Mons. Francisco Pérez, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, habló en la tradicional Misa por los Reyes de Navarra en Leyre de la grave situación económica en que se encuentra la sociedad y urgió a los políticos a dar una respuesta ante ésta.
Homilía de Mons. Francisco Pérez en el homenaje a los Reyes de Navarra
Altezas Reales, Excmo. Presidente del Gobierno de Navarra, autoridades civiles, académicas, legislativas, administrativas, militares, autoridades de todas las instituciones de Navarra. Excmo. P. Abad, monjes de este Monasterio y sacerdotes. Queridos fieles y de modo especial a los que recibís, en este día, los Premios Príncipe de Viana.
1.- Me alegra, un año más, rezar por los Reyes del antiguo Reino de Navarra en este marco tan emblemático y de tanta tradición religiosa e histórica. En el marco de esta fiesta nosotros también queremos alabar al Señor y darle gracias gozosamente porque nos invita a participar en esta Eucaristía y también, por qué no decirlo, porque un año más volvemos a reunirnos en este maravilloso paisaje de Leyre y en éste templo de tan profundo significado para todos los navarros. Aquí historia y tradición, cultura y fe se unen de modo indisoluble. Damos gracias a Dios y estamos alegres y contentos.
Hoy la Iglesia, litúrgicamente, celebra con especial alegría esta fiesta de la Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel y lo hace con dos textos que podríamos llamar complementarios. En el Antiguo Testamento el profeta Sofonías ensalza a Jerusalén que es figura de María y de la Iglesia: “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén” (So 3,14). En el Nuevo, es la misma Virgen María la que ensalzando a Dios, prorrumpe en un canto de gozoso reconocimiento: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”.
2.- María, dice San Lucas en su evangelio, “se puso en camino y fue aprisa a la montaña”. Es un tanto audaz por mi parte asemejar aquella montaña de Judá con las de nuestro entorno de hoy, pero puede servirnos para aplicar a nuestra vida las enseñanzas de aquel encuentro entre María y su pariente Isabel. Si miramos con atención, la Visitación de María se comprende a la luz del acontecimiento que le precede, el anuncio del ángel y la concepción de Jesús en el seno de María: el Espíritu Santo descendió sobre la Virgen y el poder del Altísimo la cubrió con su sombra. Este mismo Espíritu la impulsó a levantarse y a partir sin tardanza para ayudar a su prima que estaba ya de seis meses. El término “levantarse” es el mismo que más tarde se utiliza para expresar la resurrección de Jesús. Por tanto, no es descabellado suponer que el Espíritu suscitó en María ese impulso para salir de sí misma y comenzar un camino nuevo, con una actitud nueva. Santa María recibió el ímpetu generoso de salir al encuentro del prójimo que tiene necesidad, el valor de no poner por delante las propias y legítimas preocupaciones. Si nos aplicamos esto a cada uno, entenderemos que el Espíritu Santo que habita en nosotros desde que recibimos el bautismo, nos impulsa a salir de nosotros mismos y emprender el camino de servicio a nuestros hermanos.
Mucho más los que tenemos responsabilidades públicas. Y como María, habremos de actuar con rapidez, con urgencia. Urgencia y prontitud no significa precipitación; habrá que actuar con prudencia, pero nunca con desidia. No son fáciles para nadie los momentos que nos están tocando vivir y tenemos obligación de dejar de mirarnos a nosotros mismos de forma egoista y salir con urgencia a solucionar los problemas de nuestros hermanos. María acudió en ayuda de Isabel porque la necesitaba; nosotros hemos también que acudir a favor de los nuestros porque es ahora cuando nos necesitan. Es urgente levantarse y llevar la buena noticia del amor y la solidaridad.
En tiempos en que –como escribió el Beato Juan Pablo II- “la cultura europea da la impresión de ser una ‘apostasía silenciosa’ por parte del hombre autosuficiente, que vive como si Dios no existiera” (Ecclesia in Europa, 9), la Iglesia no cesa de anunciar al mundo que Jesucristo es su esperanza… Uno de los principales objetivos de la actividad del laicado es la renovación moral de la sociedad, que no puede ser superficial, parcial e interesada. Si algo se ha de revisar y poner en práctica es la relevancia de los valores: amor a la verdad,
búsqueda de mayor servicio a todos sin influencias ideológicas esclavizantes y solidaridad en el compromiso a favor del bien común.
3.- La Visitación es el encuentro de dos mujeres, de dos madres, más aún, de dos familias. Encuentro que tuvo como consecuencia inmediata una alegría desbordante. Dice el texto de San Lucas que hemos escuchado: “En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre; y ella se llenó del Espíritu Santo” (Lc 2,41). El gozo de Isabel y del niño supone no la solución de sus dificultades, pero sí la esperanza de que va a ser más fácil sobrellevarlos. Ante los problemas que hoy afectan a nuestras familias tenemos la obligación de aportar esperanza. La preocupación de la Iglesia por la familia puede resultar un tema manido, pero no podemos estar tranquilos mientras haya familias que se rompen con facilidad, o que no tienen medios para una subsistencia digna.
Pero la familia desea tener la posibilidad de educar a sus hijos como ellos quisieran. “Cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente; así, en concreto, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal. La solicitan los padres, preocupados y con frecuencia angustiados por el futuro de sus hijos; la solicitan tantos profesores, que viven la triste experiencia de la degradación de las escuelas; la solicita una sociedad en su conjunto, que ve cómo se ponen en duda las bases misma de la convivencia; la solicitan en lo más íntimo los mismos muchachos y jóvenes, que no quieren verse abandonados ante los desafíos de la vida” (Benedicto XVI, Mensaje sobre la tarea urgente de la educación, 21-I-2008).
La Visitación supuso para la familia de Isabel una gozosa irrupción del Espíritu Santo, un Pentecostés en pequeño. Ante este icono maravilloso, pedimos también nosotros que el mismo Espíritu ilumine a todos los que tenemos responsabilidad en la sociedad para que sepamos estar a la altura de las circunstancias y todos juntos podamos pedir como haremos en la oración sobre las ofrendas que el Señor se complazca en nuestro sacrificio como se complació en el gesto de amor de la Virgen al visitar a Isabel en los momentos de necesaria ayuda.
4.- A los pies de Santa María de Leyre pongo todas las inquietudes que nos embargan personal y comunitariamente. A ella misma le pido por Su Alteza Real D. Felipe y por Su Alteza Real Dña.
Letizia para que siempre caminen al lado de todos los españoles animando y alentando en todo momento y en toda circunstancia. Que el ejemplo de los Reyes de Navarra les sirva en el cometido de cada día y hoy teniendo un recuerdo especial en la plegaria por aquellos que supieron poner sus vidas al servicio del pueblo encomendado. Altezas no dejen de transmitir nuestro saludo y nuestro cariño a Su Majestad el Rey y a Su Majestad la Reina y díganles que les apreciamos y les queremos. Que la Virgen María de Leyre nos ayude siempre en el camino de la vida.