LA EMERGENCIA EDUCATIVA: LAS CLAVES DE UNA CRISIS

Javier Barraicoa

La ideología democrática de la escuela comprensiva

Karl Mannheim, en su obra Libertad, poder y planificación democrática propone, rememorando a Aristóteles, que «la estabilidad política depende de la adaptación de la educación a la forma de gobierno», de tal forma que «la experiencia demuestra que la democracia no puede existir a menos que todas sus instituciones estén perfectamente orientadas hacia objetivos democráticos». No es de extrañar que desde hace décadas se haya utilizado a la institución educativa para llevar a cabo el proyecto de la creación de un modelo de «hombre democrático». La pregunta es: ¿en qué consiste este modelo?, y si es posible la existencia de una «escuela democrática». Tal y como pronosticara Tocqueville, la democracia ha quedado reducida a un sistema meramente igualador que ha condicionado el papel fundamental de las instituciones educativas. Ya hace décadas, en el mundo anglosajón, nació la denominada «Escuela comprensiva» cuya finalidad era conseguir la igualdad social y no la mejor educación posible para los alumnos.
La crisis educativa actual no podría entenderse sin contemplar la expansión de la «Escuela comprensiva» en casi todos los sistemas educativos europeos. El modelo surgió a finales del siglo XIX en Estados Unidos, motivado por profesores progresistas que se oponían a que las universidades utilizaran los estudios clásicos como instrumento de selección. Suponían que ello atentaba contra las oportunidades de los alumnos provenientes de clases más desfavorecidas que no eran formados en estudios clásicos. Para ello propusieron la escuela centrada en estudios prácticos, y que se abandonaran los estudios «inútiles» de, por ejemplo, el latín o el griego clásico, que, en principio, siempre favorecían a los hijos de las elites. La propuesta triunfó en Nueva York creándose un currículo único para todos los alumnos, unificando así la escuela e iniciando el igualitarismo dominante. Desde ahí, el modelo se fue extendiendo a todo el país. Curiosamente, tras la Revolución rusa de 1917, el modelo fue adoptado por los comunistas. Pedagogos marxistas como Lunacharski o Krupuskaya elogiaron y prácticamente copiaron el modelo de «Escuela comprensiva» norteamericano, al que añadieron unas cuantas dosis de marxismo.
Fue en 1947, con el triunfo de los laboristas en Gran Bretaña tras la segunda guerra mundial, cuando se defiende por primera vez en Europa «una escuela secundaria única e igual para todos» (la Comprehensive School) que sustituiría a la academicista Grammar School. Poco a poco el modelo fue imitado por el resto de estados europeos. En 1967 el Comité Plowden (del Consejo Central de Educación de Gran Bretaña) eliminaba una reválida selectiva que dirigía a los alumnos hacia la Grammar School o hacia escuelas tecnológicas. Entre las recomendaciones del Comité se encontraban: evitar reagrupar los alumnos en función de los resultados académicos, acabar con la memoria como método para fijar conocimientos o el rechazo de las clases magistrales y la relativización de la autoridad del profesor.
El modelo educativo español, desde la aprobación de la Ley General de Educación de 1970, se constituyó también como un modelo comprensivo. En 1990, la socialista Ley de Ordenamiento General del Sistema Educativo (Logse) consagraba definitivamente ese modelo nacido durante el franquismo. Como consecuencia, se alargaron los estudios obligatorios y comunes, obligando a la convivencia en la ESO de alumnos de todo tipo y motivación donde unos lastran a otros. Se imponía también en el orden práctico la coeducación o la discriminación positiva. Ya los países nórdicos siguieron este mismo criterio con la «grundskola» en Suecia, la «folkeskole» en Dinamarca, el «collège» único en Francia o la «scuola media» en Italia. Sólo en Alemania no se afianzó el proyecto y se mantiene la diversificación de los estudiantes a partir de los diez años en instituciones secundarias de objetivos diferentes. Curiosamente, es en Alemania donde el fracaso escolar es menor y los resultados educativos están más optimizados.

