El texto completo fue publicado en el Echo de Betharram, enero-febrero de 1933.
(6) Vida y Cartas del P. Miguel Garicoits por el R.P. B. Bourdenne, 2′ edición, 1889, p. 206-207.
(7) Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz
(8) Ver la continuación de este texto importante.
(9) Escrito del santo sobre la Forma de vida de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.
(10) La biografía del P. Etchecopar, tercer Superior General de los sacerdotes del Sagrado Corazón de Betharram, se publicó en 1937 (Ediciones Spes) por el P. Pedro Femessole. Su beatificación ha sido iniciada ya en Roma y el proceso apostólico está terminado.
(11) Colección de Pensamientos del R.P. Miguel Garicoits. Toulouse. Privat, 540 pág. in 32, 1890.
(12) Lugar de ejercicios militares en Bayona.
(13) Alusión a una conversación de Tauler, recogida por Surius. Tauler se encuentra con un mendigo a la puerta de la Iglesia. Éste le dice cómo encontró la felicidad en la renuncia a toda creatura para unirse sólo con Dios (Sermones de Tauler, traducidos por Ch. Sainte-Foi, Pousselgue, 1855, t, 1, p.65-67).
(14) San Miguel se sitúa aquí en el plano del destino eterno y no en el de la simple justicia conmutativa que regula las relaciones particulares entre los hombres.
(15) Estas notas son un resumen de una nueva meditación o el bosquejo de una charla. Encontramos muchos semejantes en los escritos.
(16) Alusión al golpe de Estado de Napoleón III.
(17) Alusión a los sufrimientos que marcaron el papado de Pío IX.
(18) Alusión a las rocas que dominan el santuario de Betharram.
(19) Estas palabras con que San Miguel gustaba resumir su ideal, están extraídas de Suárez (Rel. Soc. Jesu, Lib. 1, cap. 2, n. 8).
(20) El Uno. Leonide nació en Lestelle, cerca de Betharram. Entró como hermano lego y murió, como si fuera predestinado, a los 15 años. San Miguel, que lo conoció de pequeño, hablaba de él, luego de su muerte, así: «Amemos la Cruz, como el Hermanito Leorude, que todos conocisteis. ¡Qué maravilloso niño! A los 5 años, en lo más crudo del invierno, se hacía despertar, bajar de la cama, por su padre. Llamaba a nuestra puerta y se iba a la capilla. Tales felices disposiciones se multiplicaron con la edad. Admitido en la comunidad como Hermano, se convirtió, por su piedad y su amor a la Cruz, en modelo de los Hermanos. Niño como era, sabía la brillante filosoria del crucifijo, al punto de ser admirado por todos los que lo trataban (Vida, la Ed., p. 276).
(21) Secretario de Mons. Loyson, obispo de Bayona.
(22) «Lo hice un ser espiritual, incluso en la carne… Y ahora se ha vuelto carnal, incluso en el Espíritu» (Bossuet, Elevaciones, 7 a Sem., Y Elev. Cf. san Agustín, La ciudad de Dios, Lib. XIV, Cap. 15. P.L. 61, 423).
(23) Vicario General de la diócesis de Poitiers y superior de las Hijas de la Cruz.
(24) Evaristo Etchecopar, tío del futuro P. Augusto Etchecopar.
(25) Alusión al desafortunado Sauzet, ejecutado el 27 de Febrero en Pradelles (Haute-Loire) y cuya muerte fue muy edificante.
(26) Se trata del P. Passaglia, salido de la Compañía de Jesús en 1859. La prueba, como intuyó san Miguel, le resultó favorable: murió en 1887. reconciliado con la Iglesia.
(27) Esta reprimenda de san Miguel apunta a las gestiones hechas por algunos misioneros de América ante la Santa Sede para obtener más amplios poderes a fin de ejercer el ministerio sacerdotal en otras provincias. fuera de la diócesis de Buenos Aires.
(28) Alude al suplicio de Sauzet. Según declaraciones del sacerdote que lo asistió, san Miguel creía en la inocencia del condenado quien, calumniado, aceptó con heroísmo la muerte antes que denunciar al verdadero culpable.
(29) Industrias para curar las enfermedades del alma: publicación del P. Claudio Aquaviva -finales del s. XVI-, Superior general de la Compañía de Jesús. San Miguel apreciaba mucho esta obra y la recomendaba mucho a los superiores.
