8.10.14
Estos días hemos asistido a una catarata de reacciones tras la retirada de la reforma de la ley del aborto por parte del gobierno del Partido Popular. Obispos, líderes de movimientos cívicos, articulistas, tertulianos, algunos políticos -pocos-, etc, han criticado con mayor o menor energía tal decisión por parte del Partido Popular.
Ahora bien, hay algunos que se conforman con decir tres obviedades:
1- El aborto es malo. Consiste en matar a un ser humano no nacido. Bien, señores, puede que sea conveniente recordar tal cosa cada vez que hablamos del tema, pero eso ya lo sabemos. La cuestión, por tanto, no consiste en decir solo que quitar la vida al no nacido es malo, sino en qué se ha de hacer para evitarlo, para proteger al nasciturus.
2- Hay que acompañar a la mujer que está embarazada y tiene problemas. Eso, estimados amigos, es puro evangelio. No puede ser que la solución a las pocas o muchas mujeres que abortan por sufrir precariedad económica sea matar al hijo que viene en camino. Idem con aquellas que sufren la presión de un entorno familiar o de amistades que la empujan a deshacerse de la vida que crece en su seno. Si el evangelio nos pide dar de comer al hambriento y de beber al sediento, entendemos que tal hecho es especialmente necesario cuando lo que está en juego es la vida de una madre y su hjo.
3- Los partidos políticos deben cumplir sus compromisos electorales una vez en el gobierno. Eso es lo que no ha hecho el PP en materia de legislación abortista. Pero, en serio, ¿a alguien le sorprende que un partido político prometa una cosa y haga la contraria?, ¿alguno ignora que la política de este gobierno tampoco es conforme al programa electoral que llevaba el PP para las últimas elecciones generales en otros asuntos?
En noviembre se ha convocado una gran manifestación en Madrid a favor de la vida. Los convocantes plantean ”la petición de derogación de la vigente ley del aborto” y advierten “al PP de la trascendencia que tendría el voto de los electores en las próximas elecciones“.
Parece claro que Mariano Rajoy no va a impulsar la reforma que había planteado Ruiz Gallardón. Una reforma, no se nos vaya a olvidar, que dejaba las cosa igual o peor -dos semanas más de gestación para abortar por el coladero de problemas psicológicos- a como estaban en la ley abortista de 1985, bajo la que se llegaron a cien mil abortos anuales. Me reconocerán ustedes que es como poco discutible defender la idea de que una reforma así es un paso grandioso en la defensa de la vida humana no nacida, pero ese debate ya no tiene sentido.
No digo que me parezca mal advertir al PP de que la retirada de la reforma puede tener repercusiones electorales, pero la defensa de la vida va más allá del voto a un partido que, en su primera etapa de gobierno, no solo no movió un dedo para combatir la cultura de la muerte, sino que dio un paso más a favor de la misma aprobando la primera píldora abortiva en España. Una píldora que produce abortos independientemente de la situación económica y existencial de la madre.
Es decir, desde un punto de vista político-electoral, el voto al PP por parte de quienes estamos en contra del aborto, lleva muchos años sin tener justificación alguna. Y en las calderas de Génova -sede nacional de los populares- saben que hay multitud de ciudadanos a los que su defensa del derecho a nacer no les ha movido, hasta ahora, a votar a opciones políticas minoritarias que siempre han llevado en sus programas electorales una ley de aborto cero. Es por ello que los estrategas del partido presidido por Mariano Rajoy piensan que con condecer alguna cosilla al mundo provida en los próximos meses, (p..e, que las menores no puedan abortar sin consentimiento materno y una ley de apoyo a la maternidad -para la que no habrá dinero-), quizás se garanticen de nuevo el voto de ese sector de la sociedad. Siempre lo podrán vender como un paso en la buena dirección. Pequeño, en comparación con lo prometido, pero paso al fin y al cabo.
La única manera de salir de ese círculo vicioso de providas que votan a partidos abortistas, es fomentar una lista unitaria -da igual que sea bajo unas siglas o bajo una coalición- que se plante ante las urnas con un programa de máximos a la hora de defender el derecho a nacer. Y, de paso, que haga lo mismo en relación a la legislación familiar. Porque no nos olvidemos que en España hoy existe una ley de divorcio express, que convierte el matrimonio civil en algo más fácil de romper que cambiar de compañía telefónica, y una ley de “matrimonio” homosexual, que se da de tortas con la ley natural.
Manifestarse contra el aborto está muy bien y es necesario. Votar a favor del derecho a la vida de la familia es mejor y más útill, porque aunque no se consiga llegar al gobierno, al menos habrá una voz que defienda en los parlamentos aquello que consideramos vital para el bien común de toda la sociedad.
¿Y la Iglesia qué?
Hoy leemos unas declaraciones del P. José María Gil Tamayo, portavoz de la Conferencia Episcopal Española, en las que asegura que la CEE nunca ha dicho a quién hay que votar. Tan cierto es eso como que en los últimos días varios obispos han dicho que los partidos mayoritarios son estructuras de pecado, que ninguno de ellos defiende el derecho a la vida, quevotarlos es incompatible con el Magisterio de la Iglesia y que ya está bien de votar en base a la tesis del mal menor. Es decir, guste más o guste menos, algo está cambiando en la Iglesia en España en relación al tema del voto. Que un órgano colegiado, como la CEE, no se pronuncie sobre este tema es comprensible, dado que en el episcopado español hay sensibilidades diferentes sobre lo que se debe hacer o decir a los fieles y los ciudadanos a la hora de que se acerquen a las urnas.
Cada obispo, soberano en su diócesis, debe discernir si es hora de repetir el mensaje de siempre -el aborto es malo, hay que ayudar a la mujer, etc- o ha llegado el momento de ir más allá y recordar algo tan elemental como el hecho de que apoyar con el voto a partidos abortistas no parece muy compatible con la condición de cristiano provida. En ese sentido, vuelve a estar de plena actualidad el magisterio pontificio reciente. Concretamente, el de Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum Caritatis:
«El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables… Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que les ha sido confiada». (SC,83
Y el del Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium:
«entre los débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo esta defensa de la vida por nacer… supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo» (EG, 213).
Que el Señor nos ilumine a todos y nos conceda la gracia de obrar conforme a su voluntad.
Luis Fernando Pérez Bustamante
Fuente: www.infocatolica.com