La secuencia de Pentecostés es el himno más antiguo al Espíritu Santo. Se utiliza para pedir este inmenso Don y para recordar su primera venida sobre los apóstoles en el día de Pentecostés, es decir, 50 días después de la Pascua de Resurrección (ver Hechos de los Apóstoles, capítulo 2).
Con la fuerza recibida del Espíritu Santo, los apóstoles pasaron a tener el valor y la audacia para empezar a proclamar el Evangelio a todas las gentes, siguiendo el mandato de Cristo.
La Solemnidad de Pentecostés es un momento propicio para que todos pidamos el Don de esta Persona-Amor que transforma los corazones.
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don, en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén.