Escrito por + Lluís Martínez Sistach – Cardenal arzobispo de Barcelona
viernes, 17 de febrero de 2012
Estos días los padres pueden ejercer un derecho muy importante: pedir la clase de religión católica para sus hijos. Esta clase tiene mucha importancia para la educación, ya que la educación que ofrece la escuela ha de ser integral y, por tanto, ha de tener presente la dimensión religiosa y trascendente de la persona humana.
Hay unas preguntas sobre el sentido profundo de la vida que ningún educador puede olvidar. El Concilio Vaticano II afirma que “el máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua”. Estamos creados a “imagen y semejanza de Dios”; Él, que es eterno, ha sembrado en cada persona humana la semilla de la eternidad y, por tanto, de la trascendencia. La Iglesia afirma que el hombre ha sido creado por Dios y para un final feliz más allá de la vida terrenal.
Al formalizar la matrícula de un hijo en la escuela, los padres católicos han de pedir la clase de religión. Eso es coherente con su fe. La escuela ha de ser como la continuación de la familia y es lógico que los padres católicos deseen que sus hijos reciban en la escuela clase de religión.
Hoy día, niños y adolescentes son analfabetos en cultura religiosa, cosa que incide en su más bien bajo nivel de cultura general. La clase de religión contribuye a que los alumnos puedan comprender muchísimos contenidos de nuestra historia y de nuestra cultura, tejidos como están de contenidos cristianos. Difícilmente puede ser comprendida nuestra historia, nuestro arte y nuestra cultura de no tener un conocimiento notable de la religión católica. Forma parte de nuestra identidad.
¿Qué ofrece nuestra sociedad a los adolescentes y jóvenes? ¿Qué valores serios y auténticos inspiran su formación y educación? La clase de religión y de moral católicas son buenos medios para ofrecer conocimientos y valores espirituales indispensables para conseguir una auténtica y rica educación integral de la persona humana. Esta clase contribuye a una formación humanista que la escuela debe ofrecer y promover. Un humanismo cerrado, impenetrable a los valores del espíritu y a Dios, podría parecer un triunfo. El hombre puede organizar la tierra sin Dios, pero al final, sin Dios no puede otra cosa que organizarse contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano.
Los padres que no deseen ninguna formación religiosa para sus hijos o la escuela que no la facilita, han de preguntarse si la atracción de la juventud por las sectas y los fundamentalismos no es consecuencia de haber ocultado algo tan normal y humano como la experiencia religiosa seria. Ya que no podemos olvidar que todos tenemos una dimensión religiosa y trascendente.
Los jóvenes aspiran encontrar valores sólidos y permanentes que den significado y finalidad a sus vidas. Buscan un terreno sólido, un punto elevado donde arraigar. La clase de religión ayuda a encontrar estos valores que dan sentido a nuestra vida, satisfacen nuestro deseo innato de trascendencia y enriquecen nuestra cultura personal.
+ Lluís Martínez Sistach – Cardenal arzobispo de Barcelona
Fuente: www.revistaecclesia.com