LA RESURRECCIÓN DE JESÚS, FUNDAMENTO DE LA FE
Todos tuvieron ocasión de ver a Jesús muerto en la Cruz. Los soldados romanos tenían la costumbre de matar a los crucificados rompiéndoles las piernas (lo que hicieron a los ladrones, que aún no habían muerto: no habían sufrido el castigo sufrido por Jesús antes). A Jesús no le hicieron eso, porque se notaba que estaba muerto. A Jesús un soldado le clavó la lanza en el costado y de él, dice san Juan, salió sangre y agua.
Lo enterraron de verdad: lo bajaron de la Cruz y, después de envolver su cuerpo en una sábana, lo llevaron a la tumba. No pudieron lavar el cadáver ni poner ungüentos, como era costumbre, porque era la Pascua de los judíos. Tuvieron que esperar a la mañana del domingo (tercer día).
Entretanto, ¿cuál era la actitud de los apóstoles? ¿Esperaban algo los apóstoles? Se habían resignado a que en el sepulcro terminaba toda su aventura: no esperaban, sin duda, la Resurrección de Jesús. Su actitud fue huir por miedo a los judíos. Ahí tenemos el episodio de los discípulos de Emaús.
Pero de pronto, ocurrió algo que lo puso todo patas arriba: aquella mañana, encontraron la tumba vacía y, en aquellos días muchos, incluidos los apóstoles, vieron a Jesús resucitado. Jesús se les apareció y, para hacerles creer que era realmente Él, les mostró las llagas de su Pasión. Así, con Su Resurrección, Jesús corroboró, demostró, que todo lo que había enseñado era verdad, y así dio principio a su Iglesia en la historia del mundo. Estos apóstoles que huían por miedo a los judíos se convirtieron en misioneros valientes que abrieron el Evangelio hasta que llegaron a dar la vida.
La Resurrección de Jesús es la base de nuestra fe y de nuestra vida: si Jesucristo no ha resucitado, si Jesucristo no está vivo en la comunidad cristiana, en la Iglesia, ofreciéndonos una vida nueva, entonces, lo que hacemos los cristianos no tiene ningún sentido, sólo somos unos desgraciados.
HE AQUÍ COMO SUCEDIÓ TODO
* Lo anunció antes de que ocurriera: Mt 20,19.
* Murió en la Cruz realmente: Mt 27,50; Mc 1,37; Lc 23,46; Jn 19,30.
* Pusieron vigilantes a la entrada del sepulcro: Mt 27,62-66.
* Jesucristo resucitó del sepulcro: Mt 28,1-7, y se les apareció a los siguientes:
- María Magdalena: Mc 16,9; Jn 20,11-18.
- Las santas mujeres: Mt 28,8-10.
- Simón Pedro: Lc 24, 34.
- Los discípulos de Emaús: Lc 24,12-31; Mc 16,12-13.
- Los apóstoles, a excepción de Tomás: Mc 16,14: Lc 24,36-43; Jn 20,19-23.
- Los apóstoles con Tomás: «Señor mío y Dios mío»:Jn 20, 26-29.
- Cinco apóstoles y dos discípulos en el Lago de Tiberíades: Jn 21,1-14.
- Once apóstoles en Galilea: Mt 28,16-20.
- 500 hermanos a la vez: 1 Cor 15,6.
- Santiago: 1 Cor 15,6.
- Once apóstoles en Jerusalén y en Betania el día de la Ascensión: Mc 16,19; Lc 24,50-52; Hch 1, 1-12.
- San Pablo en el camino de Damasco: Hch 9, 3-6; 1 Cor 15,8.
Esta prueba de la Resurrección adquiere su fuerza total y definitiva teniendo en cuenta que los apóstoles no sufrieron alucinaciones, ni quisieron engañar a nadie. Además, aun habiéndolo intentado, no hubiesen podido lograrlo. Veámoslo brevemente:
LOS APÓSTOLES NO SUFRIERON ALUCINACIONES
Históricamente es sabido que ni los apóstoles ni los discípulos esperaban la Resurrección de Jesús. Los siguientes hechos nos lo demuestran:
– José de Arimatea y Nicodemo enterraron definitivamente al Señor y cerraron la tumba con una gran losa. (Mt 27,60; Jn 19,38-42)
– Las mujeres que seguían a Jesús compraron perfumes y el domingo por la mañana regresaron al sepulcro con el fin de ungir el cuerpo del Señor, para que fuera enterrado de forma digna para siempre (Mc 16,1-2). No lo habrían hecho si hubieran esperado la Resurrección del Maestro.