(30) Obra publicada en los inicios de la Compañía y que contiene preciosas indicaciones para hacer con provecho los Ejercicios Espirituales de san Ignacio.
(31) Mons. Lacroix, al no querer establecer la comunidad de Betharrani como Instituto religioso, permitió, con muchas restricciones, pronunciar los votos.
(32) Bossuet había dicho casi lo mismo: «Sin apenamos por rebosar de pensamientos ambiciosos, preocupémonos por alcanzar horizontes lejanos de bondad; y, en oficios delimitados, tengamos una caridad infinita (Sermón sobre La ambición, Ed. Lebarq, T. 4, p. 153 ».
(33) El venerable P. Luis Eduardo Cestac, fundador de las Siervas de María de Anglet (Bayona).
(34) El P. Rossigneux era catedrático de Universidad.
(35) Era el momento en que el P. Garicoits sometía a Mons. d’Astros el proyecto de fundar el Instituto.
(36) San Miguel recurre muchas veces al ejemplo del ferrocarril y saca diversas conclusiones. Su espíritu, muy sensible al progreso, estaba fuertemente conmocionado por el tipo de locomoción, nuevo entonces, que cambiaba considerablemente las condiciones de los viajes y facilitaba así los desplazamientos de los misioneros.
(37) San Alfonso Ligorio era hombre de experiencia. Encaraba las cuestiones, las verdades, del lado práctico. Era prácticamente práctico, practico practice. ¡Cuántas aberraciones en los que miran las cosas especulativamente! ¡Cuántas falsas decisiones! Jansenistas apartando a pueblos de la comunión y dejándolos vivir como animales. [ Apreciación valorativa del P. Garicoits ]
Fuente: betharram.info
MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES DEL SAGRADO CORAZÓN DE BÉTHARRAM
CON OCASIÓN DEL 200 ANIVERSARIO
DEL NACIMIENTO DEL FUNDADOR DE LA ORDEN
Al padre FRANCESCO RADAELLI, s.c.j.
superior general de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Bétharram
1. Con ocasión del 200 aniversario del nacimiento de vuestro fundador, san Miguel Garicoits, me uno con gusto a la alegría y a la acción de gracias de los miembros de vuestro instituto esparcidos por todo el mundo, de quienes se benefician de su apostolado y de quienes participan en las diferentes celebraciones que caracterizan este segundo centenario.
Desde muy joven, Miguel Garicoits escuchó la llamada del Señor a seguirlo en el sacerdocio. La maduración de su vocación y la disponibilidad de que dio prueba están unidas a la atención de sus padres, a su amor y a la educación moral y religiosa que recibió, particularmente gracias al cuidado diligente de su madre. En su itinerario espiritual, su familia ocupa, por tanto, un lugar importante. Fue un lugar de formación de su personalidad humana y espiritual, y una «pequeña Iglesia», según la fórmula de san Juan Crisóstomo citada por el concilio ecuménico Vaticano II (cf. Lumen gentium, 11). Gracias a ella, el joven Miguel aprendió a dirigirse al Señor, a ser fiel a Cristo y a su Iglesia.
En nuestro tiempo, en el que con frecuencia se descuidan los valores matrimoniales y familiares, la familia Garicoits es un ejemplo para los matrimonios y los educadores, que tienen la responsabilidad de transmitir el sentido de la vida y hacer que se perciba la grandeza del amor humano, así como despertar el deseo de encontrar a Cristo y seguirlo. Con este espíritu, toda familia cristiana está invitada a tomar parte activa «en la misión de la Iglesia de manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor» (Familiaris consortio, 50). Es deber de los pastores ayudar y sostener a los padres cristianos en sus tareas educativas.
2. La disponibilidad humilde y perseverante a la voluntad divina es el principio fundamental de la vida de vuestro fundador, de su acción y de su ministerio sacerdotal. No dejó de repetir: Ecce venio!, conformando así todo su ser con Cristo Redentor, que vino para hacer la voluntad de su Padre. Quienes confían en el Señor, se dejan modelar por él, para que Dios fecunde su acción (cf. 1 Co 3, 7). A este propósito, san Francisco de Sales solía repetir: «Dios trabajará con vosotros, en vosotros y por vosotros, y vuestro trabajo dará consuelo» (Introducción a la vida devota, III, 10). Esta actitud filial permite descubrir el amor infinito de Dios y guía a lo largo de toda la existencia por el camino de la práctica de las virtudes teologales y morales, dado que «quienes profesan su pertenencia a Cristo se reconocen por su estilo de vida» (san Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, 13).
