EL ROSARIO: HISTORIA, MAGISTERIO, TEOLOGÍA Y VALORES

I. Historia del rosario

«El rosario o salterio de la bienaventurada virgen María es un modo piadosísimo de oración y plegarla a Dios, modo fácil al alcance de todos, que consiste en alabar a la santísima Virgen repitiendo el saludo angélico por ciento cincuenta veces, tantas cuantas son los salmos del salterio de David, interponiendo entre cada decena la oración del Señor, con determinadas meditaciones que ilustran la vida entera de nuestro Señor Jesucristo»‘. Lo que acabamos de transcribir es la definición de Pío V, que nos va a servir como punto de partida del presente estudio, pues nos parece que contiene en admirable síntesis la esencia y la configuración del rosario. La bula Consueverunt es una piedra miliar en la compleja historia de esta devoción, señala una de sus etapas fundamentales. En efecto, la historia del rosario no nace con ella, pero en ella encuentra una especie de consagración oficial y queda fijada en las formas que sustancialmente son las nuestras. Los momentos históricos del desarrollo del rosario se pueden fijar en el arco que abarca los ss. XII al XVI. Al comienzo del s. XII se difunde en occidente la práctica de la recitación del Ave María. El saludo angélico era conocido en la cristiandad mucho antes de este siglo, pues está contenido en el evangelio y constituía desde el s. VII la antífona del ofertorio del IV domingo de adviento; pero aquí nos referimos a la repetición devota del Ave, análoga a la coetánea repetición litánica del Pater, ciento cincuenta veces, en contrapunto con el salterio de David. En los monasterios, los monjes que no sabían leer sustituían con estos salterios de Pater o de Ave el salterio bíblico. El Ave María era conocida y recitada sólo en su primera parte evangélica, que contenía el saludo del ángel y la bendición de Isabel. El nombre de Jesús y el Amén finales se introducirán sólo a finales del s. XV, cuando, en 1483, se difundió el uso de recitar el Santa María.

Hay que recordar también como dato interesante para la historia del rosario que el salterio de los Pater se subdividía entre los monjes conversos y los laicos devotos en tres grupos de 50 y se recitaba en ritmos diurnos a imitación de la liturgia de las horas: Pío V lo prescribió con la publicación del breviario en 1586, y sucesivamente entró en el rosario el Santa María, aunque con algunas excepciones. En el s. XIV el cartujo Enrique de Kalkar realizó una ulterior subdivisión en el salterio de las Ave, dividiéndolo en 15 unidades, es decir, en 15 decenas, intercalando entre decena y decena el rezo del Pater. Por el mismo tiempo se va imponiendo la leyenda de la institución del rosario por santo Domingo, leyenda difundida sobre todo por Alano de la Roche, OP. Aunque tal leyenda no se puede aceptar en todos sus detalles, sin embargo no se puede decir que sea falsa totalmente. El salterio mariano, como hemos visto, está documentado antes de santo Domingo (1170-1221); pero ciertamente santo Domingo y sus hermanos predicadores utilizaron esta forma popular de oración. Piénsese, p. ej., en las archicofradías marianas fundadas por san Pedro de Verona, discípulo de santo Domingo, y en el influjo que tuvieron estas archicofradías en la divulgación de la devoción a la virgen María. La simple repetición litánica del Pater y del Ave no incluía todavía la meditación de los misterios. El primer documento que testimonia el intento de unir la recitación de las Ave con la meditación de los misterios evangélicos principales se remonta al s. XV. Entre los años 1410 y 1439, Domingo de Prusia, cartujo de Colonia, propuso a los fieles una forma de salterio mariano en el cual el número de las Ave se reducía a 50, pero a cada una de ellas se le añadía una referencia verbal explícita a un suceso evangélico, a modo de cláusula o ritornelo, que cerraba la misma Ave María. De estas cláusulas, formalizadas por Domingo de Prusia, 14 se referían a la vida escondida y preapostólica de Cristo, seis a la vida pública, 24 a su pasión y muerte y las seis restantes a la glorificación de Cristo y de su madre María. A Domingo de Prusia hay que atribuirle el comienzo de la forma renovada de salterio mariano que desembocará en el rosario entendido en sentido moderno. El ejemplo del cartujo de Colonia tuvo numerosos continuadores. El s. XV vio proliferar muchos salterios de este género. Las cláusulas referidas al evangelio alcanzaron cifras altísimas, unas 300, variando de una zona a otra, según las devociones que más se quería acentuar. Contemporáneo de Domingo de Prusia, el ya citado dominico Alano de la Roche (1428-1478) difundió extraordinariamente el salterio mariano, que desde este tiempo comenzó a llamarse «rosario de la bienaventurada virgen María», a través de la predicación y sobre todo de las archicofradías marianas por él fundadas. El mismo Alano de la Roche habla de rosario viejo y rosario nuevo, queriendo distinguir entre el simple salterio de las Ave y el salterio que incorpora la meditación de los misterios, los cuales se proponen ordinariamente en tres partes: encarnación, pasión-muerte de Cristo y gloria de Cristo y María.

