Palabras de agradecimiento de Mons. Florencio Roselló al finalizar la celebración
Queridos hermanos y hermanas, querida Iglesia de Pamplona y Tudela, querida Navarra. Senide maiteok, Iruñeko eta Tuterako Eliza maitea, Nafarroa maitea.
Hace justo una semana estaba celebrando la eucaristía en la cárcel, con un grupo de mujeres, que semanalmente vivimos nuestra fe, allí donde nos convoca el Señor, en la eucaristía. Una celebración la de la semana pasada que sabía a despedida a no retorno y a lágrima contenida. Hoy me encuentro en esta gran y bella catedral de Santa María la Real de Pamplona, vestida con sus mejores galas para acogerme y recibirme, y es verdad, donde ya me estoy sintiendo en casa y en familia. El sábado pasado las mujeres llamaban a Dios Padre y a María Madre. Hoy nosotros también lo hemos hecho, llamamos a Dios Padre y a Santa María la Real, Madre. Hermanos, esta es la Iglesia que quiero y que sueño. La Iglesia que igual vive su fe en una cárcel, en un caserío, en la catedral, en una parroquia, en un hospital o en un convento. Dios se encarna en cada una de las diferentes realidades en las que viven sus hijos e hijas, nosotros.
El pasado martes pisé la diócesis para quedarme definitivamente entre vosotros. Justo al pisar Navarra, paré el coche, venía mi Provincial conmigo, el de la Merced, hicimos una oración y besé el suelo de esta tierra. Al besar el suelo quise manifestar que me entrego por cada uno de vosotros, y me entrego hasta por lo más bajo, lo más sencillo, lo más humilde.
Y hoy, ahora, me presento ante vosotros como Jesús en la sinagoga “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres…” (Lc. 4, 18). Me presento como el enviado del Señor. Nunca me imaginé estar aquí y ahora. Vivo este momento como obediencia a la voluntad de Dios en mi vida. Porque ha sido él quien me ha elegido para este ministerio, “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure” (Jn. 15, 16). Y me presento con la humildad y pequeñez de Jeremías, con la indignidad personal para esta responsabilidad pero con la tranquilidad y seguridad de “sé de quién me he fiado” (2Tim. 1, 12). Alguien me dijo, cuando recibí esta llamada al ministerio episcopal, “fíate de Dios y de la Iglesia”, y así he hecho y por eso estoy aquí. Un siervo indigno, como decimos en el memento, que quiere ponerse al servicio de la Iglesia de Pamplona y Tudela para que su evangelio se haga vivo.
Para servir hay que escuchar, por eso digo “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1S. 3, 10). Como el joven Samuel, que leímos en la primera lectura hace dos domingos, quiero escuchar al Señor. Escuchar para conocer, escuchar para saber, escuchar para amar. Y escuchar a Dios a través de la Iglesia que peregrina en Navarra. Vengo a servir, pero para servir hay que escuchar. Escuchar demandas, sensibilidades, resistencias. Como nos dijo el Papa Francisco en Lisboa este verano en la JMJ, “en la Iglesia caben todos, todos, todos”. Y hoy, el Señor me habla a través de cada persona que peregrina en esta tierra de Navarra. Pero también quiero escuchar al diferente, al singular, al que pueda mantener alguna diferencia conmigo, porque también a ellos me ha enviado el Señor. Deseo que nadie en nuestra Iglesia se sienta discriminado y fuera de lugar. Nadie por su origen, por su lengua, por su sexo, por su ideología política, puede quedar al margen de la Iglesia. Baina desberdina ere entzun nahi dut, berezia dena, nirekin diferentziaren bat izan dezakena; zeren Jaunak beraiengana ere bidali bainau. Ez dut nahi inor gure Elizan baztertua eta lekuz kanpo sentitzea. Ezin da inor Elizatik kanpo utzi, ez bere jatorriagatik, ez bere hizkuntzagatik, ez bere sexuagatik, edo bere ideologia politikoagatik.
Recibo el envío del Señor de llevar el evangelio a todo el mundo, porque “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas tengo que traer” (Jn. 10, 16). Me gustaría que hubiese “un solo rebaño y un solo pastor”. Las que no son de este redil son los pobres, los presos, los inmigrantes, las víctimas de trata; me gustaría que viesen a la Iglesia no como alguien que les acoge, sino a la Iglesia como su casa. No solo un número para engordar nuestras estadísticas. Este otro redil, los presos, han sido objeto de mi ministerio sacerdotal durante muchos años y con ellos he vivido y disfrutado la fe.
“No tengo oro ni plata, tengo a Jesús resucitado” (Hch. 3, 6). Desde mi nombramiento muchas veces me han hecho esta pregunta, ¿cuál es su programa para la diócesis? Y respondo que no tengo ninguno porque primero quiero escuchar, y a renglón seguido comento que no tengo oro ni plata, no tengo, ni sé, fórmulas mágicas. Tengo a Jesús resucitado que me envía a Navarra a anunciar su mensaje. Vengo con la sencillez de los trabajadores de la viña, que son llamados a distinta hora del día para ir a trabajar, y a todos paga lo mismo. El pago es la entrega, la responsabilidad y la generosidad.
Y me acojo a las Constituciones de la Orden de la Merced de 1272, las primeras de la Orden cuando dicen “estén siempre alegremente dispuestos a dar sus vidas, si es menester, como Jesucristo la dio por nosotros”. Vengo a esta Iglesia de Pamplona con el espíritu de la Merced a entregar alegremente mi vida por esta Archidiócesis de Pamplona y Tudela, y por toda Navarra. Desde hoy mi vida pertenece a esta Iglesia, de esta forma estaré siendo fiel al carisma de la Merced y al mandato constitucional.
