Carta Pastoral de Monseñor Francisco Pérez, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela, publicada en el semanario diocesano La Verdad.
Parece ser que en la ciudad de Pamplona se va a construir una Clínica abortista. Es una deshonra para Navarra y para la ley foral. ¿Cómo hemos de actuar los cristianos y las personas que no están de acuerdo ante tal aberración y ante tal inhumana forma de proceder?
Ante todo hemos de ser muy justos y afirmar que nunca y por ningún concepto o motivo se puede admitir el aborto voluntario. Las leyes que van contra la vida son inhumanas porque carecen de amor humano y por tanto van contra la humanidad y contra Dios. “Una humanidad sin Dios, es una humanidad inhumana” decía hace poco Benedicto XVI. Cuando lo genuino del amor que procede de Dios, que es Amor, no se vive en la experiencia humana, ésta misma pierde su propia identidad. El derecho a la vida de todas las personas, especialmente de los no nacidos, es fundamental y nadie lo debe violar. Nadie tiene derecho a cometer un crimen y menos el del aborto que es matar a una persona indefensa. Se intenta convencernos que para ser “progresista” se ha de ser abortista pues de lo contrario quien afirme que el aborto es un mal y un pecado gravísimo, es un retrógrado. De ahí que se puede afirmar que ya no sólo hay corrupción moral, con las leyes que van contra la cultura de la vida, sino también malversación intelectual y ninguna corrupción o malversación es signo de “progresismo” sino de todo lo contrario: de esclavitud, de falta de identidad humana y de degeneración.
Tanto el Concilio Vaticano II como el Catecismo de la Iglesia Católica afirman que la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. “Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del ser humano. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables” (Gaudium et Spes, 51).
El Catecismo nos recuerda que la cooperación formal (de todos los que colaboran) a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión en el mismo momento y es un delito muy grave puesto que es un crimen (cfr. CIC canon 1398 y 1314). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.
Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho (cfr. Instr. Donum vitae, 3). Por eso la Iglesia advierte a los que dirigen el pueblo civil que “los embriones humanos no sean vistos como una carga o considerados como una especie de enfermedad, sino como un don por encima de todo” y así se lo decía Benedicto XVI al cuerpo diplomático en el Palacio de Hofburg en Viena el mes de septiembre de 2007.
Nuestra forma de actuar ante las situaciones tan dolorosas que se nos presentan es la de concienciar a las personas que el aborto procurado es en su misma naturaleza un crimen y porque aquellos que realizan y colaboran en el aborto nunca van a tener paz y no serán felices puesto que “segando una vida” han segado casi la suya y su conciencia los recriminará y será una tortura sicológica durante toda la vida.
Muchos han dado marcha atrás con un deseo de sentirse perdonados por el mal que han hecho y se abren a la misericordia de Dios en la Iglesia. Es el caso, como otros tantos, de una joven que era modelo y paseaba por las pasarelas europeas y por diversos programas de televisión. De pronto nunca más se supo de ella. Hace poco ha vuelto, pero esta vez no para deslumbrar a hombres y mujeres con sus atributos físicos y su encanto personal sino para dar testimonio de su conversión después de haber abortado e intentado suicidarse. Ella misma dice: “Me sentía inconforme, insatisfecha, sin rumbo. Me cansé de ser una modelo de superficialidad. Me cansé de un mundo de mentiras, apariencias, falsedad, hipocresía y engaños, una sociedad llena de antivalores, en la que resalta la violencia, el adulterio, la droga, el alcohol; un mundo que exalta las riquezas, los placeres, la inmoralidad sexual y el fraude”. Un día encontró la ayuda de una comunidad cristiana que la apoyó en todo momento y ahora vive como una persona feliz y realizada.
Como final invito a todos para que recemos al Señor de la Vida que fortalezca a las mujeres que tengan intención de abortar y no cometan el terrible crimen del aborto; para ello, como comunidad cristiana que somos en la Iglesia, ofrecemos el apoyo y compañía de profesionales que pueden ayudarles a seguir adelante con el embarazo y apoyarles en todo lo que necesiten. En Pamplona tenemos el Centro COSPLAN que está situado en la Calle San Fermín, 45-1º C. Tno.: 948237413. La vida es el don más preciado por Dios y lo más noble que hay en la vida humana. Sólo Dios tiene la propiedad sobre la misma. El ser humano es mero administrador pero no poseedor. Apoyemos la cultura de la vida y condenemos la infracultura de la muerte.
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