Al difundirse entre el pueblo, el rosario se simplificó ulteriormente y en 1521 el dominico Alberto de Castello redujo estos misterios, escogiendo los 15 principales para proponerlos a la meditación de los devotos del salterio mariano, concibiendo las cláusulas relativas como simples comentarios al misterio o evocaciones mnemotécnicas a lo largo de la recitación de las Ave. Fueron las formas experimentadas por Alano de la Roche y Alberto de Castello las que poco a poco se impusieron. Nuevas archicofradías marianas esparcidas por toda Europa adoptaron y divulgaron esta devoción reformada. Los primeros documentos pontificios sobre el rosario consideraban ante todo la disciplina, alabanza, privilegios, indulgencias, etcétera, de estas mismas fraternidades. En 1569 san Pío V, con la bula Consueverunt romani Pontífices consagró una forma de rosario que había llegado a un momento áureo en su evolución, y que sustancialmente es la forma que hoy se usa entre nosotros. Entre tanto, el rosario ha dejado de ser patrimonio y peculiaridad de las archicofradías marianas. Ha arraigado en el pueblo cristiano y es una forma universal de oración; piedad mariana y rosario se confundirán de tal modo que la primera encontrará en el segundo su expresión orante más simple y rica. Desde las más pequeñas parroquias a las catedrales, desde los territorios de Europa a los de misión, llegó a los confines de la cristiandad. La época de oro del rosario se extenderá hasta hace unos decenios, cuando una evolución critica del sentimiento devocional y, más en profundidad, una discusión de la devoción a María causarán indiferencia y abandono del rosario.

II. Magisterio pontificio

El excursus que ofrecemos sobre el magisterio pontificio quiere ser una mirada sintética que trata de recoger, más que un elenco de documentos (por lo demás, vastísimo), las aportaciones originales del magisterio en este tema. De san Pío V, proveniente de la orden dominica y denominado «primer papa del rosario», hemos recordado ya la importante bula Consueverunt. Recordemos también la bula Salvatoris Domini (1572), con ocasión de la victoria de Lepanto, que instituyó la fiesta litúrgica como recuerdo de tal victoria. Su sucesor, Gregorio Xlll, con la bula Monet Apostolus, instituyó la fiesta solemne del rosario, introduciéndola en el calendario litúrgico en el primer domingo de octubre. La doctrina de Pío V se puede sintetizar así: a) necesidad de la oración para superar las dificultades de la guerra y otras calamidades; b) el rosario, inventado por santo Domingo, es un medio sencillo al alcance de todos, c) tal medio se ha revelado de gran eficacia contra las herejías y los peligros para la fe y ha obrado grandes conversiones, d) recomienda encarecidamente el rezo del rosario a todo el pueblo cristiano.

