«Dignidad infinita» de la persona humana
Según dice la Declaración Dignitas infinita del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, continuando el Magisterio de la Iglesia, la dignidad humana se fundamenta en su ser propio. Por lo tanto, es independiente de toda circunstancia, no depende de los actos, de la integridad corporal, psíquica o cualquier otra situación o actividad concreta. De ahí que, como recuerda la misma Declaración, Juan Pablo II hablara de «dignidad infinita» (Ángelus con personas con discapacidad en la Iglesia Catedral de Osnabrück, 16 noviembre 1980).
Este hecho, sigue diciendo el documento, es reconocible por la sola razón y es el fundamento de la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos. En efecto, filosóficamente, por el ejercicio meramente racional, podemos constatar que lo que nos constituye en persona es el ser personal mismo y no una cualidad, actividad o característica concreta.
De hecho, aunque clásicamente se ha definido al ser humano como «animal racional» y es verdad que la racionalidad es el aspecto específico de lo humano, el nombre «persona» hace referencia aquello que no es común a todos los seres humanos y por lo que cada persona es única e irrepetible y tiene un nombre propio y una dignidad especial. Hay millones de seres humanos pero cada uno es único e irrepetible en lo que tiene de individual. Hay miles de millones de humanos iguales en su humanidad (en el qué), pero cada persona humana es diferente y única en su personeidad (en el quién).
Notemos, por otro lado, que las actividades a las que se suele atribuir lo característicamente humano, como el pensar, pueden ejercitarse en grados o niveles diferentes o incluso no ejercitarse (es el caso de cuando estamos dormidos, inconscientes, somos niños pequeños, ancianos, etc.). De ahí que no puedan ser el constitutivo de lo personal porque alguien es la misma persona a lo largo de toda su vida al margen de sus cambios físicos, intelectuales, etc.
A parte de esto, la Revelación reafirma y confirma esta dignidad ontológica (ontos, en griego, es ser o ente) porque nos habla de que la persona humana ha sido creada a imagen y semejanza de Dios y ha sido redimida por Cristo. Esto implica que en el ser humano no sólo se da un vestigio o huella del Creador, como en cualquier criatura (porque todo agente realiza algo semejante a sí mismo), sino que, al ser un ser espiritual, participa del ser de Dios de un modo superior, es imagen de la Santísima Trinidad y puede entablar una relación de comunicación con Dios, cosa que ningún otro ser puede hacer.
Más aún, Cristo Jesús, Dios encarnado, ha dado la vida por cada uno de los seres humanos y así ha consumado la restauración del la naturaleza caída por el pecado (la imagen empañada por la culpa), se ha identificado con todos los sufrientes y descartados, y ha elevado al hombre a la categoría de hijo de Dios, haciéndolo partícipe de su vida íntima por la vida de la gracia.
De ahí el compromiso de la Iglesia con todas las personas, especialmente con los más débiles y menos capacitados. Esta dignidad ha sido recogida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la que se cumplen 75 años. Con ocasión de este aniversario, la Iglesia reafirma su convicción de que, creado por Dios y redimido por Cristo, todo ser humano debe ser reconocido y tratado con respeto y amor, por su dignidad inalienable.
La Iglesia siempre ha promovido los derechos de todas las personas. En la modernidad, este énfasis de la Iglesia se ha acentuado. Puede comprobarse este aspecto si se analiza el Magisterio desde León XIII (Rerum novarum, 1891) hasta el Concilio Vaticano II (Dignitatis Humanae, 1965). San Pablo VI decía que «ninguna antropología iguala a la antropología de la Iglesia sobre la persona humana, incluso considerada individualmente, en cuanto a su originalidad, dignidad, intangibilidad y riqueza de sus derechos fundamentales, sacralidad, educabilidad, aspiración a un desarrollo completo e inmortalidad» (Audiencia general, 4 septiembre 1968).
San Juan Pablo II, en el 1979, afirmó durante la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana en Puebla: «la dignidad humana es un valor evangélico que no puede ser despreciado sin grande ofensa al Creador. Esta dignidad es conculcada, a nivel individual, cuando no son debidamente tenidos en cuenta valores como la libertad, el derecho a profesar la religión, la integridad física y psíquica, el derecho a los bienes esenciales, a la vida» […].
En el 2010, Benedicto XVI afirmó que la dignidad de la persona es «un principio fundamental que la fe en Jesucristo crucificado y resucitado ha defendido desde siempre, sobre todo cuando no se respeta en relación a los sujetos más sencillos e indefensos (Discurso a los participantes a la Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida ,13 febrero 2010). En otra ocasión, hablándoles a los economistas, dijo que «la economía y las finanzas no existen sólo para sí mismas; son sólo un instrumento, un medio. Su finalidad es únicamente la persona humana y su realización plena en la dignidad. Este es el único capital que conviene salvar» (Discurso a los participantes de la reunión del Banco del Desarrollo del Consejo de Europa, 12 junio 2010).
Desde los inicios de su pontificado, el Papa Francisco ha invitado a la Iglesia a «confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano» y a «descubrir que “con ello le confiere una dignidad infinita”» (Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013). «Reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad» (Fratelli tutti 3 octubre 2020). Según el Papa Francisco «ese manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo», (Ibídem, n. 277), pero también es una convicción a la que la razón humana puede llegar mediante la reflexión y el diálogo, ya que «hay que respetar en toda situación la dignidad ajena, es porque nosotros no inventamos o suponemos la dignidad de los demás, sino porque hay efectivamente en ellos un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, y que exige que se les trate de otra manera. Que todo ser humano posee una dignidad inalienable es una verdad que responde a la naturaleza humana más allá de cualquier cambio cultural» (Ibídem, n. 213). En realidad, concluye el Papa Francisco, «el ser humano tiene la misma dignidad inviolable en cualquier época de la historia y nadie puede sentirse autorizado por las circunstancias a negar esta convicción o a no obrar en consecuencia» (Ibídem, n. 213, que cita Francisco, Mensaje a los participantes en la Conferencia internacional “Los derechos humanos en el mundo contemporáneo: conquistas, omisiones, negaciones” 10 diciembre 2018,: L’Osservatore Romano, 10-11 diciembre 2018).
Religión en Navarra – Erlijioa Nafarroan