A ejemplo de san Miguel, los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Bétharram están llamados a dirigirse al Señor, para manifestarle su amor y su completa disponibilidad. Por la plegaria, particularmente por la oración, encuentro íntimo con el Sagrado Corazón, y por la práctica de los sacramentos, encuentran la fuerza para vivir su sacerdocio en el seno de su comunidad religiosa y en los diferentes servicios que se les confían en la Iglesia. En efecto, la contemplación y la unión con Cristo son la fuente de todo apostolado; la devoción al Sagrado Corazón «purifica [las almas], las llena de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas» (Pío XII, Haurietis aquas, 1956), y el encuentro con Jesús en la oración ensancha el corazón del hombre hacia las dimensiones del mundo. Al vivir hoy la espiritualidad del Corazón de Jesús, «inflamado de amor a nosotros», los sacerdotes de vuestro instituto siguen una escuela admirable, tanto para su vida personal como para sus misiones. Se deben dejar guiar por el Espíritu, para servir en la Iglesia de acuerdo con el corazón de Dios, entregándose totalmente, por amor, para la salvación de sus hermanos. Recuerden todos que «perder algo por Dios, significa encontrarlo muchas veces» (Orígenes, Homilía sobre el Génesis 7, 6).
3. San Miguel Garicoits fortaleció su vida interior y afinó su sentido pastoral mediante el estudio frecuente de la filosofía y de la teología. Así recuerda a sus hijos que tienen que formarse incesantemente, a fin de llegar a ser educadores, ya que el estudio es un elemento indispensable para todos los misioneros del Evangelio.
La formación, que sostiene el ejercicio del ministerio sacerdotal, «tiende, desde luego, a hacer que el sacerdote sea una persona profundamente creyente y lo sea cada vez más; que pueda verse con los ojos de Cristo en su verdad completa» (Pastores dabo vobis, 73). Además, los hombres necesitan recibir la enseñanza necesaria para su adhesión de fe y para el testimonio que tienen que dar en medio de sus hermanos.
San Miguel también puso gran esmero en el acompañamiento espiritual de los fieles encomendados a él, para que pudieran avanzar por el camino de la vida perfecta. En la línea de san Francisco de Sales y de san Ignacio de Loyola, como hacía vuestro fundador, hoy es más importante que nunca proponerles también de manera clara la práctica de la dirección espiritual, que permite a cada uno «progresar en el camino €de la santidad» (Manuscrito, 594). Deseo, por tanto, alentar a los miembros de vuestro instituto a asumir y proseguir las intuiciones de san Miguel, para enseñar a nuestros contemporáneos a orar, a conocer y a amar a Cristo, y a seguirlo de acuerdo con su vocación particular, puesto que la fe y el amor dan una sabiduría «secreta », «sencilla», «general» y «espiritual », que ilumina lo que conviene realizar en el mundo (cf. san Juan de la Cruz, Noche obscura II, 17).
4. La vida religiosa, forma insigne de vida bautismal, se concreta de manera particular en el ideal de la vida ascética y comunitaria, que san Miguel tanto amaba. Es muy valiosa para la Iglesia, ya que es el reflejo de la santidad y de la fraternidad que le vienen del Señor (cf. Perfectae caritatis, 8 y 10; Vita consecrata, 60). Traduce el deseo de seguir de manera radical a Cristo, en quien se encuentra la verdadera felicidad, orientando la mirada hacia el mundo futuro. Así pues, a la vez que me alegro de que surjan numerosas vocaciones religiosas en las Iglesias jóvenes, animo a los miembros de vuestro instituto a proseguir con fidelidad su compromiso religioso, con «espíritu de entrega total a Cristo y a la Iglesia» (Vita consecrata, 60), y a realizar con amor las misiones que se les confíen.