Desde Gregorio Xll a León XIII son numerosísimos los documentos pontificios sobre el rosario. En su mayor parte están dirigidos a la fundación de archicofradías, su disciplina y privilegios. No siempre aportan elementos nuevos. Su importancia está en el hecho de que documentan una continuidad de visión en los pontífices y una confianza en el rosario como medio eclesial «pro Sedis Apostolicae et fidei catholicae exaltatione ac haeresum extirpatione, necnon pacis ínter príncipes christianos conservatione», como se expresa, p. ej., Clemente Vlll en la bula Salvatoris et Domini, del 13 de enero de 1593. Pío IX invita al rezo del rosario con la carta Egregiis suis (3 de diciembre de 1869) para el buen éxito del concilio Vat I. A León Xlll se le puede llamar merecidamente «papa del rosario», igual que a Pío V. Llevan su firma 12 cartas encíclicas y dos cartas apostólicas, que desarrollan con suma doctrina los temas del rosario. Nace en este periodo la práctica de consagrar el mes de octubre a esta oración, «distintivo honorífico de la piedad cristiana», «la más agradable de las oraciones»; además el rosario «es como un mosaico de nuestra fe y compendio del culto que se le tributa (a la Virgen)».

Con agudeza León Xlll ve en el rosario «una manera fácil de hacer penetrar e inculcar en las almas los dogmas principales de la fe cristiana». Mirando a los males de la sociedad, el papa de la Rerum novarum anima e invita a hacer esta oración para superar la aversión al sacrificio y al sufrimiento, poniendo la propia fe y la mirada en los padecimientos de Cristo. La aversión a la vida humilde y laboriosa la supera el cristiano meditando sobre la humildad del Salvador y de María. La indiferencia hacia los misterios de la vida futura y el apego a los bienes materiales se curan meditando y contemplando los misterios de la gloria de Cristo, de María y de los santos. León XIII, en verdad, no ahorró palabras ni escritos para elogiar y potenciar el rosario. Se calculan en unos 22 los documentos suyos mayores y menores al respecto.

Las intervenciones de Pío X y de Benedicto XV revisten un tono menor. Pío Xl, con la encíclica Ingravescentibus malis (20 de septiembre de 1937), invita a rezar a la reina del cielo en la hora de peligros que amenazan al mundo, utilizando la oración del rosario, que entre las oraciones a la Virgen «ocupa el primer puesto», y es validísimo instrumento para suscitar las virtudes evangélicas, para nutrir la fe católica, para reavivar la esperanza y la caridad.

Pío Xll escribió sobre el rosario una encíclica y ocho cartas, sin contar numerosísimos discursos. El rosario es «síntesis de todo el evangelio, meditación de los misterios del Señor, sacrificio vespertino, corona de rosas, himno de alabanza, oración de la familia, compendio de vida cristiana, prenda segura del favor celeste y de la esperada salvación». Más solemnemente, en la encíclica Ingruentium malorum (1951), afirma: «Porque, si bien puede conseguirse con diversas maneras de orar (la ayuda de la Virgen), sin embargo, estimamos que el santo rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo recomienda su origen, más celestial que humano, y su misma naturaleza… De nuevo, y solemnemente, afirmamos cuán grande es la esperanza que Nos ponemos en el santo rosario para curar los males que afligen a nuestro tiempo. No es con la fuerza, ni con las armas ni con la potencia humana, sino con el auxilio divino obtenido por medio de la oración —cual David con su honda— como la iglesia se presenta impávida ante el enemigo infernal…»

Juan XXIII honró de modo constante el rosario. Éste se revela en su vida como un componente esencial de su espiritualidad, según las revelaciones de Diario del alma. Explicó su magisterio sobre el rosario reiteradamente, en encíclicas y discursos. Entre las primeras recordemos Grata recordatio (1959), en la que se recomienda la devoción del mes de octubre. En ella, después de haber recordado el magisterio de sus predecesores, sobre todo de León XIII, refresca la bella definición de Pío V: «Éste (el rosario) como todos saben, es una muy excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la cual las oraciones del Pater noster, del Ave María y del Gloria se entrelazan con la meditación de los principales misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto de la doctrina de la encarnación como de la redención de Jesucristo, nuestro Señor». También de Juan XXIII es la carta apostólica I! religioso convegno (1961), exposición conmovedora y paterna para los fieles, que presenta en un lenguaJe nuevo el valor y la eficacia del rosario, y constituye una verdadera suma del mismo.