Algunas claves del fracaso educativo: un error antropológico

Además del carácter ideologizante e igualitarista de la escuela comprensiva, otras tesis aplicadas en las aulas han acabado de arruinar el edificio educativo. Especialmente demoledor ha sido el dominio pedagógico del constructivismo, una versión modernizada de las propuestas pedagógicas de Rousseau. Basado en las tesis de Piaget, el constructivismo propone que el niño es, de por sí, un científico autónomo y que la educación consiste en darle meramente unos instrumentos, para que él construya por sí mismo el saber, el conocimiento y la verdad. Esta sencilla tesis contiene muchos presupuestos erróneos que han sido desarrollados por centenares de constructivistas que han inundado con sus tesis las estrategias educativas. Presentamos a modo de síntesis algunos de los errores y consecuencias de estas tesis, que hoy campan sin freno por el mundo educativo.

1.- Una falsa autonomía. La nueva educación proclama la autonomía plena del alumno y propone, como forma de asentarla, la promoción de formas de autoevaluación y autorreflexión, más que las indicaciones externas del docente. Al reducir institucionalmente todo tipo de correcciones, ya que se consideran formas de represión, se ha potenciado la idea de la «creatividad autónoma» del alumno. Sin embargo, esta nueva pedagogía confunde la creatividad con una mera «motricidad no desarrollada», ya que el niño de por sí no es creador ni creativo. Sólo en base a hábitos adquiridos y al dominio de técnicas por repetición es como se puede manifestar la creatividad (como bien saben los que han aprendido a tocar instrumentos de música). Pero los defensores del constructivismo afirman que obligar al niño a repetir las cosas es represivo y anticreativo.

2.- Una falsa libertad. Se ha confundido la educación en la libertad con el ofrecimiento de ciertas asignaturas de libre configuración que los alumnos pueden escoger. Este tipo de micro-itinerarios, en un principio, debían conseguir que los alumnos se esforzaran más en aquellas asignaturas que habían elegido libremente. Pero la realidad ha sido otra bien diferente. En las escuelas, aquellas asignaturas de libre configuración acaban perdiendo su carácter académico para transformarse en meras curiosidades dispersivas. Un pedagogo, Lund, criticando este sistema, denuncia que así a los alumnos: «Les invitamos a la pereza intelectual y sentimental, pero no a la libertad». En cierta medida, la educación en la libertad sólo es posible con el requerimiento de los educadores para que los alumnos reflexionen sobre sus actos, y ello sólo es posible desde una comprensión y un juicio fuerte de la realidad. Cuando los padres y docentes no tienen convicciones con las que educar, los niños perciben su incoherencia y prefieren dejarse arrastrar por otros referentes especialmente los comerciales; o peor aun, por las consignas ideológicas de la cultura dominante.
3.- Un falso protagonismo. La nueva escuela se ha presentado como una escuela «niñocéntrica» donde el papel del maestro o de las instituciones educativas debe ser mínimo, aunque, paradójicamente, la presencia de la administración pública es más potente que nunca. Los defensores de la tesis de la escuela «niñocéntrica» presuponían que así el niño sería más feliz y creativo ya que la autoridad del docente no le reprimiría. Sin embargo, en la medida en que el papel de los profesores se ha ido minimizando en las escuelas, han empezado a aparecer fenómenos como «la depresión infantil». Hoy las escuelas se llenan de niños que tiene miedo de ir a las aulas. La causa es evidente, la autoridad y presencia del maestro es una defensa contra la acción de unos niños sobre otros. En la medida que los niños perciben que el maestro está dejando de ejercer la autoridad, entre ellos surgen presiones, acosos e imposiciones. Los constructivistas nunca han entendido que sin la autoridad del maestro emerge el autoritarismo de algunos niños sobre otros.

4.- Una falsa maduración. La enseñanza formal tradicional tenía un papel fundamental para crear una madurez psíquica en el educando ya que planteaba la escuela como un paso intermedio entre la vida familiar y la vida social. Dentro del proceso natural de socialización, el niño debe ir consolidando etapas de madurez psíquica que le proporcione entrar en nuevos ambientes, con nuevas reglas y nuevas dinámicas sociales. Sin embargo, los sistemas pedagógicos modernos pretenden exactamente lo contrario: que los ambientes escolares y familiares se identifiquen y confundan. A ello hay que sumarle la feminización de la profesión educativa en todas las etapas de la escolarización, lo que lleva a un tipo de escuela donde se reproducen buena parte de las dinámicas familiares, perdiendo así unas de sus funciones principales. Como diría Simmel en su Pedagogía escolar: la escuela es para guiar al alumno de un mundo artificial al real.