5. La Iglesia se alegra por los diferentes servicios que vuestro instituto realiza en los continentes donde está presente, en relación estrecha con los pastores locales, con el espíritu de san Francisco Javier. En particular, anima fuertemente y apoya a todos los movimientos e instituciones que se comprometen en la educación de la juventud. El futuro de la Iglesia y de la sociedad descansa, en gran parte, en la formación que se da hoy a los jóvenes. En numerosos países, los jóvenes carecen de ambiente familiar, de afecto y de estructuras que les permitan encuadrar su instrucción y llevar a cabo su maduración interior. A veces, también están sometidos a tentaciones degradantes por parte de adultos poco delicados, que dejan huellas indelebles en lo más profundo de su ser. Gracias a la presencia solícita y afectuosa de educadores maduros y equilibrados, conviene darles los medios para construir su personalidad y brindarles una formación humana y una educación espiritual y moral apropiadas, a fin de que puedan convertirse en adultos sólidos, asumir sus responsabilidades en la sociedad y ser discípulos fieles de Cristo. Despertando la inteligencia y formando los corazones y las conciencias en los valores humanos y espirituales esenciales, los educadores preparan a los pastores y a los fieles que serán los protagonistas de la evangelización del tercer milenio. La educación de los jóvenes es un apostolado eminente, ya que, ayudando a cada uno a hacer fructificar sus talentos, el verdadero pedagogo permite el desarrollo de la persona, la lleva a descubrir el amor misericordioso del Señor y la invita a tener confianza en sí misma y a ponerse al servicio de sus hermanos.
6. Desde hace algunos años, habéis sido llamados a cumplir otras misiones, además de la educación, especialmente para afrontar las nuevas formas de pobreza, mostrando a los pobres el rostro de amor y de ternura de nuestro Dios. Atentos a las necesidades de los hombres de nuestro tiempo, habéis vivido así la disponibilidad y el amor de manera renovada, entre los jóvenes, entre las familias y en el ámbito de las estructuras de asistencia social, impulsados por el deseo de promover íntegramente a toda persona confiada a vuestra solicitud pastoral. Me alegro de vuestra respuesta generosa a esos servicios eclesiales.
7. A la vez que le encomiendo a la intercesión de la Virgen María, por quien san Miguel Garicoits tenía una gran devoción, especialmente porque junto a la cruz de su Hijo ella estaba «de pie y sin perder la esperanza», le imparto de todo corazón la bendición apostólica a usted, así como a todos los miembros del instituto y a las personas que se benefician de su apostolado.
Vaticano, 5 de julio de 1997
IOANNES PAULUS PP. II
Fuente: vatican.va
DISCOURS DU PAPE PIE XII
AUX PÈLERINS RÉUNIS À ROME POUR LA CANONISATION
DE SAINT MICHEL GARICOÏTS ET DE
SAINTE JEANNE-ÉLISABETH BICHIER DES AGES*
Salle des Bénédictions – Lundi 7 juillet 1947
LES RICHESSES DE LA « GRÂCE MULTIFORME » DE DIEU
Plus d’une fois, célébrant les élus qu’il Nous était donné d’élever à la gloire des autels, Nous Nous sommes complu à faire admirer, dans la variété de leurs physionomies, la richesse de la palette divine, de cette multiformis gratia (1 P 4, 10), qui, posant sur le front de chacun des saints, comme le prisme sur l’écran, un des reflets diversement colorés de l’unique et infinie lumière incréée, fait de leur ensemble une image, bien pâle assurément, merveilleusement belle pourtant, de celle qui est appelée par excellence miroir de justice, parce qu’elle réfléchit en elle seule la splendeur de son Fils qui est lui-même candor lucis aeternae et speculum sine macula (Sg 7, 26).
C’est que, si toutes les vertus — et toutes pratiquées dans un degré héroïque — doivent figurer au diadème dont l’Église couronne les bienheureux, le caractère, le tempérament de chacun, les évènements ou les circonstances de leur vie, mettent plus ou moins yen relief et en lumière l’une ou l’autre des gemmes qui en rehaussent l’éclat.
PROFILS DE SAINTS
Nous remarquons cette diversité entre les saints, quand nous comparons entre eux les deux prêtres, dont la vie a été si étroitement liée à celle de sainte Élisabeth Bichier des Ages. L’un a partagé avec elle les honneurs de la solennité d’hier ; l’autre les y a précédés de plusieurs années. Il est impossible de dissocier ce triple souvenir.