– Cuando María Magdalena vio que la tumba estaba vacía, dijo a Pedro y a Juan: «¡se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!» (Jn 20,2). Ni siquiera se le ocurrió que pudieran haber resucitado.
– Cuando las mujeres comunicaron a los apóstoles que el Señor había resucitado y se les había aparecido, ellos no les creyeron. (Lc 24,11).
– El apóstol Tomás no se lo creyó ni oyendo a todos los demás apóstoles. (Jn 20,25)
– El mismo Cristo tuvo que reprocharles su incredulidad. (Lc 24,25; Mc 16,14; Jn 20,27).
Si los apóstoles hubieran sufrido alguna alucinación, ¿cómo se puede explicar que la tumba estaba vacía? Al fin y al cabo, este fue el dato que más preocupó a los judíos.
LOS APÓSTOLES NO QUISIERON ENGAÑAR A NADIE
Los apóstoles no eran unos mentirosos. Sólo hablaron de lo que habían visto y tocado. Estas son las razones:
– Tengamos en cuenta la cobardía de Pedro el Jueves Santo y el coraje del Día de Pentecostés. ¿Qué pasó?
– Recordemos la cobardía de todos los apóstoles ocultándose el día de la Pascua «por miedo a los judíos» (Jn 20,19), y su integridad y valentía ante la asamblea judía tras la Resurrección (Hch 4,20 5,29).
– No obtenían ningún beneficio diciendo una mentira semejante. Todos tuvieron que sufrir terribles persecuciones y castigos en nombre de Cristo y, finalmente, sufrieron el martirio. Ante esto, Pascal dice: «creo fácilmente a los testigos que derraman su sangre por dar testimonio».
– San Pablo nunca habría participado en semejante falsedad, porque él era un firme defensor de las tradiciones judías. Su conversión sólo puede ser comprendida por aquel acontecimiento milagroso que se nos cuenta en los Hechos de los Apóstoles: la aparición de Cristo Resucitado (Hch 9,1-9).
– Los apóstoles no sólo dieron testimonio de la Resurrección del Señor, sino que lo demostraron haciendo milagros impresionantes (Hch 3,1-16; 5,12-16). En efecto, Dios no podría en modo alguno consentir que con los milagros se propagase una mentira perniciosa.
LOS APÓSTOLES NO HUBIESEN PODIDO ENGAÑAR A NADIE
Supongamos que los apóstoles eran unos mentirosos. ¿Lo hubieran conseguido? Es evidente que no. Motivos:
– ¿Quién había de creer a unos pocos hombres en Jerusalén que un hombre, a quien todos habían visto clavado, muerto en la Cruz y, después, enterrado, estuviera vivo sin dar prueba alguna? Todos se hubieran reído de ellos.
– Y si esto no hubiera sido posible en Jerusalén, mucho más en cualquier otro lugar. Donde Jesús era desconocido, donde sus maravillas y su doctrina era desconocida, donde no estaban a la espera de un Mesías y donde la Religión judía no valía nada…
– ¿Cómo habría sido posible que 12 mentirosos ignorantes cambiaran por completo el Imperio Romano predicando la doctrina de un judío crucificado? Más aún, predicando una doctrina que prohíbe los vicios, que exige sacrificios, que ordena amar a los enemigos y no tomar venganza, y que enseña que hay que dar la vida antes de negar a Jesús… ¿Quién está tan ciego para no darse cuenta de que esto es del todo imposible si no se admite la fuerza sobrenatural de la palabra de los apóstoles, la fuerza inmensa de los milagros y la fertilidad de la sangre de los mártires? Y todo ello confesando la Resurrección de Cristo.
Con toda razón, los racionalistas han atacado con toda su fuerza la Resurrección de Cristo, sabiendo que ésta es la mayor prueba que nos indica su Divinidad y el pilar más sólido que sustenta nuestra fe y nuestra Iglesia. El mismo San Pablo decía a los corintios: «y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no sirve de nada, ni tampoco sirve de nada la fe que tenéis. Si esto fuera así, seríamos testigos falsos de Dios, puesto que afirmamos que él resucitó a Cristo cuando en realidad no lo habría resucitado de ser verdad que los muertos no resucitan.» (1 Cor 15,14-15).
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