5.- Una falsa preparación. Estudios más que serios y completos, comparando internacionalmente sistemas educativos, han demostrado que en los sistemas que se fundamentan en la memorización y mantienen la autoridad –como los modelos asiáticos– los alumnos obtienen resultados mucho mejores. Para no reconocer el fracaso educativo en nuestro entorno, las autoridades administrativas presionan para que el número de aprobados sea mucho más alto del debido en las escuelas públicas. Las pruebas de selectividad bajan sus niveles para esconder nuevamente el fracaso. Los alumnos, por tanto, se encuentran con la sorpresa de que van aprobando sin prácticamente esfuerzo alguno. Si bien la ESO significó el traslado de la primaria a la secundaria, ahora la secundaria se está trasladando a la Universidad.

Voces críticas

Poco a poco, frente a la ideología dominante, se van oyendo voces disonantes que denuncian la imposición igualitarista y mesocrática de la escuela comprensiva y del constructivismo. Una de las voces más críticas es la de Inger Enkvist que ha denunciado por toda Europa lo que considera la muerte de nuestros sistemas educativos y, por tanto, de nuestra cultura. Su obra La educación en peligro se vuelve imprescindible para aquel que esté preocupado por la educación. En Gran Bretaña, convencidos tras varias décadas de la deficiencia del sistema de escuela comprensiva, se ha elaborado un Libro Blanco titulado Excellence in Schools que pone en entredicho buena parte de los principios pedagógicos progresistas. Por ejemplo, se renuncia al principio de heterogeneidad, esto es, que todos los alumnos, aun con niveles diferentes, tienen que estar en el mismo grupo. Por el contrario, reza el libro: «La agrupación homogénea [setting], particularmente en ciencias, matemáticas y lenguas, ha probado su eficacia en muchas escuelas».
En Francia, hace pocos años saltó la sorpresa, el sociólogo Michel Fize publicaba Les pièges de la mixité (Las trampas de la escuela mixta), poniendo en duda la eficacia pedagógica de una educación mixta y unitaria y abogando por la diversificación. En una entrevista reciente afirmaba: «Yo critico que la educación mixta sea considerada como un artículo de fe, un dogma, un principio sagrado, intocable». Igualmente Jean-Claude Michéa escribía La escuela de la ignorancia, donde denunciaba una estrategia política para hundir los sistemas educativos y preparar así a una masa de población para los requisitos de infraempleo que traerá la globalización. En España también van apareciendo voces disonantes. José L. García Garrido, catedrático de Educación de la Uned, escribía recientemente en un artículo: «Tenemos que acabar con algo habitual en las aulas de secundaria: la bochornosa escena de unos cuantos alumnos en permanente estado de aburrimiento, de los que el profesor o bien prescinde (al precio, a veces, de situaciones de indisciplina) o bien atiende a costa del retraso de todos los demás. Como con gran sentido social han hecho los laboristas británicos, hay que atreverse a agrupar por separado a los alumnos de bajo rendimiento en las materias principales, porque es la única manera de ayudarles a superar su situación». O han aparecido obras sumamente críticas con el constructivismo, como La secta pedagógica, de Mercedes Ruiz.
Estas voces disonantes, y muchas más, como las reflexiones educativas de Mercedes Palet, permiten tener un referente que impida que se cumpla aquello que Mannheim temía de los sistemas totalitarios: «El sistema totalitario asume una actitud de paternalismo estatal al encargarse de muchas de las funciones de los padres. Trata en especial de controlar la formación psicológica de la juventud, con la esperanza de que de esta forma, la juventud desplace inconscientemente hacia el Estado sus sentimientos con respecto a la familia». En el fondo, siempre que desde la educación estatal se ha exaltado la autonomía individual, ha sido para que el individuo se someta con facilidad a las consignas estatales.

Revista Cristiandad octubre 2011

Fuente: www.orlandis.org

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