Or, à étudier la figure de Michel Garicoïts, son histoire et sa psychologie, on a l’impression de se trouver en face d’une de ces eaux-fortes qui, par la netteté coupante des traits gravés dans le cuivre, par le clair-obscur opposant la vivacité des lumières et la profondeur des ombres, sont propres à exprimer la physionomie marquée d’un caractère vigoureux.
À contempler d’autre part la figure d’André Fournet, on pense involontairement aux pastels nuancés, en faveur à son époque. Si la force à se vaincre a mis la douceur de la grâce dans la rude nature du montagnard pyrénéen, la générosité d’une charité ardente a rendu forte comme le diamant la nature délicate, tendre, presque timide et hésitante du curé poitevin.
Il serait plus difficile de dire quel fut en Élisabeth Bichier des Ages le trait dominant. Favorisée, dans l’ordre physique, intellectuel, moral, surnaturel, des dons les plus variés de la nature et de la grâce, elle s’est trouvée placée, dans le sombre passage du XVIIIe au XIXe siècle, au carrefour des événements et des situations les plus disparates, les plus brillants, les plus tragiques, les plus favorables à l’exercice héroïque de toutes les vertus. Elle s’est montrée, toujours et partout, à la hauteur des circonstances, fidèle et diligente à faire fructifier au centuple les dons reçus. Complète et harmonieuse, elle est vraiment cette femme incomparable, dont l’Esprit-Saint a daigné peindre lui-même le portrait. Et ce sont les conjonctures extérieures plutôt qu’une évolution personnelle, qui ont marqué des étapes dans la manifestation de ses riches qualités et de ses éminentes vertus.
LA JEUNESSE D’ÉLISABETH BICHIER DES AGES
Notre sainte appartenait à cette aristocratie, alors plus nombreuse et plus digne qu’on ne croit ou qu’on ne veut reconnaître, aristocratie de province et de campagne, providence du pays. Sa grâce faisait le charme des réunions de famille et de bon voisinage, réunions chrétiennement mondaines — pour rapprocher ces deux mots si rarement accordables — qu’elle animait joyeusement, trouvant toutefois la manière élégante d’esquiver toute participation aux danses, pourtant bien plus modestes dans son milieu à cette époque qu’elles ne le sont devenues depuis. Sa formation religieuse et intellectuelle était ample et solide autant qu’affinée, jointe le plus heureusement du monde au savoir-faire dans tous les soins, même les plus humbles, de la vie domestique d’alors, passant avec une aisance enjouée de la cuisine et des offices, où elle venait de faire la joie des serviteurs, au salon où elle faisait les délices des invités. Qui n’eût souri à la voir, à d’autres heures, suivre assidûment, plus résignée qu’enthousiaste, les leçons de comptabilité de son vénérable oncle, le chanoine de Moussac !
Dans les plans divins, tout cela, même les austères registres, doit lui servir un jour, jour très proche de l’épreuve : dans la maison endeuillée par la mort de son père et dont elle a la conduite ; dans la paroisse où, digne et distante vis-à-vis du clergé schismatique, elle soutient la fermeté catholique des paroissiens ; dans la prison où, avec l’habileté d’une professionnelle, elle ressemelle les chaussures et ravaude les vêtements de sa mère et de ses autres compagnons de détention ; dans le maquis de la procédure révolutionnaire, où, avec toute la compétence d’un homme d’affaires, elle discute les intérêts, défend le patrimoine, revendique les droits de la famille ; dans les innombrables péripéties de la vie clandestine, où elle se fait l’ange gardien et l’apôtre des fidèles traqués et persécutés.
Comment définir la maison de Béthines, la Guimetière, et l’existence qu’elle y mène avec sa mère, objet de sa sollicitude filiale, mais en même temps judicieuse et dévouée coopératrice de son apostolat, avec les quelques compagnes qui sont venues se joindre à elles pour partager les travaux de leur zèle et de leur charité ? Est-ce maison et vie de famille ? Est-ce couvent et vie religieuse ? Est-ce hôpital, école, dispensaire, centre d’œuvres de piété ? C’est tout cela en même temps : foyer d’activité, multiple sans confusion, empressée sans agitation.
Et il semblait que tout pela allât de soi-même, au gré des circonstances qui dictaient au jour le jour le programme du bien à faire et la manière de le faire, tandis que la main de la Providence, qui dirigeait le cours apparemment capricieux de ces circonstances, pourvoyait à mettre notre sainte en mesure et à même d’y répondre.