El Vat II, al tratar del misterio de María, hizo una breve referencia a las prácticas de devoción hacia ella: «Los hijos de la iglesia… estimen mucho las prácticas y los ejercicios de piedad hacia ella recomendados por el magisterio en el curso de los siglos» (LG 67). Pablo Vl, en la encíclica Christi Mater, pormenorizará el texto del Vat II: «El concilio ecuménico Vaticano II, aunque no explícitamente pero si con una indicación clara, ha enfervorizado el ánimo de todos los hijos de la iglesia hacia el rosario recomendando estimar grandemente la práctica de los ejercicios de piedad hacia ella, tal como han sido recomendados por el magisterio a lo largo de los tiempos». En la misma encíclica, el papa recuerda que «el rosario es oración para obtener la paz, defensa y alimento de la fe». Sobre el rosario como oración para obtener la paz insiste el papa en la exhortación apostólica Recurrens mensis october (1969): «Meditando los misterios del rosario aprenderemos, siguiendo el ejemplo de María a convertirnos en almas de paz, por mediación del contacto amoroso e incesante con Jesús y con los misterios de su vida redentora». Esta gran oración, «pública y universal», podrá ser rezada «en su forma establecida por Pío V», o también «en aquellas formas más recientes, que con el consentimiento de la legitima autoridad lo adaptan a las necesidades de hoy día». Esta alusión a nuevas formas de recitación alentará nuevas experiencias de adaptación del rosario, según las exigencias de la pastoral, experiencias que se desarrollarán en distintas formas, y sobre las cuales volveremos más adelante. Otra exhortación apostólica de Pablo Vl, la Marialis cultus (1974), hablará ampliamente del rosario. En ella se recuerdan los elementos esenciales constitutivos de tal oración: a) la contemplación de una serie de misterios de la salvación distribuidos sabiamente en tres ciclos; b) la oración del Señor, o Padrenuestro, que por su inmenso valor es base de la oración cristiana; c) la sucesión litánica de las Avemarías en número fijado por la tradición; d) la doxología Gloria al Padre, que cierra esta devoción con la glorificación de Dios uno y trino. El rosario es al mismo tiempo, en virtud de sus elementos constitutivos, plegaria que alaba, implora y adora. El rosario, además, da origen a otros ejercicios de piedad e inspira formulaciones nuevas de oración como «celebraciones de la palabra», en las que se desarrollan de manera homilética y meditativa más difusa algunas de sus partes.

Ha habido otras intervenciones del magisterio ordinario por parte de Juan Pablo I y Juan Pablo II. Este breve excursus impresiona por el número de sus representantes, por su variedad y constancia a lo largo de muchos pontificados, que van desde Pío V a Juan Pablo II. Todo esto nos revela una tradición ininterrumpida y el sentir continuo del magisterio en esta materia.

Juan Pablo II sorprendía al mundo cuando, poco después de ser elegido, decía a los fieles en la plaza de San Pedro: «EI rosario es mi oración predilecta» (29 de octubre de 1978). Y dando pruebas de su mentalidad, profundamente teológica, ponía en relación esta oración mariana con la orientación que el Vat II había dado sobre la Virgen: «Se puede decir que el rosario es un comentario-oración sobre el capítulo final de la constitución Lumen gentium del concilio Vat II, capítulo que trata de la presencia de la madre de Dios en el misterio de Cristo y de la iglesia» (ib).