Vengo a una tierra de acogida. Navarra es acogedora, es cosmopolita. Sus fiestas de San Fermín la han hecho universal, y eso se nota en sus gentes. En Navarra siempre estás en casa, nadie de fuera se siente extraño. Desde mi nombramiento todo han sido felicitaciones, parabienes y facilidades.
Quiero que mi lema episcopal esté presente en cada acto de mi vida como pastor de esta archidiócesis de Pamplona y Tudela, “Sino tengo amor, no soy nada”. Un lema que ha marcado mi vida como sacerdote y como mercedario. El amor supera la rutina, renueva compromisos y despierta proyectos. Quiero gastarme y desgastarme por esta Iglesia que peregrina en Pamplona. Porque sino me entrego por esta tierra, sino entrego amor, no soy nada. Porque con amor podré comprender, servir, ser paciente con esta nueva tierra que me acoge y que ya quiero como mi casa.
El amor de mi lema episcopal me lleva al corazón, y en este momento lo tengo acelerado, emocionado por todo lo que estoy viviendo hoy. Y hoy “mi corazón se alegra y le canta agradecido” (Salm. 27, 7)
Agradezco a Dios en don de la vida y el don de la vocación religiosa y sacerdotal. Mi vida todo ha sido gracia generosa por la obra de Dios en mi vida.
Agradezco a mi familia, mis padres Florencio y Miguela, ya difuntos, pero que ¡cuánto hubiesen gozado de haber podido vivir este momento!, y sé que desde el cielo lo están disfrutando. En casa aprendí a rezar. Me enseñaron a llamar a Dios Padre y a María Madre. Valorar lo que teníamos en un hogar sencillo y humilde. A mis hermanos, que con mucho respeto y discreción siempre me han acompañado en este caminar de consagrado, respetando cualquier decisión o iniciativa que tomara. Gracias Amparo y Sebas.
Gracias a la Orden de la Merced con una gran representación en esta celebración, encabezados por el Maestro General y mi P. Provincial. Soy lo que soy gracias a la Merced. Hoy la Merced entrega, no un obispo, sino un mercedario que ha sido elevado a Obispo. Me ha permitido vivir la caridad en estado puro, extremo.
Gracias a mi pueblo Alcorisa (Teruel), que me vió nacer, correr y jugar por las calles de Alcorisa, ha sido testigo silencioso de mi caminar. Me he sentido respetado como niño, monaguillo, seminarista, sacerdote, siempre una sonrisa, un saludo, una conversación. Sois parte de mi vocación. Eso hace que pasee el nombre de Alcorisa por todos los rincones del mundo donde he viajado. Allí están enterrados mis padres, ¡siempre miraré Alcorisa con cariño!
¡¡No sabéis cómo valoro y agradezco a todos los que os habéis desplazado de diferentes lugares de España donde hay comunidad mercedaria y que en algún momento os acompañé!! El grupo más numeroso, de Castellón, muchas gracias.
Otro grupo numeroso venido desde Elche, el de más lejos, muchas gracias. También desde Valencia y desde Barcelona. También a los antiguos alumnos de la Merced. Muchas gracias a todos.
Gracias a las autoridades de Instituciones Penitenciarias. Venidos desde la Secretaría General de IIPP. Como de las direcciones prisiones de Castellón y Pamplona. Gracias por vuestra presencia, pero sobre todo, gracias porque habéis ayudado a la Pastoral Penitenciaria a poner rostros en números y necesidades en personas privadas de libertad.
Gracias a los presos, hombres y mujeres, que habéis salidos de las prisiones de Pamplona y Castellón para acompañarme. He celebrado más veces Navidad y la Pascua con vosotros en prisión que en la libertad. Esta celebración, sin vosotros, no sería completa.
Gracias a las autoridades locales y autonómicas. Gracias porque vuestra presencia me habla de que hay voluntad de trabajar juntos por una Navarra más justa y solidaria. Vuestra presencia me dice que hay voluntad de diálogo. Gracias porque vuestro acompañamiento me abre caminos de entendimiento futuro.
Gracias a los Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos que os habéis desplazado para acompañarme. Os lo agradezco porque estoy llegando nuevo a este colegio de los sucesores de los apóstoles, y me siento todavía extraño. Vuestro acompañamiento me hace sentir en familia episcopal. Me hace experimentar la comunión fraternal que muchos me habéis expresado.
A la Iglesia de Navarra, que con tanto entusiasmo me está acompañando: sacerdotes, que como dije en mi saludo inicial quiero conoceros; a la vida consagrada, de la que formo parte, quiero visitar vuestras comunidades; a los seminaristas, como corazón de la diócesis, quiero animaros en vuestro sí a Dios; y a los laicos, que el espíritu sinodal nos lleve a acortar distancias y a vivir más en horizontalidad que en verticalidad, cuento con todos vosotros.
A D. Francisco Pérez, muchas gracias por acompañar tantos años esta Iglesia, por hacerlo con cariño y entrega. Pero sobre todo gracias por este tiempo, desde mi nombramiento hasta hoy. Todo han sido detalles, palabras de ánimo, informaciones precisas, felicitación en mi cumpleaños. Dios le colme su generosidad, pero sobre todo su humanidad y cercanía para conmigo, en un momento muy nuevo para mí.
Gracias a directores de Departamentos y Comisiones Episcopales en la Conferencia Episcopal Española. Como os dije en Navidad, cuando estuve en Madrid vosotros fuisteis mi comunidad y os doy las gracias por ello.