PRÉLUDE DE VIE RELIGIEUSE
La paix religieuse et sociale commençait à peine à renaître. Mais tout était à refaire : tant de ruines à relever, tant de désordres à recomposer !
La tâche qui s’imposait à Elisabeth était immense, surhumaine. Par bonheur les concours déjà s’étaient spontanément offerts. En outre, elle avait eu la grâce de rencontrer en saint André Fournet un guide pour sa vie personnelle, comme pour sa vie apostolique. Le plus urgent semblait être le rétablissement d’une vraie chrétienté. L’oncle chanoine vient en aide et fournit des missionnaires : on réconcilie tout d’abord l’église, on restaure le culte, on évangélise la population ; encore faut-il que ce ne soit pas un feu de paille. Il y a donc à pourvoir aux besoins de tous ordres et voici poindre toute une floraison d’œuvre apostoliques : instruction, catéchisme et autres — d’œuvres charitables parmi les pauvres, les malades, les infirmes. Il faut tout à la fois, pour répondre aux nécessités, s’étendre et se concentrer, se développer et s’organiser.
Dans la lumière et sous l’impulsion de l’Esprit-Saint on s’achemine progressivement vers une vraie vie religieuse, mais une vie dont l’activité sainte ne soit que le jaillissement au dehors de la flamme d’une ardeur excessive, incoercible, attisée par une contemplation intense et continuelle. Consciente de la grandeur d’une telle vocation, notre sainte n’ose point improviser ; elle veut s’informer, connaître et, sans se relâcher du soin de sa petite communauté et de ses œuvres, elle se met en campagne, elle visite des couvents, elle consulte, elle médite, elle prie. Elle trouve de belles et admirables choses qui lui donnent quelque lumière, qui lui suggèrent quelque inspiration ; elle ne rencontre pas précisément ce qu’elle cherche. Et ainsi, avec son bon Père André Fournet, elle a préparé des constitutions ; avec ses compagnes, elle s’est liée par des vœux ; l’autorité ecclésiastique a tout approuvé et la voilà, sans s’en être aperçue, devenue fondatrice.
FONDATRICE !
Fondatrice ! Songe-t-on à tout ce que sous-entend ce simple mot ? Dans l’ordre matériel, le seul auquel le monde prête attention : ampleur et complexité de tous les devoirs et soucis du gouvernement, de l’administration domestique et économique, des maisons à acquérir, à bâtir, à accommoder, à installer ; — dans l’ordre moral : sollicitude maternelle, à la fois forte, vigilante et tendre, qui doit s’exercer aussi bien dans le choix, la formation, la direction, le soutien des religieuses, que dans le soin corporel et spirituel des enfants, des pauvres, des malades et autres, dont tout l’institut a la charge ; — dans l’ordre ascétique : sanctification personnelle par la souffrance et par l’humilité, par la pratique héroïque de toutes les vertus, par la contemplation et l’union continuelle avec Dieu.
Comme un organiste, après avoir présenté tour à tour les jeux de son instrument et fait valoir la pureté, le timbre, la délicatesse mystérieuse ou le mordant éclat de chacun d’eux, petit à petit, les groupe ou les oppose pour, ensuite, synthétiser dans un final la richesse et la puissance de son orgue aimé, ainsi Dieu qui a fait chanter, dans toutes les conditions où il l’a successivement placée, les vertus de sa servante, va désormais les mettre toutes ensemble en pleine valeur dans la vie de son épouse.
Fondatrice ! Élisabeth Bichier des Ages — devenue, de nom et de fait, Fille de la Croix — va l’être à la grande manière, à la manière d’une Thérèse de Jésus et, plus d’une fois, sans vouloir s’arrêter à d’oiseuses comparaisons, on voit surgir, derrière elle, le souvenir de la Vierge d’Avila.
VISIONS DE SAINTETÉ
Il serait impossible d’esquisser, même sommairement, la vie si humble et si haute, si chargée et si équilibrée, de mettre en pleine lumière la figure si simple et si compréhensive de celle qui n’a voulu être appelée que « la Bonne Sœur ». Il y faudrait toute une galerie de tableaux.
Quelle scène, par exemple, que celle de l’opération à l’Abbaye-aux-Bois. Les chirurgiens, qui viennent de lui faire subir sous leurs fers des tortures dont la seule évocation donne le frisson, vont ensuite conter à la Cour et à la Ville l’héroïsme de leur sainte patiente. L’histoire vole aux quatre coins de la France, et la Fille de la Croix, elle-même élevée sur la Croix, attire tout à elle ! De partout on accourt à son chevet pour la voir et lui parler ; de partout aussi, on l’appelle et les fondations se succèdent dans la région parisienne.
Elle est attendue pour ce motif dans un des salons les plus aristocratiques du faubourg Saint-Germain. Quelle scène encore que celle-ci ! Elle est entrée, modeste comme une pauvre petite « Bonne Sœur » qu’elle est et, sans le savoir, majestueuse comme une reine. Elle sourit, tranquillement oublieuse des avanies qui, au dehors, avaient accueilli son approche ; mais voici maintenant que toutes ces grandes dames qui viennent, horrifiées, d’en apercevoir les traces, s’empressent autour d’elle avec vénération pour essuyer les crachats, dont leurs laquais avaient souillé, l’instant d’avant, sa pauvre robe. Sauf sa compassion pour ces pauvres gens qui ne savaient ce qu’ils faisaient, elle n’a été nullement émue par l’incident, pas plus qu’elle ne le sera aux Tuileries, quand le roi, marri de ce que ses officiers de service l’ont fait attendre, sort de ses appartements pour venir en personne au-devant d’elle.
PROGRÈS DE L’INSTITUT
L’œuvre va toujours s’étendant. La fondatrice prie le Seigneur de faire « pleuvoir des Sœurs » pour y suffire. Et les postulantes pleuvent aussitôt en telle abondance qu’elle ne sait plus où les loger. À grand’peine, elle acquiert à cette fin l’antique monastère de La Puye ; elle le trouve en tel état que, pour y remettre un peu d’ordre et d’unité, pour rejoindre les tronçons demeurés debout, pour adapter le tout à sa destination, elle s’improvise chef d’entreprise, directrice des travaux de charrois et de chantier.
Tant de labeurs et de tracas, loin d’interrompre l’extension de l’Institut, étaient destinés à la promouvoir. Mais alors, que de voyages ! et quels voyages ! On croirait par moments relire le « Livre des Fondations » de sainte Thérèse. Avec les moyens de locomotion d’alors, elle sillonne sans relâche toute la France, du Poitou à la Bourgogne et à la Franche-Comté, de l’Ile-de-France aux Pyrénées.
LA FIGURE DE MICHEL GARICOÏTS
Les Pyrénées ! C’est là qu’entre en scène Michel Garicoïts. Ce grand saint, si différent, dans tout l’ordre naturel, d’André Fournet, devait être, après sa mort et par la suite, un second père pour les Filles de la Croix. À l’en croire, il devait tout à leur mère : « En voyant, dit-il, la sainteté de cette âme d’élite, sa vie religieuse, sa pauvreté, je fus amené à réfléchir sur moi-même….Où serais-je sans elle ? Car… c’est à elle, après Dieu, que je dois le peu que je suis ; oui, je vous le dis, c’est elle qui m’a converti ». Et il déclarait même à qui voulait l’entendre que c’était elle encore « qui avait tout fait dans la fondation de la Congrégation des Prêtres du Sacré-Cœur de Bétharram, dont il était le premier Supérieur Général ». Faisons la part de la modestie ; les saints excellent dans l’habileté à se renvoyer réciproquement le mérite de leurs vertus et de leurs œuvres.
Quoi qu’il en soit, Michel Garicoïts, homme tout d’une pièce, ne fait pas les choses à demi. S’il est vrai que la vue de la pauvreté de la noble Élisabeth Bichier des Ages a converti « le jeune vicaire qui, ayant vécu très pauvrement… se parait de chaussures élégantes pour remplacer ses sabots de berger », il ne tarda pas à égaler son modèle, sinon à le surpasser, et les soutanes du saint deviendront aussi légendaires que la robe de la sainte.