Desde esta convicción se explican las múltiples alabanzas que en las más variadas ocasiones ha realizado sobre esta forma de oración: «Es una escala para subir al cielo» (29 de abril de 1979), «la oración mental y vocal son las dos alas que el rosario ofrece a las almas cristianas» (en la beatificación de J. D. Laval y F. Coll, el 29 de abril de 1979); «es unión familiar con la Virgen y su misión en la historia de la salvación» (al Congreso internacional mariano de Zaragoza, 12 de octubre de 1979); «es la oración mariana más sencilla y humilde, pero no por eso menos llena de contenidos bíblicos» (21 de octubre de 1979), «el rosario lentamente meditado en familia, en comunidad, individualmente, os hará entrar poco a poco en los sentimientos de Cristo y de su madre evocando todos los acontecimientos que son la clave de nuestra salvación» (5 de mayo de 1980), etc. Pero es sobre todo, con ocasión de su visita al santuario de Pompeya, cuando Juan Pablo II realiza, en la homilía del 21 de octubre de 1979, una catequesis profunda sobre el rosario. «Esa oración que María reza con nosotros se llama el rosario. Es nuestra oración predilecta. Se la dirigimos a ella, a María. Pero no olvidemos que, al mismo tiempo, el rosario es nuestra oración con María… Venimos aquí para rezar con María, para meditar junto con ella los misterios que ella, como madre, meditaba en su corazón (Lc 2,19). Y sigue meditando, porque éstos son los misterios de la vida eterna. Están inmersos en Dios mismo… Y tan estrechamente ligados a la historia de nuestra salvación. Por eso, esta oración de María, inmersa en la luz de Dios, sigue al mismo tiempo abierta siempre hacia la tierra. Hacia los problemas de cada hombre, hacia todos los problemas humanos…, hacia toda la misión de la iglesia, hacia sus dificultades y esperanzas… Esta oración de María, este rosario, es precisamente así, porque desde el principio ha estado invadido por la lógica del corazón. En efecto, la madre es corazón. Y la oración se formó en ese corazón mediante la experiencia más espléndida: mediante el misterio de la encarnación».

En fin, y por no alargar estas líneas con innumerables textos, quiero destacar que el profundo teólogo Juan Pablo II nos ha contado de qué manera tan sencilla reza el santo rosario: «Nuestro corazón puede incluir en esas decenas del rosario todos los hechos que forman la trama de la vida del individuo, de su familia, de la iglesia, de la humanidad… Experiencias personales, o de las personas que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del rosario sintoniza con el ritmo de la vida diaria. En las últimas semanas (está hablando el 29 de octubre de 1978) he tenido ocasión de encontrarme con muchas personas… Os aseguro que no he dejado de traducir estas relaciones en el lenguaje de la plegaria del rosario, para que todos se vuelvan a encontrar en la oración, que da a todo una dimensión plena. En estas semanas he tenido abundantes pruebas de benevolencia. He plasmado mi gratitud en decenas del rosario… A todos exhorto a recitar fervorosamente esta oración».

lIl. Contenidos teológicos

Diversos autores han puesto de relieve el carácter teologal del rosario (Sertillanges, Guardini, Garrigou-Lagrange, Schillebeeckx, Suenens, etc). Efectivamente, es una oración de tal modo unida a la fe en la encarnación que puede decirse que ha nacido de ella, tanto que hacia exclamar a Newman: «El rosario es el credo hecho oración». Los elementos teológicos sobre los que se fundamenta el rosario son:

1. ORACIÓN EVANGÉLICA. Del evangelio se toman las oraciones y la formulación de los misterios: el Padrenuestro es la oración enseñada por Jesús; el Avemaría combina el saludo del ángel con el elogio de Isabel, el Gloria al Padre es el desarrollo de la fórmula trinitaria pronunciada por Jesús cuando envió los discípulos al mundo (Mt 28,19). El contenido de los misterios nos presenta en síntesis las etapas fundamentales de la vida de Cristo: encarnación, pasión, gloria. Son éstos los tres elementos que san Pablo desarrolla en su carta a los Filipenses (Flp 5,11). Vistos y sentidos con María y a través de María, se convierten en los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y componen la fisonomía inconfundible del rosario, ayudando al fiel a la conservación y promoción de la fe. Sólo dos misterios, el 4º. y el 5º. gloriosos, no están documentados en la Escritura pero de ella sacan su inspiración: la asunción de María es la representación de la subida al cielo no sólo de ella, sino de todos los redimidos, que ya en la vida terrena suben allá con la esperanza y la oración; la glorificación de María y de los santos es misterio central de toda la revelación porque es el objetivo primero de la predicación de Cristo. Él habla de gloria en el reino para cuantos han escuchado y puesto en práctica la enseñanza del Señor. María está, igual que en el cenáculo, en el centro de la iglesia triunfante.

