ENTREVISTA AL PADRE JOSE MARÍA GOICOECHEA

«Soy un hombre muy raro, que si sacerdote, que si religioso… Yo lo que soy es un místico»

Fernando F.Garayoa – Domingo, 12 de Febrero de 2012

El padre José María Goicoechea se ríe durante la entrevista. (MIKEL SAIZ)

El padre Goicoechea es una de esas figuras desconocidas para la gran mayoría de los navarros. Una falta grave que la Fundación Ars Incognita trata de solventar para que sus obras y sus estudios, además de internacionalmente, sean reconocidos aquí, en su tierra

PAMPLONA. Ríe a carcajadas. Con alegría. El pudor lo reserva para su pañuelo, con el que coqueta y educadamente retoca continuamente la comisura de los labios, y para los 87 años que atesora debajo de un abrigo que apenas desabrocha a lo largo de toda la entrevista. «No fastidies. ¿Un recorrido por mi vida? Pero si no vas a terminar nunca. Son 87 años, bueno, el mes que viene cumplo 88». Parece mentira. Su cabeza bulle como la de un adolescente, su ojos escondidos suenan más que mil partituras y sus dedos tocan las teclas precisas en los momentos precisos para dar más fuerza o suavidad a sus palabras.

A punto de cumplir 88 años, José María Goicoechea se ha encontrado en los últimos meses con un aluvión de homenajes, medallas y conferencias sobre su persona y su obra… ¿Se siente abrumado, reconocido, sorprendido…?

¡Qué va! No me afecta nada. Casi ni me entero. Me gusta, me agrada y ya está… ¡Hombre!, agradezco a los que lo hacen y lo promueven, ese es el sentimiento que me domina; no mi satisfacción personal.

Para alcanzar a comprender y valorar su trayectoria es fundamental comenzar por el principio. En aquel José María niño, ¿cómo nació la pasión y la afición por la música? ¿Fue un testigo que recogió de su familia?

No, qué va. Mi padre tenía un oído pésimo, mi abuelo magnífico, mi bisabuelo pésimo y el tatarabuelo magnífico, y así se iba sucediendo… Pero tengo una hermana concertista de piano, que como se metió religiosa no ha ejercido, y de ella tomé la afición. A los 12 años ya estaba en cuarto de piano, pero lo que más me gustaba era jugar al fútbol, y no estudiaba casi nada. Sí recuerdo que en casa teníamos una magnífica radio, porque éramos gente bien, y cuando mi madre, que le gustaba mucho la música y era cantora en el coro parroquial, ponía alguna zarzuela, iba yo como un rayo y quitaba la zarzuela porque yo quería música ¡sinfónica! ¡Fuera eso! ¡Nada de zarzuela!

Música y fútbol, pero, ¿cuándo se cruzó la religión en su vida?

A esa misma edad, a los doce años. Mi tío era párroco de Carcastillo y con él visité la Trapa del Monasterio de la Oliva… Yo solo quería ir de trapense a la Oliva. Me gustó mucho aquella vida ordenada, de oración, seriedad, de trabajo en la huerta… y aquella iglesia que tenían. ¡Pero no corras tanto!, que antes de ordenarme sacerdote tuve una novia, María Luisa… Yo iba a la adoración nocturna alguna vez al mes, con mi amigo Ramón Elizalde y, después, a las cuatro de la madrugada, íbamos a las calle donde vivía mi amiga a silbar para ver si se asomaba… Pero nunca se asomó. Más tarde me enteré de que esa familia no abría la ventana en todo el año (risas).

En resumen, jugador de fútbol, enamorado de María Luisa y deseoso de ir a la Trapa… Pero, al final, se hizo redentorista.

Hicieron los Redentoristas una misión en Estella, y eso valió para que ellos me conocieran… El caso es que hicieron los trámites para meterme, velis nolis, en una congregación que ni conocía ni nada.

Curiosamente, al terminar su etapa de seminarista, recibió la orden de trasladarse a Roma para estudiar Filosofía y Música, sin embargo, quiso renunciar a ello para dedicarse de lleno a su vocación religiosa. ¿Realmente quiso abandonar la música?

Ellos querían que estudiara Filosofía y, de paso, dirigiera el coro del seminario. Pero yo renuncié a estudiar porque quería ser misionero como mis compañeros. Envié la carta al provincial de Madrid, pero me denegaron la petición y me enviaron a Roma. Allí empecé a estudiar Filosofía y Música, pero no podía con las dos y les dije: o una cosa, o la otra. Y me dejaron estudiar música

Y acertaron.