« DE FORTI DULCEDO »
Avec la pauvreté, comprise et aimée, il a accueilli son inséparable cortège d’humilité, de mortification, d’abnégation, de zèle, de charité et il s’est pénétré en même temps d’une telle bonté, qu’on pourrait bien lui appliquer le « de forti… dulcedo » (ludic. 14, 14). De son cœur dans mille détails de sa vie, de ses lèvres dans ses conférences et entretiens spirituels, de sa plume dans ses lettres, jaillissent, comme d’un volcan en incessante éruption, des gerbes de flammes étincelantes de toutes les vertus. Échappement spontané, insuffisant toutefois à verser au dehors l’excès de charité, dont la pression va faire éclater son cœur impuissant à la contenir. C’est ce besoin de se dépasser lui-même qui, tout en faisant de lui le fondateur d’une famille religieuse, fait aussi de lui l’ami passionnément dévoué de toutes les autres. Là où de moins grands verraient des concurrents, il voit des frères et, plus encore, des apôtres, dont il ambitionne d’être, lui, l’humble coopérateur. Il accueille les Capucins chassés d’Espagne ; il prête son concours à la Congrégation naissante des Missionnaires de l’Immaculée Conception ; il aide avec une joie empressée à l’établissement des jésuites à Pau ; il fait le possible pour faciliter le retour des Prémontrés ; il collabore à la fondation de Notre-Dame du Refuge du Père Cestac ; il se dévoue dans la direction spirituelle des Carmélites, des Ursulines, des Dominicaines, et surtout de ses chères Filles de la Croix.
MERVEILLEUSE ACTIVITÉ DE SON ZÈLE
Les œuvres personnelles ne lui manquent pourtant pas : la formation et le gouvernement de sa Congrégation des Prêtres du Sacré-Cœur-de-Jésus, le sanctuaire et le Calvaire de Bétharram, la création et la direction de collèges, orphelinats agricoles et industriels, le recrutement de Frères instituteurs. La région pyrénéenne, où il a tant à faire et où il fait tant, ne le retient pas de répondre à la proposition d’une lourde mission en Argentine, puis dans l’Uruguay.
Si encore il s’était contenté de concevoir, de créer et de lancer ! Mais il est présent et agissant partout, soit par ses visites, soit par sa correspondance d’une extraordinaire multiplicité et, en même temps, si précise, si judicieuse, si cordiale et si enflammée d’ardeur surnaturelle, qu’on ne sait comment un seul homme a pu faire face à tant de tâches.
GLORIFICATION SUPRÊME
La Providence qui, au déclin de la vie d’Elisabeth, au brillant lever de la vie apostolique de Michel Garicoïts, a rapproché ces deux saints et assuré par leur mutuelle assistance la solidité et l’efficacité de leurs œuvres respectives, a voulu sanctionner leur rencontre ici-bas par leur réunion dans la glorification suprême.
Étonné par la plénitude qui fait la ressemblance de ces deux existences si diverses, le monde superficiel demandera par quel miracle a pu se concilier l’extension sans limite et la profondeur insondable de leur activité extérieure avec le recueillement intérieur de leur vie éminemment spirituelle et contemplative. Qui donc parle de concilier ? Une conciliation entre la flamme de leur zèle, qui propage au dehors l’incendie, et le foyer de la charité où elle s’est allumée ? Entre la clarté qu’ils répandent autour d’eux et la lumière infinie dont ils portent le reflet ?
EXHORTATION PATERNELLE
Quelle leçon pour vous, chers fils, Prêtres du Sacré-Cœur, chères Filles de la Croix ! Elle tombe des lèvres aimées des deux saints à qui, les uns et les autres, vous devez tant ! Que votre zèle, comme le leur, soit ardent, agissant, conquérant, adapté aux besoins de chaque temps, mais qu’il s’alimente toujours à la source vive ! Soyez sourds à la tentation de sacrifier votre vie religieuse et votre sanctification personnelle à l’apostolat. Ce serait cueillir de l’arbre les fleurs épanouies pour en faire un bouquet et vouloir chercher ensuite du fruit sur les branches dépouillées.
À leurs enseignements, à leurs exemples s’ajoute la puissance de leur intercession. Avec confiance Nous l’invoquons pour vous, en vous donnant, à vous, à tous ceux et celles que vous représentez ici, à tous ceux et celles auprès de qui ou pour qui vous vous dévouez, à vos familles, à tous ceux qui vous sont chers, Notre Bénédiction apostolique.
* Discours et messages-radio de S.S. Pie XII, IX,
Neuvième année de Pontificat, 2 mars 1947- 1er mars 1948, pp. 151-159
Typographie Polyglotte Vaticane.
Fuene: vatican.va