2. ORACIÓN CRISTOCÉNTRICA. «La interminable alabanza que el rosario tributa a María tiene su fundamento en Jesús, en quien termina toda alabanza. Las alabanzas a ella dirigidas quieren sólo proclamar y defender con todo rigor la fe en Jesús como Dios y como hombre. Cada Avemaría dicha en eterna memoria suya nos recuerda que ha existido uno que, aun siendo felicísimo eternamente, no desdeñó el seno de una Virgen por amor a los pecadores». Alabando a María, en efecto, no se hace otra cosa que proclamar y anunciar continuamente la gracia por la cual ella es madre de Dios; en definitiva, anunciar y proclamar la encarnación del Hijo de Dios. El Avemaría es incesante alabanza a Cristo, y Cristo constituye el objeto central del rosario, porque en los misterios gozosos se le ruega en su vida escondida; en los dolorosos, en su pasión y muerte, y en los gloriosos, en su exaltación participada a la madre y a la iglesia.

3. ORACIÓN ECLESIAL. La iglesia es el pueblo de los llamados a la salvación mediante la fe en Jesucristo. El rosario ofrece el conocimiento de Jesucristo y de su misterio de salvación y solicita de nuestra parte una adhesión humilde. En el desarrollo de esta oración la finalidad es el acto de fe que, vivido con María, es signo más evidente de eclesialidad, ya que ella «está unida, en la estirpe de Adán, con todos los hombres que necesitan de la salvación; y no sólo eso, sino que es verdadera madre de los miembros de Cristo, por haber cooperado con su amor a que naciesen en la iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza» (LG 53).

IV. Valores espirituales Anclados en los motivos teológicos precedentes, resaltan los valores espirituales:

1. ORACIÓN SENCILLA. En su evolución histórica, el rosario ha llegado a una estructura esencial que deja ver su simplicidad. Lleva a quien lo reza al centro mismo del misterio cristiano, a los datos fundamentales de la fe, a través de las oraciones más universalmente conocidas: Pater, Ave, Gloria. Es la oración de los pobres, no sólo porque puede ser practicada por los más humildes, sino también porque enseña el itinerario hacia la sencillez y pobreza de espíritu.

2. ORACIÓN CONTEMPLATIVA. Contemplación no es sólo la aplicación de nuestra inteligencia a un determinado tema que hace reflexionar, sino la capacidad de posar la mirada enamorada y reconocida sobre todo lo que nos rodea con una actitud de escucha, de apertura, de acogida y asentimiento. Contemplamos la naturaleza al salir el sol, las flores y los bosques, los gozos y los dramas de los hombres… El rosario es escuela de contemplación porque nos acostumbra a mirar sucesivamente un episodio de la vida del Señor con una actitud que produce gozo, sufrimiento, exaltación sencilla y profunda que nutre el corazón y la inteligencia.

3. ORACIÓN DIDASCÁLICA Y CATEQUÉTICA. Además de oración, el rosario es un modo sencillo y popular de predicación y presentación de la fe misma. Es una forma privilegiada de pedagogía y catequesis; y, como todas las obras inspiradas, une a la absoluta simplicidad y transparencia el valor enorme de presentar el kerigma que nos ha sido dado como única salvación. Es un predicar que solicita el asentimiento del hombre, como el anuncio del ángel solicitó el asentimiento de María. Guía el alma hacia la asimilación de los misterios y de las verdades evangélicas de que está impregnado.