Vinieron las cosas así. Qué sé yo… Yo soy un hombre muy raroooo (risas). Que si soy sacerdote, que si soy religioso… Yo, lo que soy es un místico, y sanseacabó. Con eso está dicho todo (risas). Lo veo todo desde arriba (risas).

De su paso por Roma, ¿qué fue lo que más le marcó, tanto personal como musicalmente?

Que me hicieron perder muchísimo tiempo. ¡Qué me importaba a mí el canto gregoriano! Pues me obligaron a licenciarme en canto gregoriano, algo que no he vuelto a hacer en mi vida. Yo lo que quería era tocar el piano, tocar el órgano y componer música. Algo que conseguí gracias a un gran profesor de piano y otro gran profesor de armonía; pero tuve que tragar con cinco profesores que no me sirvieron para nada.

Incidiendo un poco más en su formación, ésta tuvo dos caminos bien diferenciados: el alemán, con Stockhausen, y el italiano, con Donatoni. El salto del primero al segundo fue consciente y voluntario, ¿por qué lo realizó y qué le aportó cada uno?

Antes de ellos, el primero que marcó, siendo seminarista, fue Lambert, en Barcelona. Con lo que él me enseñó me bastó para componer una música comparable al impresionismo de Mompou. Con Stockhausen me formé para hacer música electroacústica y para trabajar en música concreta. Algo que después apliqué en Barcelona para componer, por ejemplo, la obra Txalopin, que se grabó pero ahora mismo está perdida. Aquellas sesiones de grabación me costaban 60.000 pesetas a la semana. Por lo que cuando presenté mis requerimientos económicos a Madrid me dijeron a ver si estaba haciendo música para ricos o qué (risas). Así que no tuve más remedio que plantearme cambiar y especializarme en algún sitio en el que solo necesitara el lápiz, la goma de borrar y papel pautado. Justo cuando me encontraba en esta situación, fui a una convención a Alemania en la que alguien dijo que el gran crítico y orientador para la música contemporánea era Franco Donatoni en Siena. Lo apunté rápidamente y pasé los 15 años siguientes realizando jornadas estivales con él.

Tras su paso por Roma, Barcelona, Astorga, Valladolid y Santoña, tuvo que regresar a Pamplona por motivos de salud, ¿cómo vivió el regreso a Navarra?

Peor imposible (risas). En Valladolid yo era profesor del seminario mayor, había grabado discos y ganado varios premios, ya que mis alumnos iban muy bien. Posteriormente, en Santoña fui el capellán de las hijas de los militares. Allí, como no había impresoras, me pasaba el día entero copiando obras de Bach. Pero como hacía mucho aire y por una afección del pulmón pedí salir. Así que me ordenaron volver a Pamplona… Tampoco fue tan mal trago, aunque llegué en agosto y no paraba de llover (risas).

Una vez instalado en la capital foral crea el coro Niños Cantores de Navarra en 1964, ¿qué le motivó a desarrollar esta nueva faceta musical?

Fue muy gracioso. Vino mi hermana a visitarme a Pamplona y me preguntó qué hacía… «Preparándome para bien morir», le contesté, y eso que solo tenía 40 años. Pero el caso es que al poco nos visitó un superior, que había sido alumno mío, y fue él quien me ordenó formar una escolanía de niños cantores que a la vez fueran monaguillos. Y así lo hice, por obediencia.

¿Se encontró con una buena cantera para desarrollar otra nueva vertiente de su carrera, la docencia y la música coral?

Ooooh, de aquí han salido graaaandes cantores. Primero Gómara y después los Ecay, los Gorricho, Alonso Pagola, los Mendive… Pero es que yo me había formado muy a fondo en la voz. Primero con Altube, profesor de canto en Madrid, y después en la Universidad de Estrasburgo. De esta manera me formé con la escuela italiana, que era la única hasta que llegaron los yanquis, pero con técnica alemana.

La música coral y la música para piano y órgano son sus dos grandes líneas de trabajo, ¿siente especial predilección por alguna de las dos?

No sé qué decirte… El momento del día en el que mejor me lo paso es cuando, con buena salud, toco el final de la 5ª sinfonía de Widor al órgano (levanta las manos y toca al viento mientras dicta a velocidad endiablada las notas). Ahí es cuando soy más feliz. Pero cuando me sale un cantor como Ecay o Raquel Andueza o Cristina Sevilla… ¡Qué decir! O sea, empatados a uno.

