“Puedo entender los motivos de esta moderna visión que se opone a la unicidad de
Cristo, y comprendo también una cierta modestia de algunos católicos para los cuales ‘nosotros no podemos decir que tenemos algo mejor que los demás’. Además, existe también la herida del colonialismo, período durante el cual algunos poderes europeos, en función de su poder mundial, instrumentalizaron el cristianismo.
Estas heridas han permanecido en la conciencia cristiana, pero no deben impedirnos ver lo esencial. Porque el abuso del pasado no debe impedir la comprensión recta. El colonialismo –y el cristianismo como instrumento de poder– es un abuso. Pero el hecho de que se haya abusado de ello no debe cerrar nuestros ojos frente a la realidad de la unicidad de Cristo.
Sobre todo, debemos reconocer que el cristianismo no es una invención europea, no es un producto nuestro. Es siempre un desafío que procede de fuera de Europa: al principio, vino de Asia, como bien sabemos, e inmediatamente se encontró en oposición con la sensibilidad dominante. Aunque más tarde Europa fue cristianizada, siempre quedó esta lucha entre las pretensiones particulares, entre las tendencias europeas, y la novedad siempre nueva de la Palabra de Dios que se opone a estos exclusivismos y se abre a la verdadera universalidad. En este sentido, me parece que debemos redescubrir que el cristianismo no es una propiedad europea”.
Benedicto XVI, Nadar contra corriente. Barcelona, 2011, Planeta Testimonio.