4. ORACIÓN QUE RESPETA LOS RITMOS DE LA VIDA. La repetición de las Avemarías es un obstáculo para algunos; pero quizá más supuesto que real. La repetición del Ave es como una larga Avemaría que se extiende hacia el infinito, una alabanza sin fin que continuaremos más allá de la hora de nuestra muerte en la patria bienaventurada. El ritmo pretende entretenernos con Dios, algo así como regular nuestro coloquio con él, al objeto de hacer nuestro movimiento interior más reposado, más pleno. Tiende a procurar una íntima unión con la Virgen para entrar con ella en el misterio de Cristo; y nos invita a imitarla, como ella, a su vez, fue imitadora de Cristo. Y todo esto es considerado no bajo un aspecto sentimental, sino funcional. Es repetición de un acto de amor: ave, ave, ave…, que se prolonga y encuentra descanso en una contemplación que se hace gozo y alimento del alma, hambrienta y sedienta de salvación absoluta y verdadera. Representa, además, una transfiguración de la vida cristiana en sus ritmos de gozo, dolor y gloria. Pone ante los ojos la vocación, la lucha, el sacrificio, la victoria, entendidos evangélicamente. El alma que reza el rosario sabiamente regenera el tejido de su existencia a la luz de la vida de Cristo y de María.

5. ORACIÓN CREATIVA. Nos lleva continuamente a poner en relación, a verificar si nuestros sentimientos son los sentimientos de Cristo, si nuestro obrar es como su obrar, si nuestros pensamientos son sus pensamientos, los de él, que es Señor de la vida y maestro de la existencia. En este continuo parangón van desapareciendo las escorias de nuestra vida y tiene lugar una purificación que nos hace disponibles a la voluntad de Dios. ¿Es acaso una casualidad que los grandes misioneros y los artífices de profundas reformas en la iglesia fueran personas que rezaban el rosario (Cottolengo, don Bosco, el papa Juan XXIII, etc.)?

6. ORACIÓN QUE NOS INTRODUCE EN LA LITURGIA. Existe un estrecho nexo entre liturgia y rosario. Como la liturgia, el rosario tiene índole comunitaria, se nutre de la Escritura, gravita en torno al misterio de Cristo. La anámnesis de la liturgia y la memoria contemplativa del rosario tienen por objeto el mismo misterio salvífico de Cristo. El rosario participa del sacrificium laudis a la Trinidad.

V. Actual situación doctrinal y devocional

La renovación de la mariología causada por el despertar de las ciencias bíblicas, de la patrística y de la eclesiología, ha traído a la cristiandad una gran riqueza; y en el campo devocional también un trabajo de gestación que no dejará de dar frutos. Objetivamente, todo esto ha de desembocar en el redescubrimiento de la figura de María como tipo ideal del cristiano. Estos movimientos de renovación han conocido también su dialéctica, que ha caracterizado el posconcilio. Pero ese difuso deseo de distinción y de contraposición debería ser la premisa para alcanzar, en un momento sucesivo, la síntesis y la unión. El movimiento bíblico, al dar a la palabra de Dios su justo primado ayuda a ver en María a la bienaventurada «porque ha creído»; no sólo revela la función providencial de la madre del Señor en el plano de la salvación, su vocación, sino que nos presenta a la que por vez primera recibe y encarna el don del evangelio. En el rosario se nos llama continuamente a escuchar la palabra y a contemplar las magnalia Dei en favor nuestro.

El movimiento patrístico ha puesto en primer plano el tema de la encarnación, tema que es el motivo dominante en el rosario.

El movimiento eclesiológico, al poner a María en el corazón de la iglesia, como «imagen y modelo» ha iluminado su función insustituible. El rosario es la escuela con María, porque con ella se aprende y se vive el misterio de la salvación.

El movimiento litúrgico ha devuelto a la devoción una coherencia y una relación esencial con los misterios de Cristo. El rosario es un piadoso ejercicio que armoniza fielmente con la sagrada liturgia. «La práctica devocional que, mejor que cualquier otra, puede ser regenerada y considerada a la luz de la liturgia, es ciertamente el rosario. Su sencillez, su atmósfera de pura y evangélica contemplación… hacen del rosario una vía fácil para extender la contemplación litúrgica a través de toda la vida cotidiana».