Elevando la mirada hacia la globalidad de su obra, usted ha dicho de la misma que es difícil de interpretar, por su complejidad, pero evocadora. En el momento de componer, ¿el maestro Goicoechea se centra en conseguir la perfección técnica o buscar la provocación de sentidos y sentimientos en el público?

Tengo en cuenta al público si escribo para un coro, lo que hago con la mano izquierda y con una facilidad total (risas). Pero cuando quiero ser yo, componiendo, prescindo totalmente y hago la música mía. En ese momento, en estas composiciones, lo que pretendo es dominar la técnica que tengo y seguir adelante.

¿Qué ha sido y qué es la música para José María Goicoechea?

(Silencio) Una manera de expresar lo que soy yo. Aunque no sé si la mejor, porque cuando estaba jugando al fútbol y te llegaba el balón, tenía tal gozo que perdía la chaveta y no pasaba bien al delantero y me chillaban (risas).

Su carrera, transformada en su pasión, está jalonada de logros, pero, ¿con cuáles se queda usted?

Encontrar mis sistemas de composición; soy autor de tres sistemas completos de alta composición contemporánea. Eso es un logro. Haber encontrado elementos de Pitágoras para la composición contemporánea sería otro. Y la bipartición del total armónica en conjunción con el dígito 4 de E. Weiss podría ser otro. Pero no quiero aburrirte (risas).

De la misma forma, y aunque resulte casi imposible elegir entre su prolífica obra, ¿cuáles son esas piezas que permanecen de manera especial en su corazón o en su cabeza?

En el tercer tiempo de la Segunda sonata ambiental para órgano llega un momento en el que ya no hay ni armonía ni melodía ni percusión ni acompañamiento… Es como estar en una alfombra persa en el aire… Ese sería uno de los momentos, tocado por Echechipía. Otro, tocado por Del Toro, sería una obra dedicada y protagonizada por el abad de Leyre. En esta pieza hay un momento en el que hago una danza sacra y veo cómo una especie de muchachas… No, no me mires raro que soy un místico (risas). Bueno, son unas muchachas con unas vestimentas hasta el suelo, con un gran colorido, y están dando vueltas alabando al Señor. (Susurra) Esa danza sacra que el abad ve en el cielo de los ángeles mientras adoran al Señor, tocado por el órgano, sería otro gran momento… Pero aún me dejo otro, el del segundo tiempo de la Tercera sonata ambiental de órgano (lo tararea); un simple semitono repetido aquí y allá. Y otro sería cuando Raúl del Toro ataca como un toro el final del primer tiempo de la Primera sonata ambiental. Espera, espera, que me he olvidado del villancico El niño duerme; ese debía ser universal.

De nuevo vuelta a la dualidad, ¿cómo ha sido la convivencia a lo largo de su vida entre religión y música?

La convivencia es total, es mi vida. Para ser un místico no hay que estar todo el día haciendo ¡ooooh!, ¡oooh! ni con cabeza torcida hacia un lado. ¡Qué va! Yo soy un místico, cómo te diría… A mí lo mismo me da ponerme en alta contemplación cuando Leka mete un gol (risas).

Es inevitable preguntarle, después de todo lo que ha aprendido, enseñado, escrito y tocado, ¿si le queda algo por hacer en la música?

Sí, dominar mejor a Listz y a Chopin al piano; tener más fuerza física para hacerlo como yo sé.

¿Qué sucederá con esa ingente cantidad de obras inéditas que guarda?

Antes contábamos una magnífica casa, porque ahora estamos buscando dónde vivir, en la que tenía una gran mesa… Cuando acababa una obra, la guardaba en el cajón de la derecha, limpita y ordenada, y ya está. No pensaba en darme pote para ver si la tocaba la orquesta… ¡Qué va! Pero luego llegó éste (gira la mirada a Javier Ecay, presidente de la Fundación Ars Incognita) y se puso a sacar las obras del cajón de la derecha (risas).

En pleno siglo XXI, ¿qué piensa un compositor como usted cuando escucha la palabra rock and roll?

Pues a ver si es un rock and roll de los que me gusta o de los que no me gusta (risas). A mí como música me gusta, según cómo la toquen, según qué obra sea y según el intérprete. Amén. He dicho (risas).

Fuente: www.noticiasdenavarra.com

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