El hombre, ser dotado de racionalidad, puede, con las solas fuerzas de su inteligencia, conocer que Dios existe. En busca de este conocimiento, el hombre descubre ciertas «vías», llamadas también «pruebas de la existencia de Dios». No se trata de las pruebas propias de las ciencias naturales (física, química, etc.), que se basan en el método experimental, sino de argumentos filosóficos que parten de la reflexión sobre el ser y sus causas.
En efecto, los seres de este mundo que vemos se nos muestran causados, efectuados, no tienen la razón de su ser en sí mismos, es decir, su ser requiere una explicación. Y es que las cosas que nos rodean han empezado a existir y dejarán de existir, tienen distintos grados de perfección pero no son la perfección, tienden a un fin u objetivo de modo regular sin habérselo propuesto ellos mismos, pues no gozan de inteligencia, etc.
Todo esto nos conduce a la necesidad de una Causa que dé razón de que seres finitos o limitados puedan existir. Esa causa primera es precisamente lo que todos llamamos Dios.
Pongamos un ejemplo concreto de todo esto. Si uno camina por la playa y encuentra unas huellas, a pesar de no haber visto a nadie realizarlas, sabe que esas huellas no se han hecho solas, sino que son consecuencia de las pisadas de alguien (o algo) que ha pasado por ahí. Además, según la forma de estas huellas, puede saber a qué tipo de ser pertenecen: un pájaro, un perro, una persona, etc. Es decir, sabemos que son algo «hecho» y que, por tanto, tienen una causa y una causa proporcionada al efecto realizado (la huella del pie humano no la puede hacer un pájaro o un cangrejo).
De modo semejante, sin haber visto a nadie hacer el Universo y los seres que lo pueblan, podemos concluir que estos tienen un Autor. Porque, así como las huellas de la playa las hacen seres vivientes con extremidades y no la propia arena, los seres de este mundo y el Universo mismo han debido ser hechos. Pues nada que podría no existir ha podido darse el ser a sí mismo, ni algo que no piensa puede actuar de modo regular como lo hacen las leyes de la naturaleza sin un Legislador que las haya establecido, ni algo puede ser bello o bueno de modo parcial si no existiera la Belleza o la Bondad en sí misma de la que esos entes participan limitadamente.
Sobre esta capacidad racional de llegar a conocer con certeza la existencia de Dios es ilustrativo el caso de Anthony Flew, filósofo referente del ateísmo del siglo XX, que se rindió a la evidencia de la existencia de Dios por los datos que ofrece el estudio del ADN. En el libro There is a God. How the world’s most notorious atheist changes his mind (Nueva York: Harper One, 2007), Flew comenta que «la ciencia destaca tres dimensiones de la naturaleza que apuntan a Dios. La primera es el hecho de que la naturaleza obedece leyes. La segunda, la existencia de la vida, organizada de manera inteligente y dotada de propósito, que se originó a partir de la materia. La tercera es la mera existencia de la naturaleza».
Para saber más:
Aristóteles, Metafísica, Editorial Gredos, Madrid, 1994, lib. I, IV, V y XII.
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Editorial BAC, Madrid, 1953, I, q.2.
Anthony Flew, Dios existe, Editorial Trotta, Madrid, 2012.