Lentamente van cayendo los prejuicios contra la devoción a María en general y el rosario en particular, mientras se va conquistando mayor lucidez y objetividad con respecto a esta devoción. En ciertos aspectos, esto nos aclara la crisis que ha padecido el rosario. Tampoco él se ha librado de los ataques de estos últimos tiempos, lo mismo que no se ha librado la oración comunitaria y privada. Comunidades cristianas tradicionalmente apegadas al rosario (Irlanda, Italia, España, América Latina, etc.) han sufrido esta crisis. En su origen hay múltiples causas, que podemos agrupar en dos especificaciones: la crisis de la oración devocional, agudizada por la secularización y por los nuevos humanismos ideologizantes, y la crisis del culto mariano que es el contexto vital y natural del rosario. La crisis ha afectado igualmente al rosario en su estructura de oración mental y vocal, en la dificultad de contemplación y en el rechazo de la recitación litánica, acusada de ser un mecanismo sin alma. Estas dificultades tienen una cierta seriedad, y no se pueden obviar con simples lugares comunes. Pero es claro que hay dos niveles en esta crisis: uno es más radical (crisis de la oración en absoluto); y otro, que podemos llamar más especifico, lleva a ver en el rosario una oración árida, mecánica, sin vida. Por lo que se refiere al primer aspecto, basta decir que no será una reforma del rosario lo que traiga la solución. Con respecto al segundo aspecto, los intentos de actualización quieren obviar las dificultades psicológicas y reales de algunas personas que quieren rezar.

Vl. Renovación del rosario

En varios lugares, al lado de la recitación tradicional e incitados por preocupaciones pastorales, se han iniciado otras formas del rosario con la finalidad de privilegiar y explicitar algunas virtualidades del rosario mismo, p. ej., en estas nuevas formas se ha desarrollado la enunciación bíblica del misterio acompañada de una lectura apropiada de la Escritura. La recitación del Avemaría se centra en su parte bíblica, mientras el Santa María se reza al final de la decena a modo de conclusión. Esta reducción de la segunda parte del Ave pone de relieve la bella imploración mariana, que expresa la piedad de la iglesia hacia la Virgen y es la invocación del creyente que ha contemplado en la parte litánica el misterio. Vuelven, pues, las cláusulas mnemónicas, ya experimentadas por Alberto de Castello, y las intenciones de la oración con oportunos espacios de silencio (el silencio es necesario que sea revalorizado no sólo en la liturgia, sino también en el rosario). El Pater y el Gloria pueden ser cantados, reavivando así la coralidad de la oración. En esta nueva manera se respeta la esencia íntima del rosario y se amplia su óptica contemplativa.

Otra forma de renovación es la «celebración del rosario», recitación paralitúrgica «que, aun sin ser verdadera y propia liturgia, se inspira sin embargo en ella y está ordenada a ella, es decir, a preparar el corazón de los fieles a una participación más personal y más viva en los diversos tiempos litúrgicos, y a prolongar interiormente sus efectos». Bajo esta forma se ve con claridad la ayuda que puede dar el rosario a la preparación de los ciclos litúrgicos de adviento-navidad, cuaresma-pascua y pentecostés. Estas formas de rezar el rosario se van difundiendo, pero están todavía en experimentación. Es difícil prever su futuro camino, pero han recibido una autorizada aprobación en la MC. Ha habido también experimentos que, a nuestro entender, han comprometido el espíritu del rosario, o con la supresión del elemento titánico, o con un desarrollo desproporcionado de la parte homilético-escriturística, o con una discutible proliferación de misterios. Tales intentos se separan, a nuestro parecer, del espíritu del rosario tal como se ha ido configurando a lo largo de un interminable proceso histórico.

E. D. STAID
DICC-DE-MARIOLOGÍA. Págs. 1731-1741

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